Raíces de odio parte 2

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A decir verdad no me fijé mucho en el paisaje urbano que ante mí  se dispuso, ya que prefería sentir la emoción de empaparme de él cuando ya estuviese allí asentado, por lo que todo el trayecto lo pasé con las cortinas cerradas y durmiendo tras una noche de despedida entre alcohol, tabaco  y cocaína (muy al pesar de mi mejor amigo y compañero en Madrid), pero la situación lo demandaba, por lo menos lo de la cocaína.

Tanto fue así, que el conductor del autobús tuvo que despertarme al llegar al final del trayecto marcado por mi billete, ya que pasé todo el camino durmiendo la mona como anteriormente he dicho. Mis atribulaciones ocurrieron durante los 10 primeros minutos del viaje antes de irme a las tierras del sueño (lo de las tierras del sueño es un claro guiño a H.P. lovecraft, ya que nunca es malo citar a los grandes).

Bajé del transporte medio adormilado, con la boca reseca al igual que los ojos, y con un incipiente dolor de  cabeza que se agrandaría si no tomaba algún ibuprofeno rápido, suerte que tenía cuatro cajas en el macuto.

Tras recoger mis exiguas pertenencias, (un auténtico petate militar de los antiguos, en verde oscuro y con el águila de la infantería a mitad de la bolsa) caminé hasta el interior de la estación de autobuses, no sin antes echar un vistazo a mi alrededor, y sorprendentemente poco había cambiado en aquella zona, a excepción de  varios edificios enormes y la ausencia de ese toque rural que caracterizaba a mi pueblo doce años atrás, pero en su mayoría seguía igual, un colegio tras la pequeña estación de autobuses, la peluquería “Fanny” en frente de una de las puertas de salida, y un autoservicio del cual no me acordaba del nombre ni leí tampoco, solo quería llegar al bar y beber. Mentira, también quería tomarme el ibuprofeno.

Básicamente todo era parecido a como lo recordaba, por dentro de la estación, la estética seguía más o menos igual a como era, paredes blancas, suelo blanco, bancos oscuros, una pequeña ventanilla, un bar, y toda la gente esperando dentro de este, que no era mucha.

El bar era el clásico de barrio obrero y pequeño adornado como todo el edificio en el que encontraba, paredes blancas, suelo blanco, con 5 mesas y el doble de sillas, todas ella bastante gastadas, papeles, palillos y demás mugre por el suelo, una pequeña barra que aislaba a los trabajadores del bar de la gente donde 3 parroquianos, ancianos todos ellos, bebían su caña de cerveza pensando en sus cosas. Me senté en el extremo derecho de la barra, que estaba vacío, donde una mujer joven, bastante escuálida y fea me atendió con aburrimiento

-dime- fue lo que me dijo a modo de saludo y como parte de su trabajo

Me lo pensé durante un periodo de tiempo bastante más largo de lo habitual, pero finalmente me decidí por algo ligero y dulce

-Una Coca-Cola y un vaso de agua por favor- demasiado cortés para la ocasión me dije a mi mismo, pero el tono rudo de pueblo lo había perdido hace años

Abrí mi petate mientras venía mi pedido ante la curiosa mirada de los viejos (los cuales no tenían nada mejor que hacer que mirar a un extraño con un petate militar mientras lo abría).

Busqué con ansia una caja de ibuprofeno (de 600 mg, prohibidos por la sanidad, pero uno tenía sus contactos) y saqué una pastilla, cuando cerré el petate y me incorporé pude ver como dos de los viejos se encendían un pitillo, la camarera interrumpió aquel cruce de miradas con otro aburrido:

-aquí tienes-

Antes de que se fuese le pregunté que si se podía fumar en el establecimiento, a lo que me contestó afirmativamente, me extrañe en parte, ya que estaba prohibido, y le pregunté por aquel hecho, a lo que, tras una mirada de “que estás diciendo” me dijo que sí, que en Neopatria estaba permitido desde hacía dos años.

“pues va a ser verdad  lo de aquel convenio con el gobierno para auto legislarse”

Bebí el agua y tomé la pastilla y a continuación saqué mi paquete de cigarrillos y comencé a fumar. Me relajó bastante tras 5 (finalmente) horas de viaje sin probar calada.

Fumé y bebí con tranquilidad, ya que estaba esperando a que uno de los hombres de Emilio llegase a por mí. Pero fue mucha tranquilidad y finalmente me bebí aparte de la coca-cola una caña y un Barceló-cola.

Tras hora y media esperando, y ya solo en el bar, apareció dicho hombre. Tendría pinta de rozar los veinte, vestía con camiseta y vaqueros además de zapatillas, peinado con una pequeña cresta y  bien afeitado. Lo que era un chaval normal.

-Hola- me dijo sentándose a mi lado, sacó un cigarrillo y se lo encendió, lo que me dio ganas de hacer lo mismo, por lo que le imité

-Hola- le respondí sin mirarle, esperando su reacción.

El chaval pidió una jarra de cerveza, y debido a que eran las 9 de la noche y la cocina del bar estaba abierta, la camarera le puso una pequeña tapa de comida consistente en 2 empanadillas y 4 patatas fritas.

-Pff, vaya mierda de tapa hija, normal que no haya aquí nadie- la camarera ni siquiera respondió, se limitó a meterse en la cocina de nuevo, yo por mi parte continué mirando a la pared de detrás de la barra

El chaval comió rápidamente la tapa entre miradas hacia a mí, parecía observarme, pero sin cuidado, hasta que finalmente me cansé de ello. Necesitaba urgentemente una ducha y descansar, sin contar que todavía me quedaba una larga charla con Emilio

-¿me estás mirando?- hablé instintivamente, ni siquiera lo pensé, aunque luego me felicité por ello, seguramente Emilio le habría pedido al chaval que intentase hacerme un  examen preliminar para ver mis arrestos, y aunque no fuese así, ya presentaba yo mis credenciales.

-¿algún problema?- contestó el masticando la última patata frita, pude ver (a disgusto para mí) todo el proceso ya que no cerraba la boca para comer. Me puse algo gallito tras su respuesta

-sí, ¿por?-

El chaval se levantó y me miró con desafió en sus ojos

-¿me estás vacilando, viejo?- continuaba masticando,   eso terminó de ponerme alterado. Si me hubiese puesto furioso aquello habría acabado peor.

Sin levantarme de mi asiento le di un tortazo en plena mejilla, no al cien por cien de mis fuerzas, pero lo suficiente como para que trastabillase un poco

-¡Que haces, gilipollas!- gritó mientras se abalanzaba hacia mí.

La camarera gritó de miedo, el dueño del bar salió pero no dijo nada, y el chaval acabó con la cara en la barra apresado por una llave mía al tratar de devolverme el golpe.

-¿más tranquilo, hijo?-  le dije sin acritud, apretándole el hombro y el codo cada vez que intentaba deshacerse de la presa, por lo que emitía gemidos de dolor cada vez que ocurría aquello.

-sí- contestó finalmente entre gemido y gemido.........Continuará...


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