Ambiguo episodio nocturno en un hospital

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 La habitación estaba oscura. El haz de luz otra vez atravesaba la puerta y se ubicaba rectangularmente contra la pared y parte del techo. Lucio taciturno en la cama, con los ojos abiertos, lamentaba el hecho de haber tirado los anteojos mientras corría con sed de suicidio hacia la Bahía.


 Beatrice dormía de brazos cruzados sobre la silla. De modo que su madre había vuelto… y ahora su cabeza reposaba sobre la almohada improvisada en su sobretodo arrugado y hecho un bollo contra la pared. "Bonita manera de dormir."


 Lucio se incorporó lentamente y con esfuerzo. Estirando su mano logró alcanzar con el dedo índice el bolso de Beatrice que estaba sobre la mesa de luz y, hurgando en su interior, halló los anteojos de ella: se los puso. Continuó revisando y encontró monedas sueltas, la billetera, caramelos, un sofisticado portacosméticos. Extrajo divertido el espejo y se observó con los anteojos de su madre puestos. "Parezco una vieja", pensó. Y de pronto una idea casi fetichista: abrió el lápiz labial carmesí y se lo pasó suavemente por los labios. El olor le resultaba muy agradable, igual que su tersura. Al mirarse en el espejo otra vez no pudo contener la risa. "Ahora soy una pensionada con un serio desorden hormonal..."y se tocó la barba crecida y áspera. Se limpió pronto los labios con el dorso de la mano, ¿qué diría su madre si despertaba? Se comió un par de caramelos y arrojó el bolso de nuevo a la mesa de luz, por poco golpeando la jarra de agua.


 Los caramelos le irritaron el paladar y por unos minutos disfrutó recorriendo con su lengua las ínfimas heridas, provocándose un ardor muy placentero. Sus costumbres bucales siempre fueron masoquistas: cepillarse hasta hacer sangrar las encías, arrancar y mordisquear pequeños trozos de piel del interior de la boca o del labio inferior, hundir la punta de la lengua entre las muelas y/o rasquetear con ésta su frecuentemente irritado paladar. La sensibilidad de la lengua aumenta desmesuradamente el tamaño de las heridas superficiales de la boca, heridas que los dedos nunca encuentran y que a la vista, después de vencer la inmensurable oscuridad bucal frente al espejo, parecen nimios cortecillos o lastimaduras más pequeñas de las que se imaginaban.


 Lucio tenía unos labios muy bonitos, sobre todo cuando sonreía con ellos o cuando se los relamía inconscientemente. Eran los labios que habían succionado el pecho de Beatrice y que luego habían recorrido todo el cuerpo de Leticia para terminar en la mejilla gorda y rosada de uno de sus hijos, o de nuevo en su madre, en una mejilla triste y arrugada."Imposible sonreír con tanta vida."


 Había mamado de los pechos de su madre por cinco meses y luego la leche se acabó. Después empezó a succionar otras cosas: dedos, juguetes, chupetines, botellas de vodka, o de licor.


 Giró la cabeza para contemplar a su madre dormida.
 "Fui malo…"


 Alguien golpeó tres veces la puerta y la abrió sin esperar permiso.
_ Lucio, ¿estás despierto?_ Susurró Martín, penetrando en la oscuridad con prudencia y lentitud.
_ ¿Martín, sos vos? ¿Qué hacés acá?
_ Vine a verte…_ Dijo a medida que se acercaba._ Supe lo que te había pasado.
_ ¿Cómo me encontraste?
_ Te busqué en la guía telefónica. Hablé con Leticia y ella me contó… casi todo._ Martín sonrió._ No podía dejar de venir… ¿Qué te pasó?
 Lucio suspiró y se quitó los anteojos de su madre.
_ No sé qué fue lo que te dijo Leticia, pero la verdad es que intenté suicidarme de la forma más estúpida que se me podría haber ocurrido.
 La voz de Lucio despertó a Beatrice, que dirigió una mirada cuidadosa hacia él.
_ No soy la persona indicada para opinar sobre lo que hiciste, pero al menos podrías decirme cuál fue el motivo.
 Lucio guardó silencio. Beatrice continuó inmóvil, escuchando su respiración asmática en la oscuridad y distinguiendo apenas el contorno de su cuerpo y el brillo leve de sus ojos sobrehumanos al tenue reflejo que entraba por la ventana.
_ No lo sé._ Respondió Lucio, dirigiendo su mirada al frente, hacia Martín. Su tono de voz se volvió, extrañamente, más grave y monótono._ A veces no soy yo el que decide. A veces… algo me controla… A veces sólo escucho... a los que me persiguen y me piden, me ruegan, que me mate.
_ Me asustás, Lucio.
_ No te asustes... Tengo problemas conmigo mismo; si fueran problemas con otro ser podría resolverlos..._ De pronto Lucio bajó la cabeza y lloró con la amargura digna de un niño.


 A Beatrice se le erizó la piel. Por un momento había sentido que Lucio era una suerte de maléfico extraño y no su hijo, y ahora que lloraba quería abrazarlo y cantarle para que se durmiera.


_ Todo lo que vi... me hizo descubrir al Mr. Hyde que tenía adentro… Merezco morir; de hecho no tendría que haber nacido nunca..._ Lucio detuvo su llanto y se mordió un dedo._ Hay cosas que no puedo hablar con nadie.
_ Son las cuatro de la mañana…_ Martín miró su reloj._ Lo mejor es que me vaya y vuelva mañana. Tenés que descansar y yo también.
_ No tengo sueño.
_ Intentá dormir igual. Hasta mañana, Lucio.


 Martín se fue. Su ausencia era misteriosa como la de un dios que observa. Su ausencia no era ausencia, sino una extraña paurousía imperceptible.


 Los ojos de Beatrice parecían de plomo, como en aquélla aventura de Mort Cinder que había fanatizado al joven Lucio.


 El respaldar de la cama descendía lentamente y Lucio se daba vuelta para dormir, tapándose hasta los hombros. Beatrice abandonó su catatónica quietud y clavó los ojos de plomo en él.


_ Mamá, ¿estás despierta?
 Ella no contestó. En la oscuridad Lucio pudo ver el leve brillo de sus lágrimas. Sus ojos ni siquiera pestañeaban.
_ Mamá, ¿estás bien?


 Beatrice se sentó sobre la cama y extendió sus brazos, envolviéndolo en un abrazo desesperado.
_ Mamá, estás llorando… ¿qué te pasa?


 No hubo ninguna respuesta. Beatrice continuó abrazándolo y en algún momento Lucio se quedó dormido.    


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