UN JUEGO DE NIÑOS

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Diez… nueve… ocho… siete… seis… cinco… cuatro… tres… dos… uno.

Al terminar la cuenta atrás y girarse, dejando a su espalda la única pared de ladrillo rojo que quedaba en pie, en lo que antaño fueran las oficinas de la explotación minera “PippelMine”, sus ojos intentaron otear toda la franja de terreno libre que tenía ante sí.

A la izquierda, el río, se dejaba ver unos veinte metros antes de desaparecer detrás de una zona de cañaverales. –buena zona para esconderse- pensó.

Frente a él, en línea recta,  el camino estaba flanqueado por unos enormes pinos, donde podía ver hasta doscientos metros de la carretera de gravilla. –también podría ser-

Y a su derecha, las puertas verdes de la entrada al túnel principal, donde tres generaciones de su familia se habían dejado la piel  hasta hacía apenas año y medio.

–quizás-

Tras caminar diez pasos hacia el río, oyó lo que parecía un crujir de cañas, concentrando toda su atención en aquella zona. Antes de llegar a la orilla, con los ojos y los oídos bien atentos, se acercaba, en total silencio, intentando no perder de vista los otros dos cuadrantes.

En aquella aparte del río, los márgenes debían tener una separación de unos quince metros y el pronunciado desnivel de su recorrido lo hacía bajar con bastante caudal.

Al llegar hasta donde el agua bañaba la zona de cañas altas, volvió a escuchar el mismo sonido, acompañado, en esta ocasión, de un ligero movimiento en la parte alta de tres o cuatro juncos. –bien-, pensó, antes de meterse con las botas en el agua.

La fuerza del agua era considerable, aunque estaba decidido a internarse hasta donde pudiera ver con mejor ángulo.

Las rodillas le flaquearon, cuando una piedra cedió bajo su pierna izquierda y tuvo que apoyar la mano también. Al introducir un tercer miembro, notó con más fuerza el empuje del agua. Los juncos seguían meneándose.

Recompuesto del susto, creyó oír también un chirriar metálico y giró, muy despacio, el cuerpo hacia la entrada del túnel. –ahora voy  a por ti-

No queriendo perder el equilibrio por segunda vez, caminó por el agua manteniendo las piernas flexionadas.

Los juncos seguían balanceándose y él estaba a punto de encontrar la respuesta. De repente dejaron de moverse y un enorme tronco salió despedido de entre las cañas, río abajo, dándole un monumental susto.- mierda-

“Zona limpia”, pensó, al salir de río empapado hasta las ingles…

Ahora, las puertas verdes eran su próximo destino, aunque por su pesada estructura y el tiempo que debían permanecer cerradas, no era un buen sitio para esconderte si querías salir zumbando.

Al tirar de ellas, comprobando con agrado su teoría, se alegró por eliminar del juego aquella tercera zona. ¿Pero qué había oído entonces?

Sólo quedaba revisar el camino, pero -si quieren llegar hasta la pared tendrán que correr mucho- dijo, en alta voz, mientras escuchó de nuevo aquel chirrido.

–detrás del muro-, pensó.

A la carrera, rodeó el grueso muro de ladrillos para ver a sus dos amigos hablar entre ellos. –pillados-, gritó y corriendo, lo más aprisa que pudo, volvió a golpear en el punto de partida.

Gritando de alegría, saltaba y se reía de ellos, recordándoles lo buen sabueso que era.

Tras los dos minutos de euforia inicial, sus compañeros seguían permaneciendo detrás del muro. Desde el otro lado, les gritaba, recordándoles las reglas del juego, pero seguían sin aparecer.

Enfadado, no tuvo más remedio de volver a rodear la gruesa pared de la antigua oficina donde, en la época de actividad de la mina, guardaban los explosivos.

-chicos, ¿Qué hacéis? Os he pi..lla..doooo-

Cuando dobló por segunda vez el muro, vio a uno de los críos sujetar una plancha metálica, clavada a la pared, y, al otro, agarrar una vieja cuerda que salía de un agujero.

-Noooooooo-, fue lo único que pudo gritar antes de verlos saltar por los aires rodeados de ladrillos rojos… Sí, aquel grueso muro, que ya nadie recordaba haber dejado en pie, con la fallida carga explosiva en su interior. 


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