Satisfaction

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-Al aeropuerto- dijo el cliente, tras entrar en el moderno taxi aparcado enfrente del Ritz.
No hubo más indicaciones, tampoco saludos de cortesía.
Acomodado en la parte trasera del taxi, el cliente saco su Ipad 6 y lo encendió.
El conductor, con rostro serio, lo observaba a través del espejo retrovisor interior.
La mañana era fría, ambos llevaban bufanda, y ambos comenzaron el trayecto en total silencio.

Satisfaction, de los Rolling Stones, sonó en la parte delantera del vehículo, pero el conductor no cogió la llamada. El cliente levantó la vista de su tablet y se encontró con los ojos del conductor en el espejo. Tras unos segundos, el cliente volvió a sumirse en la información que mostraba su Ipad.

La circulación era fluida a esa hora de la mañana, aunque los “pasos de peatones” estaban atestados. El taxi circuló más despacio a la altura de una exuberante mujer con un traje rojo y zapatos altos del mismo color y las miradas volvieron a encontrarse en el espejo. Esta vez, el cliente apartó la mirada primero.

Tras cinco minutos de conducción silenciosa el vehículo frenó bruscamente y el cliente perdió el contacto con la tablet sobresaltado.

Delante, una entrañable viejecita estaba cruzando la calle por una zona prohibida.
El espejo volvió a ser el punto de encuentro, mientras el taxista se encogía de hombros y señalaba a la anciana.

Tras retomar la marcha, al intentar recuperar el aparato de entre sus pies, notó otro ligero frenazo, dando con su cabeza en la parte trasera del asiento del copiloto.
-Joder- soltó el cliente al sentir una ligera punzada en su cuello.
Percibió claramente el notorio enfado en su rostro al recuperar su posición inicial y al encontrarse de nuevo ambas miradas. 
En la parte trasera del vehículo se oyó un ligero sonido apagado y el cristal de la ventanilla del lado del cliente bajó unos diez centímetros. El frío exterior cobró protagonismo, mientras el cliente encendía de nuevo el aparato electrónico. 

Los Rolling insistieron por segunda vez, pero tampoco hubo respuesta.

Cinco minutos más tarde el cliente apartó la vista de la lectura para verificar su situación en el recorrido, y preguntó -¿no vamos por la Avenida de los Príncipes?-
-Tengo un aviso de atasco en la calle Burgos-, dijo el conductor, señalando un trozo de papel que sobresalía de una pequeña maquina en la parte superior del salpicadero. Un ligero carraspeo se dejo oír, mientras la pantalla del Ipad pasaba al modo Stand by y el cristal de la ventanilla bajaba otros cinco centímetros.

El sonido de unas gaitas retumbaron dentro del vehículo, cuando el cliente conectó su Iphone para comprobar sus mensajes, y esta vez el carraspeo cambió de bando.

Con un simple toque del pulgar, el conductor encendió la radio desde los mandos del volante, y se empezaron a escuchar la noticias de las 06:30h.

-¿podría apagarla?-, dijo el cliente con voz seca.
El pulgar rozó nuevamente el interruptor del volante y el motor del vehículo volvió a recobrar el protagonismo. Las miradas en el espejo fueron tensas por ambas partes y, finalmente, se retiraron a la vez.

-Tengo prisa, ¿podría ir más rápido?, dijo el cliente, revolviéndose en su asiento.
El pedal del acelerador hizo aumentar el velocímetro, llegando hasta los noventa kilómetros por hora, mientras el conductor golpeteaba con el pulgar cerca del mando de la radio.

Tras los últimos diez minutos de conducción sin contacto visual, el vehículo se paró en la puerta de “Salidas Internacionales” del aeropuerto.

El cliente se agarró en el reposacabezas del asiento del copiloto y con la otra mano extendida, agitaba un billete de cincuenta euros. –cóbreme-, dijo, moviendo el billete de un lado a otro entre los dedos índice y corazón.

La pantalla iluminada del taxímetro marcaba un importe de treinta y seis euros y quince céntimos, hasta que el dedo índice del conductor apretó el último botón de la izquierda, bajo los dígitos, y el importe aumentó hasta los ochenta y tres euros con tres céntimos.

-No es suficiente-, advirtió el conductor, mientras el cliente, absorto en la información del último mensaje, terminaba de visionar un vídeo cómico de dos políticos rusos saludándose con un excesivo beso en los labios. Al volver a mirar el taxímetro, dijo. -¿qué tarifas ha aplicado? Éste importe es abusivo.

El satisfecho conductor, girándose hacía el cliente, pasando el brazo derecho por detrás de su propio reposacabezas, le explicó con tranquilidad y un leve tono de sorna: -Sumando el importe de la carrera, la nocturnidad, la conexión Wifi, la pérdida de calor del sistema de calefacción y la URGENCIA, posible motivo de infracción por exceso de velocidad, el resultado es el que marca ahora-.

-se está pasando usted. Esto no es legal, es un robo-, le espetó su cliente malhumorado.

-sólo aplico el máximo que la Ley me permite y las propias normas de mi negocio a clientes especiales como usted. ¿O ya no recuerda cuando era Presidente del Gobierno?, señor Rajoy.

Los Rolling volvían a cantar su canción más conocida, dentro del moderno taxi… año 2015.


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