La venganza se sirve en Valdeorga (2)

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Por la noche, Don Julián preparaba en casa el debate electoral entre él y Rubén que se iba a celebrar al día siguiente, cuando entró Míriam al pequeño cuarto que Don Julián tiene como despacho.

—Sabes Julián, me da la sensación de que en el pueblo sospechan que he sido yo quien ha matado a esa muchacha, como no les sigo el juego.

—Míriam, no empiezas con una de tus paranoias, ya sabes que a la gente de los pueblos les gusta darle a la lengua. Y ahora si me permites, estoy ocupado con la campaña así que...

—No sé Julián... tú ante un escándalo muy  gordo ¿qué harías para que no te salpicara?

—En mis 18 años de carrera política nunca he tenido un escándalo. Me introduje en la política para poder llegar a ser el alcalde de mi pueblo porque había cosas que cambiar; en todos estos años he conseguido mejorar el pueblo, pero aún me quedan muchas cosas por hacer, por eso seguiré peleando, porque mi pueblo me necesita.

Por mucho que Don Julián se hiciera el loco, Míriam intuía que su marido era el autor del asesinato. En las últimas semanas percibió una inusual tensión en él; comía poco, llegaba tarde a casa y cogía mucho el coche. Además, tenía la certeza de que era putero. No solían hacer el amor y Don Julián, a pesar de entrar en la cincuentona, se encontraba sexualmente muy activo.

Mientras tanto, el resto de vecinos, excepto quienes se encuentran postrados en la cama conectados a mil maquinas incapaces de asegurarles la continuidad de sus vidas, se reúnen en la taberna de Ceferino y, a modo de juicio final, discuten acaloradamente sobre las circunstancias e hipótesis que rodean la muerte de la muchacha. Eufrasio, intenta poner orden antes de que se produzca un desmán popular.

—No seáis hipócritas, si nadie vio nada lo mejor es que estéis todos callados.

—¡Eso es!—interrumpió Ceferino—.Aquí se ha acusado a mi hijo sin pruebas. Exijo una disculpa.

—Yyy yooo taanbien—levantó la voz Rogelio, borracho e indignado con sus vecinos—.

Los vecinos se disculparon con ambos, aunque seguían dudando de Rogelio. Al final, con tanto alboroto, Eufrasio ordenó desalojar la taberna. 

Habían pasado cinco minutos de las dos de la madrugada, y ni Don Julián, ni Míriam, pegaban ojo; aunque Míriam fingía estar dormida para despistar a Don Julián. Por eso, creyendo que estaba profundamente adormilada, Don Julián se levantó de la cama, se puso las zapatillas de andar por casa, cogió una bata y las llaves del coche y bajó al garaje. Míriam se enteró de este movimiento y decidió perseguirle. Bajó al garaje y se encontró a Don Julián con unos botes de pintura en la mano haciendo noséqué en el maletero. 

—¿Qué haces Julián?

—Eh… nada de tu incumbencia. Retírate—desdeño Don Julián mientras se sentaba en el maletero y escondía los botes de pintura—.

—Julián que no soy tonta—intentando apartar las manos de su esposo, encontró una mancha de sangre que se esparcía por todo el maletero—,¿eso es sangre?

—No, quita.

—Así que has sido tú ¿eh? Serás desgraciado. 

Don Julián agachó la cabeza, sabía que había cometido un grave error al bajar furtivamente al garaje de madrugada.

—Míriam, ya sabes que nunca te pido nada; pero esta vez, te sugiero, no, te ordenó como marido y protector económico tuyo que soy, que te mantengas callada.

—¡Uy Julián!... pero esto es un escandalazo en toda regla ¿Cómo quieres que me calle ante este vergonzoso y cobarde acto que has cometido?

—No serás capaz de...

—¿De callarme?... Sí, podría ser capaz, pero requiere un esfuerzo que te puede costar muy caro, literalmente hablando.

—¿Qué quieres sacarme el dinero?

—Bueno... es que creo que es justo recibir una recompensa por no contribuir con la justicia.

Don Julián sudaba cada vez más, y Míriam se frotaba las manos porque tenía a su marido por primera vez en veintiséis años a su merced.

—¿Cuánto quieres?

—Lo primero que quiero es que te plantes en las elecciones.

—¡Estás loca!

—¿Quieres o no ir a la cárcel?

Don Julián veía desvanecer de un porrazo todas sus ilusiones.

—Y, ¿qué más quieres de mí?

—Quiero todo el patrimonio de la bodega. Así como lo oyes. 

—Pero Míriam... ¿de qué voy a vivir?

—Siempre podrás abrir otro negocio en otro lugar, dinero para ello tienes. Yo te prometo que me callaré para siempre.

—Faltaría más...

—Entonces, ¿trato hecho?

Don Julián no tuvo más remedio que aceptar el trato si no quería caer preso como otros tantos políticos. Traspasarle el negocio a Míriam, por mucho que le doliera, era un mal menor en comparación ir a la trena. Así que aceptó a regañadientes; quedaron en verse con un notario cuando pasaran las elecciones, unas elecciones de las que también se tenía que retirar. Muy enfadado y dolido, pasó esa noche fuera de casa para alejarse de quien quería vilmente chantajearle. Se sentía traicionado por su propia mujer, que ya por supuesto iba a dejar de serlo; pero siendo jorobadamente consecuente, entendía que él también le había traicionado en la fidelidad. Estuvo ideando un contraataque perfecto para no perder todo lo que poseía.


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