Abelardo con tridente

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  El genio de Pedro Abelardo agobió a la Alta Edad Media con sus insoportables cuestionamientos a las dos grandes corrientes que separaban el mundo académico respecto de la discusión por la tipología de los Universales, problema heredado de los Antiguos.

  Muchas veces, en nuestra vida de universitarios, agobiados por la abstracción y la pesadilla de la acumulación de bibliografías, nuestro ánimo se dispone a bromear e incluso nos burlamos de nuestros ídolos y esto, más que una falta de respeto, expresa el amor teórico que sentimos por ellos en medio del sufrimiento que exige entender sus sistemas de pensamiento.

 

   Así, se me ocurrió una noche, que Pedro Abelardo era una especie de diablillo con tridente que pinchaba sádica y constantemente a sus interlocutores, repitiendo una infinita cantidad de veces sus reproches a los maestros de entonces. Nada más burlón y grotesco que un hombrecito insufrible pinchándote molestamente mientras intentás armar tu teoría de la realidad.

  Esta idea del tridente insistente se me había ocurrido tiempo atrás, en épocas del Ciclo Básico Común, como una representación de la Filosofía misma, encargada de revisar toda la Ciencia, exigiéndole diversos criterios de validez y corrección con los que el científico y, por qué no, el hombre en general, debe pelearse. Esta cualidad colocaría a la Filosofía en una situación de desprecio, pues no queremos a quien nos pincha constantemente para recordarnos que somos susceptibles a caer en errores, que no tenemos razón, que no somos nada, que lo que ideamos como un mundo posible en el cual queremos habitar, se derrumbará en cuanto un criterio de validez o un mundo posible mejor que el nuestro, lo sople cruelmente.

  Aunque la Filosofía y, en especial, el procedimiento de un Pedro Abelardo, resulten claramente insoportables, es muy necesario, sin embargo, que exista una fuerza crítica capaz de voltear el postulado más firme acerca de un determinado marco teórico. Por eso esta constante y molesta recurrencia del arte de refutar es, en el fondo, una bendición que hace posible la circulación de la Filosofía verdadera (como acto de filosofar) y de la Ciencia.

  Siguiendo al Aristóteles citado por Cicerón, no hay manera de escapar a la Filosofía y hagamos lo que hagamos, ya sea en una biblioteca, ya sea en un laboratorio, estamos haciendo Filosofía necesariamente.

  El feliz martirio de ser refutado y la alegre manera en que el querellante destruye obstinadamente, y con cierta malicia erudita, la teoría refutada.


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