DESDE LA MIRILLA (Primera parte)

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02.30a.m.Moisés deambulaba nervioso por su apartamento, sin saber en realidad qué era lo que quería hacer. Seguramente porque cualquier cosa que hiciera, sería la repetición de lo que ya había hecho durante las siete madrugadas anteriores. La sensación de déjá-vu era constante. Encendió el enésimo cigarrillo..., en realidad echaba mano del paquete de tabaco cada diez minutos. Teniendo en cuenta que ésta era la octava noche que no dormía nada, un cigarrillo más o menos le traía sin cuidado.

Ocho noches de insomnio, ocho mil idas y venidas al portátil, ochenta mil aburridos programas de televisión. Volvió a releer sus libros favoritos, hizo abdominales, salió alguna noche a correr por el parque, e incluso se había masturbado sin ninguna apetencia sexual, en un intento vano y desesperado, dirigido únicamente a caer en los brazos de Morfeo, utilizando, para ello, el método que fuera necesario. Después de tomarse no sé cuántos somníferos sin éxito, sin ningún tipo de sensación soporífera, que le obligara a cerrar los ojos ni durante diez miserables minutos seguidos, le quedaba el consuelo de que, al menos, el Orfidal, conseguía el efecto de mantenerle medianamente tranquilo, alejando la desagradable sensación en el pecho de presión y de ahogo, que le producía la ansiedad, por la desesperación que le generaba el llevar tanto tiempo sin poder dormir. Sin duda es una experiencia, que no hay ser humano que la pueda soportar sin volverse loco. Y él estaba a punto.

Sus pensamientos rondaban tan dispersos y acelerados por su cerebro, que apenas podía concentrarse en ninguno de ellos ni un solo segundo. Sólo deseaba que llegase la mañana siguiente para acudir a la cita de las doce y diez que teníaprogramadaen la Unidad del Sueño del Hospital de Especialidades de la ciudad. A las once vendría a buscarle Noelia, su novia desde hacía tres años. La pobre estaba más preocupada que él, le había propuesto quedarse esa noche en el apartamento, y hacerle compañía si no conseguía conciliar el sueño, pero Moisés pensó, que con uno que no durmiera, ya era suficiente.

Encendió otro cigarro y se sentó en el sillón individual de cuero marrón, situado frente al televisor encendido. Cambió los canales con cierto automatismo, miraba la pantalla pero no veía lo que en ella se estaba emitiendo. Dejó un programa al azar, donde varias personas jugaban una partida de Póker, aunque si también al azar, en ese canal estuvieran emitiendo un mensaje político de algún líder chino, le hubiera dado exáctamente la misma importancia, ninguna. Estiró las piernas sobre la mesa baja situada entre él y la televisión, apuró ansioso lo que quedaba por consumir del cigarrillo y lo apagó en el cenicero que reposaba en una mesita redonda de madera, tallada con adornos arabescos, situada a su izquierda, en la que había dejado también el móvil, junto con las llaves y la cartera. Reclinó la cabeza hasta apoyarla en el respaldo del sillón, inspiró profundamente y soltó despacio el aire acumulado en sus pulmones para relajarse, buscó la imagen de Noelia en su aturullado cerebro, intentando visualizar escenas agradables y así dejar que pasaran las horas, para ganarle terreno a la noche.

Escuchó ruidos fuera del apartamento, en el pasillo, cerca de su puerta, el sonido era muy parecido al que producen los tacones de unos zapatos de mujer, pero con un matiz algo más agudo..., como el "clack" seco, que produce la mitad de una castañuela, al chocar contra la otra mitad. Miró la hora en el teléfono móvil, las03.15. Apagó el televisor, se levantó curioso y caminó hacia la puerta intentando no hacer ruido. Acercó el ojo a la mirilla con cierto sentimiento de culpabilidad por andar metiéndose en asuntos ajenos, pero..., ¡tenía tanta noche por delante...!

La luz del pasillo estaba encendida. El extraño sonido se iba acercando a su puerta desde el lado izquierdo, desde la escalera. Por su cadencia parecían pasos. Justo delante de su puerta vio pararse a un hombre con una melena larga, hasta rebasar el principio de su espalda, ondulada, de un color castaño rojizo con mechones ocre, que le nacía desde la parte más alta de la frente. El perfil derecho del rostro que la posición de esa persona ofrecía a Moisés, dejaba apreciar una ceja cobriza poblada y larga, la nariz aguileña y huesuda, y unos maxilares muy marcados adornados por una patilla fina que descendía hasta juntarse con una perilla larga y de las mismas tonalidades que su cabello.

Desde la mirilla, la retina de su ojo descendió para seguir escaneando al inesperado visitante, con la excitación de un voyeur..., con la seguridad que le daba el observar a alguien, que no sabe que está siendo observado.

El tipo llevaba una especie de capa negra. Moisés la recorrió a lo largo hasta llegar al final de la prenda, que acababa a la altura de los tobillos...., parpadeó..., volvió a parpadear... Sintió un temblor en el ojo, un tíc que mandó una especie de corriente al cerebro, provocando que un escalofrío le recorriera el espinazo. ¡Pezúñas!...Ese tío no llevaba zapatos..., ni siquiera iba descalzo, lo que Moisés vio eran... ¡pezúñas..,pezuñas de chivo! En ese instante el rostro del hombre comenzó a girarse hacia él, como si supiera que estaban observándole detrás de la mirilla. Moisés dejó inmediatamente de mirar, y se echó hacia atrás colocándose las manos sobre la cara, incrédulo.

-¡Esto no puede ser..!- Masculló. Se le escapó una risa nerviosa y continuó hablándose a sí mismo entre susurros. -¡Demasiadas pastillas..., la falta de sueño..! ¡Dios..., creo que acabo de alucinar joder..! ¡Si... eso ha sido..., ha debido ser sólo eso...! ¡Una...jodida...alucinación!- Pauso las palabras, intentando convencerse de que todo era producto de su imaginación.

¡Clack! ¡clac! ¡clack...! El vello de la nuca de Moisés se erizó al volver a escuchar ese maldito sonido. Sus ojos se abrieron asustados, sin apartar la mirada de esa pequeña ventana en su puerta, con vistas al terror. Atemorizado, se acercó de nuevo hacia la entrada, despacio..., muy despacio. Colocó lentamente su ojo en la mirilla.... Un ojo ámbar amenazante, esperaba justo al otro lado, observando.

Moisés retrocedió con el corazón desbocado, se lanzó al interruptor situado junto a la puerta y apagó la luz del salón, quedando todo sumido en una oscura penumbra. Corrió aterrado en busca del móvil, tropezó con la mesa baja y su cabeza golpeó contra el duro brazo metálico del sillón de cuero negro

Quedó unos segundos conmocionado, con medio cuerpo en el suelo y una pierna encima de la mesa baja. Le dolía la ceja izquierda donde había recibido el golpe, se tocó despacio para comprobar los daños, sintiendo a la vez, un fino y templado hilo de sangre resbalando por su mejilla. Levantó una mano temblorosa para palpar por encima de la mesita redonda de madera buscando el móvil, lo encontró y abrió la tapa. La luz del teléfono iluminó su rostro sudoroso, desdibujado, pálido, con un rastro rojo emanando de la ceja herida.


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