Dispersión atomizada de recuerdos (im)borrables

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Noche prometedora, como un lienzo en el hepático amarillo del fondo de mis ojos. El espacio se iba copando de agradables comensales, ávidos de celebrar la llegada del día 8.760, cómputo global de una vida de experiencias que aún estaba aventurándome a descubrir.  Mezclas imposibles y octanaje en crecimiento que jugaba un importante papel en la dispersión de mi memoria. Alegría compartida y excedida en ocasiones, que estrechaban lazos, canciones, regalos, aplausos y orejas animales.

Un cuadro impagable de buenos momentos, 2 años postergado, que al fin había cumplido las expectativas que en aquella fiesta se habían depositado. Buena comida y bebida traicionera, nada fuera de lo común en aquella época alocada de nuestras vidas y un dulce receptáculo de futuros deseos no cumplidos que despertaba halagos y hermosas sonrisas. Miradas cómplices y ambiguas entre alegrías sinceras por el momento compartido.

Mi alma atormentada era incapaz de asumir tanta felicidad y aspiraciones en tan poco tiempo y decidió esconderse en el pequeño cuarto donde normalmente se alojaba mi cordura y sensatez. La euforia tomó el mando de mi nave de carne y futuribles huesos magullados, incrementando la exaltación de la amistad hasta cotas peligrosas, de camino hacia el departamento central de retentiva disgregada; aquel donde recuerdo entrar, solamente.

En aquel antro de almas perdidas me abandoné al olvido, pretendiendo ser inmune al jugo de Baco, poniendo en tela de juicio las propias leyes de la física, creyendo ciegamente en la magia más pagana hasta el punto de tratar de acometer un hechizo de nueve y tres cuartos.

Y, como Neo tras elegir sabiamente el color de la pastilla, me sumergí en la conejera y desperté con un hálito de desconcierto, sin saber el cómo ni el cuándo y haciéndome una vaga idea del por qué. Lancé preguntas al aire frente a una anfitriona con demasiadas horas de vuelo aquella noche, que aterrizaba después de un largo viaje, tan aturdida como divertida (y más risas cosecharía aquella desbocada noche) ante el escenario que se desarrollaba ante sus ojos.

Y entre dudas y remordimientos me quedé cálidamente dormido, con un etílico vacío en el estómago y un extraño calor en el corazón.


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