El diario de Melinda III

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Con la modernidad de estos tiempos, mi hija me regaló un ordenador y una cámara que ella la llama “webcam” y me dijo que así ella me podría ver mientras hablábamos por internet. A mí me pareció fascinante que yo aquí en España pudiera hablar con mi hija que estaba en Estados Unidos, y la verdad, sale más barato que llamarla por teléfono.

Al final me empezó a enganchar eso de chatear y conocer nuevas persona y en vez de salir con mis amigas como otros fines de semana me quedaba en casa chateando. Ahí encontré a muchos hombres y a algunos le hacía algún juego erótico, hasta que conocí a un tal Diego que usaba el Nick “Sack”. Él me comentó que tenía 37 años y que era de La Coruña. Eso me asustó porque siendo del mismo lugar puede que ya lo conociera en persona. Le pedí una foto pero el dijo que no tenía. Yo le puse la cámara hacer como el reaccionaba y no dijo nada extraño ya que por suerte no nos conocíamos. Yo le mentí, le dije que era d Barcelona para que él no me pidiera una cita. Estuvimos hablando durante muchas horas sobre muchos temas. Me comentó que era soltero y sin compromiso. Él me dijo que tenía que salir y se fue, no sin antes pedirme el correo electrónico para que siguiéramos en contacto siempre que pudiéramos.

Al día siguiente estaba deseosa de volver a hablar con él, estaba muy aburrida hasta que por fin se conectó y no se por qué se me puso una sonrisa de oreja a oreja.

Estuvimos así durante meses, todos los días hablando por lo mínimo siete horas cada día. Pero en un tiempo él no se conectó y me asusté por si le pasara algo o estaba enfermo. Después de dos semanas sin saber anda de él lo volví a ver, me alegré mucho y también le regañé por tenerme así de preocupada. Él me dijo que le perdonara y que no se conectara porque su ordenador se había puesto enfermo. Me pidió mi número de teléfono para llamarme para que no me preocupara si él no estaba al otro lado de la pantalla. Yo se lo di encantada sin acordarme de la mentira del principio y él se dio cuenta que el número que le di era de un teléfono de la Coruña. Se enfadó algo, y la verdad tenía razón para estar enfadado. Yo le pedí disculpas y si podía haber algo para que me perdonara, pero él me dijo que no pasaba nada que no se podría enfadar con la persona que más quería en el mundo. Eso a mí me ilusionó mucho porque yo estaba enamorada de él locamente.

Le pedí de quedar con él para ir al cine, él aceptó pero el día acordado é no estaba allí. Me diera un plantó. Cuando me conecté él me dijo que él había estado allí, me dijo como fui vestida y también que era muy guapa y que cuando lo viese no le haría caso. Yo le dije que era tonto u que no pensara eso, que pensara que me enamorara su interior y que el físico no me importaba mucho, que yo sólo quería estar con él como una pareja normal y nada de cibernovios. Él me lo agradeció y me dijo que tenía un secreto bastante importante que no me comentó y que él también había sido mentiroso al principio.

Cuando yo pensaba que el hombre del que estaba enamorada me iba a decir que estaba casado, me dice que tiene 17 años. Yo me quedé muerta en la silla puse “chao” y me desconecté. El teléfono empezó a sonar, miré quien llamaba y era él. No le cogí. Estuve un mes sin conectarme ni aceptar sus llamadas pero la verdad lo echaba de menos y pensaba en todos esos meses hablando y yo enseñando algo de mi cuerpo por la web cam. No lo podía creer, estaba enamorada de un chaval de tan solo 17 años, ¿pero no se dice que el amor no tiene edad? Y me dispuse a llamarlo. Me acerqué al teléfono, lo levanté y marqué su número. Él me contestó: “hola, ¿Qué tal estás princesa?” eso me gustó mucho. Yo le pedí que me perdonara, que tenía que reflexionar sobre lo nuestro y que al final pensé lo mucho que lo quería y que la edad no importaba y lo invité a mi casa para conocerlo y poder estar con él por primera vez. Me puse mis mejores galas y esperé ansiosa a que el timbre sonara para descubrir como era físicamente este nuevo amor que ocupaba mi corazón en estos momentos. El tiempo pasaba y no sonaba el timbre. Cuando me dispuse a sacarme la ropa nueva sentí un “din-don”, me puse muy nerviosa me miré al espejo y abrí la puerta. Y ahí estaba él, un niño adolescente, alto, moreno, ojos castaños, y delgado.

Nos quedamos uno frente al otro sin decirnos nada, sólo mirándonos de arriba abajo y ese silencio tenebroso lo rompió el con un “¿puedo pasar?”, y yo le dije que “si, claro”.

CONTINUARA...........


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