BAJO LA HORA BRUJA. -2ª Parte

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Enviado el , clasificado en Intriga / suspense
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Tras desayunar dignamente y charlar durante un buen rato con el conserje que era una persona agradable y dicharachera, decidí visitar aquel día “Cangas de Onis” y por supuesto y ya que, me pillaba casi prácticamente de paso, El Santuario de Nuestra Señora de Covadonga. Cosa que me llevó la casi totalidad del día.

Lo que yo no sabía, o; más bien no recordaba, era que nos hallábamos en pleno día siete del mes y por ende mi cumpleaños. Ocurrió que en mi ausencia, llamó al hotel el “bueno” de Fernandito, Dios lo tenga en su gloria el día que se muera. E informó a todo el mundo de tal evento. Además no contento con tal hazaña, le propicio a mi madre el número de teléfono del hotel. La buena mujer también llamó en mi ausencia, con la intención de felicitarme y al no dar conmigo, completó debidamente la información detallada por mi amigo del alma, poniendo al corriente a todo el mundo habido y por haber de mi divorcio y de mi depresión y rogando encarecidamente al conserje que cuidaran bien de mí. Así que a mi vuelta al hotel henchido de orgullo, pensando que mi solitaria presencia en el lugar, debía de despertar en todos un aire, cuando menos enigmático, romántico y misterioso de viajero solitario a mi alrededor, me encontré con un recibimiento que me recordó a las mejores películas de Berlanga. El conserje, el director, la administrativa y unos señores de Bilbao y de Murcia que estaban allí en medio de un viaje organizado, nada más verme entrar por la puerta al salón comedor para cenar, se pusieron a cantarme a voz en grito y con cierto tono desafinado, propiciado sin duda por los lingotazos de orujo que habían ingerido por la tarde en su visita a Ribadesella, el “cumpleaños feliz”.

Cené con ellos totalmente azorado, esquivando como podía las preguntas más impertinentes sobre mi ex, y el por qué habíamos roto la relación. Me invitaron tras la cena a sidra y terminamos cantando, o mejor dicho, mutilando cruelmente el “Asturias patria querida, Asturias de mis amores”

Al día siguiente que era domingo, me levanté víctima de una monumental resaca de las que terminan haciendo historia. El autobús con los señores de Bilbao y Murcia salía en ese momento con la intención de pasar el día en Santander, me invitaron a acompañarles pero agradecido terminé declinando la bien intencionada oferta. Eran sin duda una compañía muy agradable, pero me apetecía volver a las raíces de las intenciones, que me había llevada hasta aquel bellísimo lugar, y estas, no eran otras que tiempo, paz y sosiego para poner en orden y aclarar mis ideas y mi mente. 

Charlando con el que ya era mi amigo y mi obligado protector, descubrí que a poco más de cinco kilómetros del lugar, se encontraban las ruinas abandonadas, de una pedanía del pueblo (¿una pedanía?, ¿un pueblo más pequeño que donde estaba, que ya era minúsculo y geográficamente minimalista?, el hecho acaparó mi atención y quise saber más sobre el tema. El buen hombre me explicó que en verano suelen montar allí algún que otro campamento de excursionistas pero que en aquellas fechas el sitio estaba totalmente desierto, me dijo que había unas vistas espectaculares desde un cerro que se elevaba cerca de un edificio derruido, que muchos años atrás; había sido una iglesia. Tras preguntarle la forma de llegar hasta el intrigante sitio, me contestó que la carretera había sido derruida tras unas inundaciones, pero que se podía ir por un camino de tierra por en medio de los densos bosques de los alrededores. Eso sí me recomendó que no fuera solo y ni mucho menos que me quedara en el lugar por la noche.   

Como pueden ustedes imaginar, en menos de una hora caminaba yo con mi mochila a cuestas por el sendero que me habían indicado. El personal del hotel se había comportado de maravilla y me habían proporcionado un menú frio para que pudiera comer en el lugar al que me dirigía. El recorrido duró casi tres horas, que fueron un auténtico deleite para la vista y los sentidos, jamás olvidare el sonido del viento haciendo crujir las ramas de los árboles, las hojas secas en el suelo revoloteando y formando pequeños remolinos que parecían estar vivos y la luz del sol jugueteando entre las copas de los árboles. Todo ello parecía irradiar una especie de música relajante alrededor de mi persona que en gran medida puso no pocas connotaciones de paz en mi alma.   

Siguiendo el mismo sendero por el que había transcurrido la práctica totalidad del recorrido, me encontré de pronto con una más que empinada cuesta, que me hizo entender y dar la razón a mi médico de cabecera al respecto de que yo necesitaba perder unos cuantos “kilitos” que me sobraban y debía ponerme en forma, pues alcancé el final de la misma más muerto que vivo y boqueando como una trucha fuera del rio. Sin terminar de reponerme del esfuerzo, y ya desde lo alto de la elevación, levanté la vista y me encontré ante mí con lo que en sus tiempos debió de ser un pueblecito, de no más de siete u ocho grandes caserones que ahora se encontraban en completo estado de ruina. Curiosamente a pesar de que eran las dos de la tarde y el cielo estaba completamente despejado, al acceder a aquel lugar, me encontré en una especie de semi penumbra perpetua, debido a una de extraña e insistente neblina que lo rodeaba todo, dando al lugar un aspecto poco menos que fantasmagórico, no era; no obstante, un fenómeno paranormal si no algo muy común en aquellas zonas montañosas de los picos de Europa, que como el viajero que los ha pateado bien conoce, puede estar paseando por un camino en medio del más radiante de los días y tras el siguiente recoveco encontrarse prácticamente en penumbras devorado por la más espesa y tenebrosa de las nieblas. 

Con tranquilidad, recorrí el lugar, paseando en medio de aquella niebla y entre los restos de las casas y moviéndome por entre sus muros de gruesa piedra ahora derruidos. Completé mi inspección acercándome a lo que sin duda debió de ser la iglesia y ahora era poco menos que una escombrera, entre la que se distinguían, restos de viejos bancos de madera y partes de objetos en un estado tan deteriorado que los hacia completamente irreconocibles. Entré al edificio por una abertura en uno de sus costados que abría el interior del otrora templo a cualquier visitante que deseara inspeccionarlo, en dicho interior todo el suelo estaba sembrado de cascotes y restos de viejas y gruesas vigas de madera completamente podridas y ennegrecidas por la persistente humedad reinante en aquel lugar.


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