Labios prohibidos

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Encontrar a Juan Ramón después de tantos años produjo en mí una reacción que nunca imaginé. El encuentro fue casual en un restaurante de la Ciudad de México. Yo me encontraba de viaje en esa ciudad haciendo gestiones burocráticas relacionadas con mi título profesional. Juan Ramón tenía ya muchos años trabajando en Toluca, Estado de México. Ese día, él tenía una reunión en el centro de la ciudad y por azares del destino coincidimos a media tarde cuando él había terminado su jornada de trabajo, justo cuando yo me preparaba para ir de regreso al aeropuerto y tomar el vuelo a casa.

Coincidimos en el acceso al restaurante. Pedimos una mesa para dos y fue la ocasión ideal para ponernos al tanto de nuestras vidas. Él se había casado y luego divorciado; por mi parte Yo estaba casada y con tres hijos.

Los temas de conversación fueron de uno a otro y sin remedio alguno recordamos aquellos años en que fuimos novios…

La emoción del encuentro fue mutua. Recordamos con cierta nostalgia esa etapa. Habíamos perdido comunicación por más de 17 años. Sin embargo, ahora el destino nos ofrecía la posibilidad de escribir un capítulo más de esta historia que creíamos cerrada.

- Te ves tan bonita. Te conservas muy bien, como siempre lo estuviste –me dijo Juan Ramón- Conservas una excelente figura. Estás magnífica. ¿Haces ejercicio? – me preguntó-.

- Continúo haciendo bicicleta. 5 kilómetros diarios.

- ¡Qué bueno que se nota! - le dije con una sonrisa-.

- Pues vaya que se nota, Princesa – exclamó Juan Ramón-. Siempre me llamó "Princesa", nunca Victoria, que es mi nombre.

- Tú también te ves bien – le dije-. Aunque la verdad Juan Ramón había ganado un poco de peso y a sus 43 años tendría que empezar a cuidarse.

Terminamos de comer y pedimos un café, igual que muchas veces lo hicimos cuando fuimos novios.

- Para mí un café moca – dijo Juan Ramón-. Apuesto que tú pedirás un caffe latte

- Veo que aún recuerdas mis gustos.

- Esas cosas no se olvidan.

La conversación continuó y platicamos un poco de todo y un poco de nada. Terminamos de comer, salimos del restaurante y caminamos hacia el estacionamiento. Era ya media tarde y las primeras estrellas de la noche iluminaban el cielo.

Me tomó de la mano y me dijo que tenía los mejores recuerdos de mí. Le agradecí sus palabras y delicadamente lo besé en la mejilla. Su reacción fue inmediata. Pude notar que mi demostración de afecto, había sido para él como una descarga eléctrica. Se sonrojó y percibí agitación en su respiración. Su mano ahora acariciaba la mía.  Nuestras miradas se encendieron y acerco su rostro con la intensión de besarme en la boca.

- No Juan Ramón. No estaría bien.

- Déjame sentir tus labios una sola vez más, por favor, Princesa.

Me sentía confundida. Un estremecimiento recorría todo mi cuerpo. Ahora, Yo también tenía esa sensación de ansiedad y agitación. Me tomó por la cintura, con firmeza me acercó a él y comenzó a besar mis mejillas, sus labios recorrían mi cuello sin que Yo lo detuviera. Sus manos recorrían mi cuerpo. Sus brazos apretaban mi cuerpo contra el suyo.

Él seguía buscando mis labios, pero Yo se los negaba. Sus manos recorrían lentamente mi cuerpo de arriba abajo. En ese momento, Yo disfrutaba de la intensidad de sus caricias.

Mi naturaleza e instinto de mujer estaba al límite. Todo mi cuerpo vibraba en celo dejándome llevar por el ardor de nuestros cuerpos. Inconscientemente, mi mano buscó la entrepierna de Juan Ramón. Comencé a frotar su miembro por encima del pantalón. Juan Ramón estaba sorprendido de lo que Yo había hecho. A decir verdad, Yo también estaba sorprendida.

- Ahora sentirás mis labios y nunca los vas a olvidar – le dije-.

