La brisa helada

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   Me encontraba algo enfermo aquella noche, escuchaba la radio a oscuras, tratando de conciliar el sueño. Estaba muy cansado, la fiebre me maltrataba cuando sentí un helado soplido en mi mejilla. Extrañado encendí la luz, pero nadie había, aunque tenía la sensación de sentirme acompañado. Una extraña inquietud sembraba mi mente, mientras adoptaba una actitud de alerta. Había oído hablar de los visitantes de dormitorio, y me desasosegaba la idea de que unos marcianos me secuestraran para llevarme a una nave en donde yo sirviera como conejillo de indias para hacerme sádicos experimentos. Nervioso llegué a preguntar:

  -¿Hay alguien ahí?

   Al rato me fui a por una manzanilla, la infusión hizo sus buenos efectos y logré apartar esos confusos pensamientos de mi cabeza, por fin pude relajarme lo suficiente y cerré los ojos. A la hora volví a desvelarme al sentir un airecillo muy frío cerca de mi cara. La sensación que tenía era muy extraña, intentaba arroparme, pero no sentía por ello más calor. De nuevo encendí la luz, creía que ahora descubriría que estaba pasando, pero el resultado fue el mismo de antes, nada ni nadie estaban en mi cuarto salvo yo. Decidí tomar un libro, y pensar que aquello debía deberse a mi enfermedad, de esta manera me quedé como un tronco hasta la mañana siguiente.

 

        

   Tañían las campanas a muerto, una lúgubre melodía que me lastraba barriendo cualquier asomo de optimismo al comenzar el día, siempre había odiado esta maldita melodía. Imaginaba que con toda seguridad mi madre comentaría con la del piso de arriba cosas del finado, estarían con eso de que si era forastero o si era el hijo o el padre de tal o cual.

   De repente recibí un mensaje en el móvil.

  -Nuria se ha matado con el coche a las 3 de la mañana en la curva maldita.

   Fue como se me hubieran arrancado las entrañas, sentía como si me estuviera pudriendo en vida, maldecía incluso el haber nacido. Que cruel broma del destino, mi primera novia, el amor de mi vida, su dulce cara, y tantos recuerdos que ahora quedaban presos de la oscuridad de la muerte. Me quedé en estado de shock mucho tiempo, la mente en blanco, la cara desencajada, sin saber que hacer, parado y perdido, desorientado como un paleto en Nueva York. Sólo podía maldecir al destino.

 

 

  Ajado y roto asistí primero a su velatorio y luego a su entierro, estaba preciosa incluso en su mortaja, las lágrimas no paraban de brotar de mis ojos, aún incrédulo y derrotado me sentía. Era un alma en pena, en los días posteriores solía bajar al cementerio sobre el anochecer para ver su tumba. Allí volvía a sentir el frío de aquella noche, y ahora en vez de atemorizarme, tenía la sensación de que ella me abrazaba con gélidos brazos. No se si aquello era realidad, o sólo eran mis propias ilusiones por volver a estar algún día juntos los dos.

 

 

  Pasó un mes desde el accidente, cuando volví a sentir aquella brisa helada en mi cuarto. Grababa un programa de misterio en la radio de madrugada, debía madrugar a la mañana siguiente, me desperté, y creí ver su figura en la noche, pero desapareció en unos segundos, al poco me volví a quedar dormido. En mi sueño Nuria me esperaba en la puerta del cine, como en aquellos felices días, anunciaban los carteles su película favorita, y luego aprovechando la semioscuridad de la sala nos besábamos.

  Desperté con una sensación agridulce, después camino del trabajo puse la cinta del programa que había grabado la noche anterior, y entonces pude escuchar su voz. Decía: siempre te querré.

 

      FIN


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