DECADENCIAS DOMINANTES

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DECADENCIAS DOMINANTES

Ella era bellísima. Tocada sin duda por la mano de los dioses, su belleza se mostraba poderosa y embriagadora, generosa e intemporal.

Gustaba de relacionarse con las gentes. Refinada y mundana al mismo tiempo, era el espejo en que muchas almas ansiaban reflejarse. Comprensiva y complaciente, parecía ser de todos y de nadie a la vez.

Él la conoció siendo casi un niño todavía. Fue un poco por casualidad, tal vez sin saber que la buscaba, pero esa circunstancia no le impidió enamorarse de ella para siempre. A partir de entonces, él le ofreció su vida. Le dió todo su cariño, la mimaba y disfrutaba cada instante pasado a su lado, en su regazo amable y protector.

Cuando ella no estaba, él se esforzaba en aprender a escribirle las más hermosas canciones de amor. Aislado de todo, trataba de inventar cadencias deceptivas, subdominantes, modulaciones y tritonos. Música que fuera sólo para ella, porque sólo ella, como ninguna otra, la sabía apreciar de verdad. Por eso soñaba con saber, algún día, modular de un tono menor a su relativo mayor, poder escribir una parte de saxos a cuatro voces con un background de metales o tocar un tema de treinta y dos compases con un puente de ocho por círculo de quintas. La vida le resultaba dura y sólo a través de los sonidos, de la armonía y la melodía conseguía ver el lado bonito de las cosas, el otro lado de la luna de su existencia. Dedicarse a su amada en cuerpo y alma.

Sin embargo, ella no siempre le correspondía. Sus ausencias a veces eran largas. Su amor no tenía fronteras. Amaba al mundo y el mundo la amaba.

Un día, como tantos otros, volvió de cualquier lugar y lo encontró deprimido.

-      ¿Me echabas de menos?, le preguntó.

-      He hecho todo lo posible para tenerte siempre a mi lado, respondió él. Pero jamás lo he conseguido. Juré que nada ni nadie podría separarme de ti. Ya no sé si fue una decisión voluntaria o una imposición del destino. Ya no sé si quiero continuar así o si no tengo más remedio que seguir. Ya no sé si me haces feliz o si, simplemente, eres lo único que tengo a mi alcance para seguir soportando esta vida. Ni siquiera estoy seguro de quién eres realmente.

Ella lo miró con ternura. Acarició su rostro y le susurró cariñosamente:

-      Vamos, mi amor, no seas tonto. Soy yo, Euterpe, tu musa. Siempre lo he sido y siempre lo seré. No debes preocuparte, ni negarte a aceptar que para tí seré eterna. Déjate llevar, no tomes decisiones. Sólo así podré hacerte verdaderamente feliz. Tú no me tienes a mí, soy yo la que siempre te ha tenido. Y te seguiré teniendo, porque no importan los años que transcurran. Tú me perteneces. Te elegí a ti también porque te quiero.

 

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