La Conquista (Parte Tres - Final)

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Si bien Shuala era un enfermo asesino lo que no le faltaba era inteligencia, y la poseía en buenas cantidades. No le costó demasiado entender como funcionaba la vara de fuego. Tanto si quería incinerar un monte como una hormiga solo tenía que desearlo, pensarlo… y la vara lo incineraba. Claro que la práctica de este instrumento costó la vida de centenares de individuos pero Shuala no se detuvo hasta que estuvo absolutamente seguro de que era un cabal operador de la vara y, de paso, se divirtió como nunca en su vida. Se pasó días, semanas, quemando todo lo que se cruzaba en su camino e hizo un uso intensivo, abusivo, de la vara. Solo cuando se aburrió de matar individuos inofensivos se detuvo a planear los próximos pasos y estos estaban orientados al otro lado de la cordillera. Sabía que con unos miles de soldados y la vara podía derrotar a decenas de miles y con una pequeña planificación en unos días estaría saboreando el licor real del Valle Oeste. La ansiedad le torturaba y en una semana reunió a unos dos mil hombres y junto a su plana mayor se lanzó hacia la cordillera. Sabía que la travesía sería larga y penosa y que perdería a la mayoría de sus legionarios pero eso no le importaba, con setecientos le sobraba. Y la vara, claro. Y así, inclinado sobre un peñasco, al borde de un precipicio, con la noche en ciernes, llegó junto a quinientos hombres a enfrentarse a los diez mil legionarios del Valle Oeste que, alertados de su arribo inminente, esperaban perfectamente formados cien metros abajo, en los inicios del valle. Shuala dibujó una felina sonrisa en su rostro deforme y horrible, se puso de pie, tomó la vara y la apuntó hacia abajo…

 

                                  ……………………………

 

La vara…La vara. ¿Por qué no había funcionado?. Los legionarios enemigos escalaron el precipicio y los alcanzaron. Inútil fue que Shuala ordenara la fuga, un segundo ejército, oculto entre la espesura, les salió al paso y les cortó la retirada. Shuala se batió como un demonio y mató a decenas de soldados pero eran demasiados. Sus propios efectivos murieron cobardemente en plena fuga…No quedó nadie. La vara…En un último pantallazo de sus ojos que se apagaban la vio tirada a la altura de sus rodillas. ¿Por qué no había funcionado?. ¿Moriría en la ignorancia?.

Ya solo lo acompañaban los cadáveres de sus hombres dado que los enemigos se habían llevado los propios, que eran bien pocos. Solo entonces la figura plateada apareció ante su ya acotado campo visual. Le sonreía contemplativamente, quizás con alguna indulgencia. Levantó la vara de fuego y la puso ante su rostro, una débil luz roja titilaba lánguidamente. El Dios plateado la señaló con el dedo índice. Shuala pudo ver una serie de incomprensibles grabados bajo la pequeña luz roja. Fue entonces que murió, ignorando que quería decirle el Dios. Pero por más que el dios se lo hubiera explicado, Shuala no hubiera podido comprender que significaba la frase “BATERÍA AGOTADA”.

 

                                  ……………………………


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