Continué frotando su miembro por encima del pantalón. Pude sentir como crecía y aumentaba su firmeza. Lo tomé de la mano y nos acercamos a su automóvil. Me puse delante de Juan Ramón frente a la puerta del auto y él pegó su pelvis a mi trasero. Hice un par de movimientos circulares frotando mi trasero contra su miembro y pude sentir su erección.

Escuché como el zipper de su pantalón estaba siendo abierto a mis espaldas. Yo sabía lo que eso significaba. En un par de segundos su falo, duro y caliente sería liberado de una buena vez. Listo para introducirlo en mi boca, de donde no saldría hasta ser exprimido, hasta sacarle la última gota. Subimos al asiento trasero del auto, estaba tan excitada que no pude esperar a que se bajara todo el pantalón y me lancé como una fiera tras ese trozo de carne que esperaba por mis labios y mi lengua.

Pude ver como movía su pelvis ligeramente hacia adelante deseando llegar hasta mi boca, hasta mis labios. Buscaba una penetración total. Empecé a escuchar sus gemidos sofocados, parecía que no quería dejarlos escapar, mis piernas me temblaban y mis manos vacilaban. Lentamente mi boca se abrió y lo recibí. Su falo tibio y firme era delicioso. Con delicadeza lamí su falo completo de abajo hacia arriba. Chupé sus testículos y luego metí todo su miembro en mi boca. Lentamente lo fui sacando mientras que lo succionaba. Volví a lamer su falo completo. Mientras acariciaba sus testículos, continué mamando su miembro. Había advertido de hacía un rato, que se moría por tomarme del cabello y empujarme hacia él, hacia su cuerpo, hacia su miembro, se moría de ganas porque me tragara su pedazo hasta el fondo, completo sin dejar un solo centímetro fuera. Estaba desesperado, parecía que enloquecería, Juan Ramón no sabía qué hacer con lo que sentía.

Por mi parte, podía sentir la humedad escurrir entre mis piernas, sentí mis jugos rodar por mis muslos hasta mis rodillas, sentí mi entrepierna calentarse cada vez más. Él no me había tocado en absoluto, salvo el cabello del cual tenía un buen rato tirando, pero no hacía falta, yo deseaba tanto su falo; tenerlo en mi boca se sentía como la gloria. Disfrutaba tanto lo que estaba haciendo que ni sentía la incomodidad del auto en las rodillas. Solo quería vaciarlo, beberme toda su leche. Pasaron 6 gloriosos minutos cuando sentí como su cuerpo empezaba a convulsionarse. Sus manos enrolladas en mi cabello empujaban mi cara a su pelvis con fiereza, ya no había piedad. Estaba cada vez más cerca del final. Succioné más fuerte deseosa de tener sus liquido en mi boca, ansiosa por saber que ya venía.

- Oh que delicia - exclamó Juan Ramón. ¡Sácame toda la leche, Princesa!

Aceleré mi felación. Succioné su falo con mayor intensidad. Apenas si puede advertir su grito ahogado. Su explosión de placer estalló en mi boca llenándome de su esencia. Aquel elixir se desbordaba por mis labios. Hice una pausa para disfrutar el espectáculo de ver esa maravillosa erupción de placer. Lanzó un par de chorros que alcanzaron mi rostro. 

Estaba tan extasiada por haberlo hecho terminar, por sentir como bajaba por mi garganta su leche y como, la que no alcanzó a entrar, se escapaba por entre mis dientes, escurría por mis labios y mi cuello bajando más allá de mis senos, recorriendo mi cuerpo hasta mezclarse con mis propios líquidos que seguían agrandando el charco de placer que Yo había formado.

Teniendo el miembro aún erecto, se lo lamí de arriba abajo en varias ocasiones. Succioné profundamente y eso lo volvió loco. Lanzó un pequeño chorro que dejé escapar de mi boca y con mi lengua embarré todo su falo con sus propios líquidos. Chupé sus testículos y volví a lamer y succionar su miembro. Con mis labios y mi lengua, retiré todo el líquido viscoso que colmaba su miembro mientras Juan Ramón se retorcía de placer y gemía en glorioso éxtasis.

Nunca imaginó que mis labios le darían tal regalo.

Veinte minutos después, en la cabina del avión de regreso a Aguascalientes, mi sentimiento de culpa era superado por la emoción de haberme sentido mujer y por el orgullo de haber dado y recibido placer de un hombre.


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