La cruz junto al camino

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La cruz junto al camino
     
      La otra madrugada un vecino que pasaba en automóvil, creyó reconocerlo a la orilla de aquel camino oscuro y solitario. Pero temeroso, decidió acelerar hasta perderlo de vista.
      - Creí verlo en la madrugada. Solo la misericordia, lo ha salvado de aquel camino.
      - He tenido que caminar la laguna tantas veces. Cuando lo hago procuro olvidar todo lo que cuentan.
     
      Callando sus muchas limitaciones, omitió decir que, cuando salía tarde del trabajo, no podía pagar el regreso a casa.
     
      - Ha abusado usted de la suerte. El mal está en ese lugar. ¿Sabe Usted cuantos han jurado, sentir un presencia indescriptible al pasar por las cruces?...
      - ¿Las de la curva?
      - Esas. Una anciana y una mujer embarazada fueron asesinadas allí. Todo ese lugar esta maldito. ¿Ya se olvidó cuantos niños perdidos, amanecieron flotando en esas aguas verduzcas?. No sea usted tan imprudente.
     
      Recordando aquella conversación, llegó justo al punto más bajo y solitario del camino, sin aullidos, ni cigarras, era también el más frio, siempre invadido de la neblina que emergía de la laguna. Entonces vio la primera de las cruces funerarias a la orilla de la carretera. Esta vez sintió temor, no quería acercarse demasiado, a esas pequeñas cruces blancas de la orilla. Entonces cruzó dirigió sus pasos al otro lado del camino, pero se detuvo para agudizar sus sentidos al máximo. Comenzó un viento que mecía la vegetación toda. Algo sucedía sobre una de las cruces, que no podía distinguir, el viento mermaba confundiéndolo. Entonces la piel se le erizó, una ola eléctrica recorrió su espalda, y el aire que respiraba súbitamente se heló. Un resplandor al costado del camino se volvió el centro de toda aquella penumbra. Quedó inmóvil, inmensamente vulnerable, y un grito de lo más profundo de su ser escapó. Luego lo envolvió un ruido estremecedor y su vista fue segada. Justo cuando sus fuerzas lo abandonaban, sintió que todo su cuerpo era expropiado brutalmente. Sintió recorrer una gran distancia por el aire. Luego supo que había tocado nuevamente el suelo, pero no podía sentirlo. Sus extremidades ya no respondían. En su paladar sabor a sangre. Distantes gritos surgían de la luz, mientras que la oscuridad se lo tragaba.
     
      Eran ya diciembre, cuando el cura ofreció la última plegaria a la más reciente cruz que figuraba a la orilla del camino en la curva de la laguna.
Esta vez, era la un obrero que nunca regresó a casa, después de una madrugada, en la que se encontró inesperadamente con un imprudente conductor ebrio.


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