Lo eterno toca a su fin

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En un mundo impasible y despiadado, en una ciudad por la indiferencia corrompida. Entre la oscuridad de la noche un hombre camino. Con paso lento pero firme de aquel que no quiere llegar a su destino pero que ya tomo su decisión. Cicatrices que no pueden curar, heridas que no dejan marcas visibles y aun así son devastadoras. Nuestro hombre pasea al lado del río, nadie se fija en la solitaria y enigmática figura que encarna.

¿Que hace que algo sea eterno? Se preguntaba nuestro misterioso personaje. Mientras lentamente se acercaba a su destino intentaba dar con una respuesta. Sonrío mientras pensaba cuantas veces juraron para siempre y cuantas veces desaparecieron. Cuantos planes infalibles fallaron, cuantas lagrimas derramadas por perder aquello que no se puede perder.

La tenue luz de las farolas parecía acompañarle a su ultimo destino. La impenetrable oscuridad le arropaba y la brisa le empujaba. El puente, allí se dirigía. A paso lento pero constante lo que antes parecía lejos ahora estaba a un tiro de piedra. Su cabeza le imploraba que parase que reconsiderase, que olvidase.... Pero algo mas fuerte le animaba a continuar, su corazón ,su espíritu había tomado una determinación. No hay vuelta atrás, no hay olvido, no hay cura para las heridas del alma, no hay arreglo para la cordura rota.

Y ahí estaba, ultima parada. El punte de acero... parecía que nunca iba a llegar. Parecía que el camino seria eterno. Pero una vez mas lo eterno tocaba a su fin. Subido a la barandilla contemplo el agua negra como la noche que le rodeaba. Sin miedos que le atenazasen, sin sentimientos que le retuviesen por primera vez se sintió seguro. No había incertidumbre, no había misterio que resolver, la muerte espera, y lo eterno toca a su fin.

Rápido y sin ningún tipo de orden o estructura su mente recordó lo que había sido su vida. Recordó a su madre arroparle por la noche. A su padre enseñándole el mundo poco a poco. A sus amigos con los cuales vivió locuras e historias absurdas. A su mente acudieron los recuerdos de cuando se decidió apuntarse al ejercito. Como se prepararon para la guerra, como les inculcaron lenta pero constantemente la idea de defender su patria hasta volverlos fanáticos.

La guerra estalló y el fanatismo inculcado por su país dio sus frutos. Cometió crímenes, no contra las leyes, peor aun, contra su moral que ahora se tambaleaba como lo hacia su frágil mente. Y poco a poco el descenso a la locura fue inevitable. Fue imposible recomponer los pedazos de la cordura que las atrocidades cometidas dejaron detrás de si. Y así fue como un buen hombre, al que educaron en la paz y el respeto, perdía una de las pocas cosas valiosas que tiene el hombre, sus principios.

Su mente sin poder olvidar, sin poder perdonar solo tenia dos salidas. La terrible e impredecible locura o el misterioso escalofriante y dulce abrazo de la muerte. Durante mucho tiempo la locura fue la decisión que su cuerpo inconsciente decidió tomar y parecía que no eso nunca cambiaría. Se aisló del mundo al que consideraba el enemigo. Pero una vez mas lo eterno toca a su fin. Sin saber si empujado por la locura o la poca cordura que le quedaba decidió que era hora de acabar con todo. El ya estaba muerto. Eligió el camino fácil, el de los cobardes.

Y ahí estaba ahora, solo, únicamente la locura como eterna compañera. Sonrió y salto. Las frías y oscuras aguas se tragaron lo poco que quedaba de su existencia, sus recuerdos, su cuerpo...todo lo que le hacia eterno. Un a vez mas lo eterno toco a su fin.  


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