Tierra Ninja (5ta Parte)

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Llegaron a la orilla del mar, en aquella costa boscosa. No muy a lo lejos se miraba el pequeño inerte barco del difunto Kutto. Los capitanes ordenaron tirar el ancla en aquella playa aún oscurecida por la aurora. Con varios botes remeros la tropa desembarcó y lograron ponerse en camino a tierra firme. En menos de veinte minutos los soldados azules estaban formados en la orilla. Entonces fue que marcharon tierra adentro, pero cautelosamente y sin emitir ruidos innecesarios. Nuevamente la tarea de Joko lo hizo separarse y adentrarse un poco más, con dos caballos para los cinco integrantes del grupo de espías.

       También los otros que habían sido mandados a-caballo estaban en posición cuando de repente vieron surgir en el cielo unas veloces flechas con lumbre, indicando el avance hacia el aparentemente descuidado enemigo. Al ver las varias flechas, éstos se formaron y apretaron hacia los Shogunes en dirección convergente a la del recién desembarcado batallón.

       Un relevo regresó rápidamente con la noticia de que algunos de los soldados enemigos andaban despiertos por los lindes de aquel establecimiento y calcularon una hora para que la mayoría despertase.

 

10. El Maestro no dudo un momento la decisión que había que tomar. A paso apresurado se adentraron en el bosque. La noche tan oscura y cálida era verdaderamente espeluznante por un momento. El contingente se abrió brecha y sin ni siquiera una sospecha atravesaron el umbral y lograron avanzar rápidamente. Lograron tener en vista total el alojamiento shogun, a unos dos kilómetros, el humo de una fumarola que había sido usada toda la noche, ahora casi extinta, pero no lo suficiente para que no fuera captada por el equipo comandado por Joko. Fue entonces que él y los otros vigilantes regresaron con todo el grupo.

       _Creo que ya se están alistando para las actividades, señor,_ Joko dice a Maotan al regresar.

       Maotan apresuro el paso de su caballo, seguido por todos los demás, pronto cruzaban la ramería.

       

       En el establecimiento de los rojos, uno de sus jefes andaba con su traje medio-puesto, al sentarse un momento en un tronco, para abrochar sus botines, un presentimiento abunda su mente. Un lobo que había sido entrenado andaba por ahí, medio perturbado; corría de un lugar a otro y aullaba; sin duda algo andaba mal. El jefe Shogun empezó a vociferar:

       “¡Tontos soldados, ya levántense!” disparo su fusil dos veces y al instante la revuelta de soldados medios dormidos, pero con casi todo el equipo a la mano. Pronto tomaban sus lugares en la formación usada por las mañanas.

       El lobo empezó a aullar, cuando de de repente, el cielo se lleno de flechas con fuego. Los soldados azules empezaron e emerger del bosque y gritando corrían hacía los shogunes que estaban a unos cien metros, alejados ahora un poco de las carpas, y reunidos por destacamentos en un lugar más abierto.

       Un momento después, de un costado un grupo de cincuenta azules emergió de la oscuridad y atacaron a un grupo menor de rojos. El repiqueteo de las espadas golpeándose entre si, los duros impactos a las armaduras y los horrendos gritos de los heridos, que poco a poco azotaban el suelo, era un torbellino confuso.

       Por el lado izquierdo surgió el Maestro y unos cincuenta hombres, unos quince de ellos montados. Fueron recibidos con flechas también y pronto se tuvieron que agachar. Pero al retomar la posición arrollaron a los rojos; fueron unos instantes de duro re-fuego, en el cual varios azules y rojos fueron ultimados.

       Las pocas armas de fuego eran usadas por ambos lados, y éstas creaban un ruidoso estruendo, sin embargo terminó con las vidas de varios hombres de ambos lados del pleito.

       Un grupo de arqueros rojos regresaban con flechas certeras al grupo que emboscaba a-caballo por un costado.

       Por varios minutos se encontraron en un duro conflicto. Los gritos y los chasquidos del metal sonaban sin cesar. Los caballos en sus brincos y asustados corrían de ida y vuelta; unos de ellos arrastrando a sus jinetes.

       Joko y su hermano prevalecían en la batalla, peleando ágilmente de pie; ambos habían caído de sus caballos. Peleando espalda-a-espalda acabaron con tres tipos. Joko observó cuando un jinete rojo se acercaba a-bordo de un caballo blanco. Joko pudo discernir que era el mismo que él había usado unos días antes. Entonces el joven soldado se escurrió entre el tumulto, acercándose al bandido; en seguida levantó su espada y golpeó duramente su casco, hiriéndolo al instante, derribándolo del animal.

       Los rojos retrocedían, pero mientras lo hacían perdían elementos, tanto que de pronto se encontraron huyendo hacia el bosque. Por fin y después de bastante pleito, y muchos hombres ensangrentados, los shogunes se doblegaron.

       El joven Motto se re-incorporó con Maotan y los demás. Persiguieron un rato a los derrotados cascos rojos, ya que el bosque no les permitía escabullirse tan rápido. Entonces fue que disparó de su arco varias flechas; una acertando en el cuerpo de un jinete, que al parecer era de los jefes contrarios.

       Muchos cascos rojos lograron escapar sin ser perseguidos, ya que en la oscuridad eran casi invisibles.

       Así fue que la victoria finalmente se dio para los súbditos del Emperador Meiji, en aquel bosque, en aquel Japón rebelde.

        La luz del día hizo finalmente acto de presencia, como si calculado por el audaz maestro; entonces Maotan llamó a una reunión.


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