La Solución Encubierta - Parte 1

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La sala de interrogatorios estaba diseñada para que quienes la habitaran se sintieran absolutamente solos y aislados.

Paredes, techo y piso blancos, sin fisuras ni juntas, sin ventanas, la puerta, una vez cerrada, se confundía plenamente con la pared que la contenía, cámaras de video, micrófonos y respiradores artísticamente disimulados, una engañosa sensación de ahogo y soledad, dado que desde el exterior se podía cómoda y detalladamente seguir lo que sucedía en su interior. Esta sala era única y solo era usada en casos extremos, dado que las otras no poseían particularidades tan rigurosas. Quien era obligado a permanecer un tiempo prolongado en su interior, a la larga o a la corta era invadido por una profunda sensación de ansiedad tal que potenciaba intensamente la necesidad de comunicarse, “de hablar”, que era el efecto científicamente buscado.

Pero nada de esto la pasaba a Adrián Bogues, cuarenta años, de estatura media, cabeza rapada e intensos y serenos ojos marrones, que estaba en la sala desde hacía cuatro horas. Se mantenía en la misma posición desde que había ingresado y no había movido un solo músculo ni proferido sonido alguno.

No era esto una sorpresa para el agente Rey Carras, en el cual su aspecto de niño angelical desmentía al de un profesional avezado, tenaz, inteligente, experto y sumamente cruel y frío. De cuarenta y ocho años, Rey poseía un rostro de facciones suaves y dulces, un cabello rubio levemente rizado y unos ojos azules bonachones. No era ni muy corpulento ni muy alto y su aspecto general era el de una persona vulnerable, pero era un efecto sumamente falso. Rey era un agente nacional, fina e intensamente entrenado en todo lo necesario como para evadir o enfrentarse a cualquier situación y lo había demostrado cabalmente en el campo de trabajo. Adicionalmente, había cursado estudios universitarios sobre psicología y se había especializado en interrogatorios extremos. Esto último no era un mero galardón en su frondoso currículum, si había alguien que podía sacarle algo a un tipo duro, ese era Rey.

Pero este caso era todo un desafío. Bogues pertenecía a una facción fundamentalista sumamente anárquica y la estructura de entrenamiento era de las más difíciles. Quizás se enfrentara al caso más virulento de su vida, quizás el fracaso sería el fin de su carrera, pero lo más importante era que le qero lo mmiento era de las men todo lo necesario como para evadirro era un efecto sumamente falso.uedaban tres horas para evitar que doscientas mil personas murieran. Entró en la sala y cerró la puerta tras de sí.

-         Buenos días, Adrián. –

El hasta el momento único habitante de la sala levantó lentamente la vista. No se hallaba esposado ni amarrado de ninguna manera, se encontraba sentado en una parca silla blanca con las manos entrelazadas sobre el regazo y la mirada clavada en el piso.

-         Buenos días, agente Carras. –

Rey sonrío levemente y, acercando una silla a la posición de Bogues, se sentó frente a él cruzándose de piernas. De esta manera se lo veía cómodo y distendido.

-         Veo que me conoces. –

Adrián sonrió con cierta amargura.

-         Ha matado a muchos de mis hermanos. –

Nada se traslucía de los fríos ojos de Bogues.

-         ¿Te gustaría matarme?. –

Adrián curvó sus labios sin alegría.

-         Todo a su tiempo, agente Carras. –

Rey sonrío desviando su mirada hacia el piso.

-         Terminemos con esto, Adrián. ¿Dónde está?. –

Bogues sonrió ahora con más intensidad desnudando sus dientes.

-         Vamos, agente. ¿Así de fácil la quiere?. –

Carras hablaba en un tono discursivo que para nada delataba lo desesperante de la situación, más bien parecía hablar de la última temporada de fútbol.

-         Se que para ti la vida no vale nada pero tengo doscientas mil personas encerradas en la torre “Camelot” por alarma bacteriológica y mil quinientos agentes buscando una bomba desde hace dos días. ¿Qué es lo que buscas, Adrián?. –

Bogues sonrió socarronamente.

-         Salvar al universo. -

Fue muy fugaz pero una luz de inquietud cruzó los ojos de Carras.

-         Bien. – Dijo Carras. – Eso es muy bueno pero debe de haber algo que quieras a cambio de que yo pueda salvar a esas personas. Dímelo y prometo gestionarlo de inmediato. –

-         Mi propósito no es la muerte de gente inocente, agente, sino la aparición de ciertos sucesos que asegurarán la estabilidad y permanencia de este universo. –

-         ¡Perfecto!, nos estamos entendiendo. Dime que hago para que esos sucesos ocurran y todos contentos. –

Los ojos de Bogues se tornaron opacos.

-         No puedes hacer nada. –

Carras se revolvió en la silla y cambió de posición las piernas.

-         Bien, bien. ¿Por qué no me explicas atrás de que andas?. Porque la hermandad te ha dejado absolutamente solo. –

-         Actúo por mi cuenta y riesgo en este caso. Ponerlo al tanto de mis descubrimientos tomará más de tres horas, se lo advierto. –

Carras sabía que ni la sesión de la tortura más cruel haría que este hombre, para el cual la muerte era un suceso más, variara su actitud. Solo cabía especular con que cometiera un error y delatara algún detalle. No quedaba más que seguir hablando y si la bomba estallaba, él mismo le metería un plomo en el cerebro. Por otro lado Bogues conocía a Carras y sabía cabalmente cual era su futuro, nadie tan sanguinario como el hombre que tenía enfrente.

-         Pues, no perdamos tiempo y empecemos, entonces. –

Bogues suspiró profundamente y comenzó.

-         Entre la gente de la torre Camelot existe un grupo de invasores de otro universo paralelo al nuestro. El objetivo primordial de este grupo no es dañar nuestro universo pero los daños colaterales en busca de su premisa fundamental no solo dañaran este universo sino todos los colindantes. Eso a ellos parece no importarles en absoluto. –

-         Eres doctor en física, ¿no? . – Preguntó Carras.

-         Tengo tres doctorados en física cuántica. –

 


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