El hombre mayor.

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Mario en sus inicios la trataba como lo que era, una jovencísima chica de 20 años la cual el único sentimiento que podía despertar en él era simple cariño y dulzura, o así creía él. Hasta que un día ella, le fue a buscar a su trabajo, en los juzgados, ya que él era juez. Muy sorprendido pero en cierto modo alagado la invito a comer. Hecho que se repitió en varias ocasiones. La confianza que había entre ellos era tan amplia y su lazos tan estrechos que llego a enloquecer a Mario. Él, consciente de la diferencia de edad, se mantenía en que aquello estaba mal y que era su deber mantenerse alejado de lo que él nombró: el pecado de la juventud. Finalmente, una noche, Mario ya sin ningún ápice de juicio en si decidió ir a buscarla a su piso. Mientras conducía a las tres de la madrugada con los nervios a flor de piel, combatiendo con su bipolaridad sobre el bien y el mal, el deber y el querer, decidió llamarla antes de presentarse por sorpresa a tan tardía hora.

Conversación telefónica:

Marina – ¿sí? ¿Sabes qué hora es?

Mario – Si, sí que lo sé.

Marina - ¿Estas borracho?

Mario – No, supongo que eso me coloca en peor lugar.

Marina – ¿De qué hablas? ¿Qué ocurre?

Mario – Nada y mucho. No puedo dormir. Ahora mismo estoy conduciendo por Via Laientana. Estaré en tu casa dentro de cinco minutos.

Marina - ¿Pero para qué? Oye, no entiendo nada. Si no puedes dormir no es mi problema. No quiero parecer desagradable, pero son las tres de la madrugada y a no ser que te estés muriendo no veo yo el motivo por el cual también tienes que desvelarme a mí. Así que será mejor que des media vuelta y vayas a tu casa.

Mario – Si, es tu problema, porque tú eres la causa de mi insomnio. Tú no me dejas dormir, y lo sabes. Conoces el efecto que produces en mí.

Marina - ¿Te estas oyendo? Pareces un lunático, la falta de sueño te está afectando y no voy a tener en cuenta tus palabras.

Mario – Debes tenerlas en cuenta, desde luego que sí. Estoy harto de que me provoques y luego ignores las consecuencias.

Marina – No quiero continuar con esta conversación, te advierto que voy a colgar.

Mario – Cuelga, cuelga que ya solo quedan tres minutos para que este en frente de tu portal y despierte a tus padres. Será mejor que me esperes a bajo, o si no te advierto yo a ti que no tendré problemas en comentarles ciertas cosas. Ya sabes a lo que me refiero.

Mario a continuación escucho los pitidos que le demostraban que había colgado. Esto le encolerizo aún más y apretó el acelerador para llegar lo antes posible. Una vez allí le tranquilizo el ver a Marina en el portal, aunque no con el mejor de los ánimos. Ella abrió con fuerza la puerta de hierro, cuando a su vez le chillaba.

Marina - ¡¿Qué demonios crees que haces?! ¡¿A caso no podíamos haber hablado de lo que sea en otro momento?!

Mario – No, yo no puedo más. Necesito besarte.

Estas palabras tuvieron tal efecto en Marina que no pudo mantener el equilibrio y se acabó apoyando débilmente en la misma puerta que acababa de golpear para cerrar. Obviamente ella no era tan ingenua como para no haber previsto esto. Incluso, ella toda consciente provoco el enloquecimiento de Mario. Hasta entoncs se sintió reforzada y atractiva gracias a su relación con él, pero realmente no estaba preparada para ese momento. Una voz interior le advertía que debía huir, dar media vuelta y permanecer por un tiempo alejada de él. Aunque por otra parte, había dentro de sí, una voz que la motivaba a cumplir con el deseo de Mario. “Un beso, un simple beso.” Repetía esa voz interior. Al fin decidió hacerle caso y le beso. Con mucha más fuerza y vitalidad de la que ella misma se esperaba.


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