Familia pánico

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Era martes, llegue a la estación El Bosque a eso de las 20:04 horas de la tarde. Un vecino, Juan Carlos, que vive en la casa de la esquina, venia en el mismo tren, se me acercó durante el trayecto y me contó desconsolado, con una risita, que su hijo había tenido un bebé, pero a su vez había dejado de mirar a su otro hijo, que tan solo tiene diez años. Cuando cruzaba la barrera de salida de la estación, llovía a cantaros, y Antonio (amigo) sugirió que nos desviáramos para tomar una jarra de algo en algún bar de carretera. Yo estaba cansado, y le propuse que viniera a mi casa. Sonia (mi esposa) que es Asistente Social, tenía una reunión con unos padres y no volvería a casa hasta las 23:30 de la noche. Antonio y yo llegamos al 44 de la urbanización Torre Vieja a las 22:10 horas.

Llevo dos años viviendo en el 44 de la urbanización Torre Vieja, y conocía de vista a Luis Hidalgo. En diversas ocasiones, a lo largo de los últimos seis meses, me crucé con él delante de nuestra casa y me lo encontré mirando fijamente nuestra ventana. No sé por qué lo hacía, aunque es posible que intentara asustar a mi mujer, a la que una vez llamó <<Cara desmayo>>. En vista de la lluvia que caía, me extrañó verle de nuevo, allí el martes por la noche. Se apartó, se fue en cuanto Antonio y yo doblamos la esquina. No había duda de que estaba borracho, y cuando se lo señalé a Antonio, los dos utilizamos la misma expresión << ¡Vaya bofetada que lleva! >>. Éramos reacios a acercarnos a él porque el hombre parecía mostrar una fuerte antipatía hacia los adaptados <<Personas con collares>> nos dijo una vez. Cruzamos la calle por delante de él y entramos en mi casa. Mi esposa, Sonia, siempre hablaba bien de él y si veía que alguien hablaba mal de él lo defendía.

Antonio estuvo conmigo más o menos una hora y cuarto, y pasamos casi todo el tiempo en la cocina. La cocina está en la parte de atrás de la casa, y la puerta del salón estaba cerrada. En ningún instante oímos ningún ruido que viniera de la calle que sospechara que había ocurrido un accidente. Antonio se fue alrededor de las 23:15, y yo le acompañe hasta la puerta. Ya ni me acordaba de haber visto antes a Luis Hidalgo, y no se me pasó por la cabeza mirar si estaba por allí. Me fijé como Antonio andaba de frente, en dirección a su casa, antes de volver a entrar en casa. Antonio vive en la calle de enfrente. Me quedé sin saber lo que me pasaba cuando Sonia entro a toda velocidad veinte minutos más tarde para decirme que Luisito estaba tirado en la cuneta con aspecto agonizante. Salí con una linterna y lo encontré con una jeringuilla clavada, entre dos coches estacionado al lado de la cuneta, en la calle. Me pareció claro que ya estaba muerto. Tenía los ojos abiertos de par en par y pálido. Al poco llegó la ambulancia. Ahora siento dolor no haber ayudado a Luis Hidalgo cuando lo vi con Antonio, aunque estoy convencido de que él hubiera rechazado cualquier intento de ayuda.

Sonia, constantemente hablaba de Luisito, como ella lo llamaba, siempre estaba preocupada, mostrando interés por él, yo le decía que no se podía presionar a las personas, que las personas tienen que pensar por sí mismas. Fue un alivio para ella que la sobre-dosis que había sufrido Luis Hidalgo no lo terminara matando. Sonia lo llevó y lo ingresó en un psiquiátrico llamado Sábado Perfecto. Sonia, como asistente social veía una oportunidad en cada fracaso, decía << La sobre-dosis de Luisito debería habernos enseñado una lección que impida que semejantes errores vuelvan a repetirse, es vergonzoso que los médicos y los asistentes sociales, como yo, no tengan la obligación y el deber de proteger a las personas más vulnerables de la sociedad ¡Es terrible que tenga que suceder este tipo de cosas! ¡Me cago en las madres que los echó a todos por coño!>> terminaba siempre fuera de sí, sin importarle quien estuviera delante, enfadada con el sistema y con todas las cosas que se le pasaba por la cabeza en esos momentos.


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