Solos (continúa la saga de la suerte)

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Eusebio se vistió con calma. No había ninguna prisa en salir de la casa. De hecho todo el mundo salía de allí como si se tratase de cualquier otro tipo de alojamiento hotelero, al mediodía. Le llamó la atención el increíble silencio reinante, tanto dentro de la casa como fuera de ella. Aquello no era normal. Abrió la ventana de madera del dormitorio y miró al exterior. No se veía a nadie por la calle. ¿Es que no pensaba levantarse nadie ese día?



Mientras Tomasa terminaba de asearse y vestirse, Eusebio salió al pasillo a averiguar el motivo de aquella holgazanería extrema. Aporreó algunas puertas pero no recibió contestación, lo que le extrañó sobremanera porque sabía que algunos tenían el sueño ligero y despertaban con el ruido de una mosca. Bajó la escalera en dirección al recibidor. Nadie. Normalmente, en ese sitio, por las mañanas se saludaban algunos mientras tomaban su primer café y echaban, asimismo, un cigarrito. No había restos de nada, ni tazas, ni colillas en los ceniceros. Todo limpio, como si no hubiera estado nadie allí en muchas horas. Tomasa apareció por la escalera.

- ¿Qué es lo que pasa, Eusebio?, aquí no hay nadie. ¿Dónde está todo el mundo?

- No tengo ni puñetera idea, Tomasa. Me está pareciendo una broma de muy mal gusto. Cuando pille al cabronazo...

- Está todo en silencio, como si se los hubiera tragado la tierra a todos. ¿Habrá pasado eso?

- Mira que eres fantasiosa, mujer. Lo que pasa es que quieren reírse un rato a nuestra costa, ¿no te das cuenta? Seguro que están todos escondidos y cuando salgamos nos jalearán como si fuéramos unos recién casados.

- No sé, Eusebio. A mí todo esto ya me está empezando a asustar un poco.



Eusebio no contestó. No merecía la pena. Se dirigió a varias casas de los alrededores y llamó a las puertas, gritó y tiró piedras a sus ventanas. Nadie atendió su llamada. Empezaba a cabrearse de veras. Se sentó en el suelo. 'A ver quien se cansa antes', pensó. Así estuvo alrededor de una hora. Definitivamente aquello no parecía una broma. El pueblo se había quedado desierto de la noche a la mañana. Solo se oía el trinar de los pájaros y alguna chicharra que empezaba a avisar del calor que se avecinaba aquel día.

- Deben haberse ido a algún sitio de excursión sin contar con nosotros- sentenció Eusebio. - ¿Sabes que te digo? Nos volvemos a la casa a seguir retozando. Ya volverán. Tenemos todo el día para nosotros, ¿qué te parece?

Y Tomasa accedió. La noche también había sido corta para ella.


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