ruedas calientes .1

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Sábado ardiente

Aquel día como cualquier otro, llego al bar donde se reunían muchos motoristas, cerca de una zona en la que había muchos bares musicales, con diferentes tipos de ambientes.

Era un garito oscuro, pequeño y no ponían precisamente la música del momento.

Como otros muchos sábados pedro, más conocido entre sus amigos como tiburón, por su amplia sonrisa y grandes dientes.

Como siempre saludo a los habitantes de aquel tugurio, dos motoristas conocidos, el dueño que parecía ser parte del atrezo del bar y no salir nunca del interior de la barra.

Saludo también a un grupo de chicas que solían reunirse allí, de vez en cuando echaba en falta alguna, el suponía sin equivocarse que era porque salían con alguien, y faltaba a las reuniones del sábado por ese motivo, unas veces era una otras veces varias, pero invariablemente siempre volvían.

No les había prestado especial atención, no porque no le gustaran físicamente, simplemente se había acostumbrado a verlas por allí y se quedaba en eso.

Pidió una copa con un gesto, el dueño del bar ya lo conocía, le puso una botella de four roses y un cubo con hielo a su lado, acompañando a un vaso ancho, que antes de llenar con el bourbon, limpio con una servilleta de papel.

Respondió –no- a la pregunta del barman, de si había quedado con alguien, fue toda su conversación ese día.

Cuando termino de limpiar el vaso, quito el precinto a la botella de bourbon, y con el vaso en el aire deposito una cantidad en el desde cierta altura.

Noto como el alcohol al evaporarse le confirmaba la legitimidad de la botella, dio un sorbo, y siguió escanciando el dorado líquido hasta que estuvo satisfecho, levanto la tapa del cubo de hielo y cogió dos piedras heladas que deposito con sumo cuidado en el vaso para no derramar nada.



Aquella operación, se repitió varias veces aquella noche, era una ceremonia, cuando el vaso se quedaba sin bourbon, tiraba los restos de hielo, en una pila cercana y comenzaba de nuevo, primero el líquido y después las dos piedras heladas.

Mientras tanto, iban cambiando los habitantes del local, con algunos hablaba una breve conversación, otros le saludaban simplemente, se bajaba del taburete que estaba sentado para hablar con las chicas y en alguna ocasión invitaba a alguien a que le ayudara a vencer a la botella.

Algunas veces un amigo, otras una chica u otra de las que solían pasar por el local, y que alguna vez se iban con él en la moto.

Pero aquel día, parecía que la botella se resistía, el solo no podía, y no encontraba a nadie con quien compartirla.

En un momento dado se dio cuenta que una de las chicas que eran habituales, de los sábados, le miraba, levanto el vaso y ella asintió con la cabeza, llévale una copa a la chica del pelo largo.

Uno en cada lado de la barra de aquel oscuro y lóbrego bar, las chicas seguían con su animada charla, el nunca comprendió como podían estar tanto rato riéndose y chichando, de vez en en cuando llegaba hasta sus oídos alguna de las carcajadas que sobresalían por encima de la música.

Un gesto una mirada de ella, le hizo pedir al camarero que le llevara otra copa y con ella el final de la botella vio la luz.

Levantaron la mano cada uno desde su sitio en señal de brindis, él pensó es una chica atractiva, ella pensó es guapo ese motorista, se sonrieron, como intuyendo sus pensamientos, pero siguieron con su copa y sus relaciones, sus risas, bromas y demás, tan alejados como si vivieran en planetas diferentes.

Pero en las dos cabezas giraba una extraña sensación, de vez en cuando y de reojo furtivamente, sus miradas se cruzaban, y era como si saltara una chispa eléctrica que cruzaba todo el espacio del extraño bar, y parecía iluminarlo a sus ojos, era un instante, pero los sentían los dos.


Ya eran las dos de la mañana, la botella vacía, el bar con los últimos habitantes desapareciendo como por arte de magia, las chicas empezaban a ponerse la ropa para salir a la calle, tiburón cogió su casco y su cazadora y salió por la puerta, después de dejar un billete para pagar la botella.

Se sentó en su moto, situó el casco en un espejo y comenzó a ponerse la cazadora, mientras mantenía la moto en equilibrio entre sus piernas.

Mientras se ponía los guantes, sitio como unas risas salían del bar mientras la puerta se cerraba detrás de ellas, eran ellas, la morena de pelo largo lo miro, otra vez la chispa, giro el cuerpo y puso la mano sobre un casco que llevaba sujeto en la parte de atrás, y con un gesto rápido volvió a mirarla, -iros sin mí que yo tengo otros planes- le escucho decir.

Unas risas, un pequeño titubeo de las amigas pero enseguida se fueron, un segundo después estaba montada en la moto y los dos a la vez se abrocharon el casco.

Al poner el motor en marcha una intensa sensación les recorrió a los dos, como de un intenso calambre por toda la espalda, ella se agarró a su cintura, pedro puso la moto en marcha y con un acelerón suave partieron, ninguno de los dos savia donde el destino les llevaría esa noche, pero los sabían que tenían que estar juntos.

Fue recorriendo las diferentes calles de la ciudad, pasando por los bares donde solía tomar una última copa, antes de irse a casa y donde podía encontrar un último o noctambula que le ayudara a derribar la muralla de la noche y le acercara al amanecer, no le importaba si era una conversación absurda o sexo ocasional, después llegaría el domingo, descansaría y la noche del domingo seria corta, para empezar a trabajar de nuevo toda la semana en su monótono trabajo.

Noto como la chica de ojos chispeantes, apretaba más su cuerpo al suyo, maldijo la chaqueta, que le impedía sentir aquel cuerpo más cerca, pero aun así lo sentía, noto como su aliento le acariciaba el cuello, noto un beso, pensó esto no está pasando, ni siquiera hemos hablado.

Iba a girar la cabeza, para dirigirse a ella y preguntarle algo, pero sus manos sobre sus muslos le dieron a entender que no era necesario hablar.







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