El padrino III

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- Chico-, le dijo haciendo una pequeña pausa -te acogí en mi seno desde muy pequeño, a falta de tu padre y con la obligación moral de sustituirle-. Él sabía que eso no era del todo cierto, pero quizá el muchacho no advirtiera el leve error.

- Pero es que...- interrumpió el joven.

- Shssst...- le hizo callar, levantando una mano, aventurando cual era ese pero -me debes un gran favor que no pienso cobrarte nunca, aunque eso sí...- dio una gran calada al puro habano que fumaba -tu lealtad hacia mí debe ser incuestionable. Por eso he decidido ponerte a prueba. Si, chico, tendrás tu oportunidad. Y, ya que lo has planteado, vas a ser tú precisamente quien lo lleve a cabo...-. Dio otra gran calada y expulsó el humo lentamente, reflexionando. -Señores, la reunión ha concluido- sentenció finalmente, -y a ti chico te espero a la hora del almuerzo en mi local.

El resto de la mañana el muchacho estuvo intranquilo. Iba a encomendársele una misión de alto riesgo. Algo a lo que no estaba hecho, pero que debía cumplir por indicación de Él, si quería seguir gozando de sus favores. Siempre hay una primera vez. No le quedaba otra que seguir sus órdenes y, aunque iba haciéndose de camaradas dentro de la organización, todavía tardaría algún tiempo en fraguar su venganza. Fuego lento.

A la hora convenida se dirigió al restaurante. Llovía copiosamente y se levantó el cuello de su chaqueta, acelerando el paso. Entró y miró en dirección a la mesa donde, sabía, solía sentarse a almorzar, solo. Despacio, cauto, se acercó y bajó su cabeza, aproximándola a la boca de Él. Se lo dijo una sola vez, al oído. El muchacho se irguió, hizo un movimiento aseverativo con su cabeza, mezcla de aprobación y reverencia, y salió del restaurante decidido.

Con la satisfacción de haber resuelto el problema, que el chico sabía lo que tenía que hacer y que no lo defraudaría. el “don" terminó su plato de pasta italiana frugalmente. Después recreó la vista en el resto de comensales y se pasó, descuidadamente, el meñique por su oreja, una oreja fina, aguzada, el instrumento fundamental de su trabajo, que debía estar en continua alerta. Sin embargo, en esta ocasión su oído fue incapaz de percibir que por la puerta de los aseos había entrado la muerte personificada en tres individuos que, sin dilación, dispararon a quemarropa contra él.


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