Me cambió la vida (Cuarta parte)

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Apagué el televisor y subí a mi alcoba, maldiciéndome a mí mismo por lo que había hecho y lo que estuve a punto de hacer. Había sido una locura. Aunque en mi interior surgió otra voz que trataba de justificarme. Si bien no podía quejarme de las mujeres que frecuentaba, todas verdaderamente hermosas, el hecho de tener en mi casa, tan cerca, a una criatura como aquella era lógico que mi instinto reaccionara como lo hizo. Cómo evitar el soñar con volver a tener entre mis brazos un cuerpo tan fresco y lozano, con
el aroma de un pimpollo recién arrancado de su rosal. Con esa lucha interior, y después de dar muchas vueltas en la cama, me quedé dormido.
A la mañana siguiente, me desperté bastante temprano. No había dormido muy bien, seguramente a causa de la inquietud que sentía por lo sucedido. Temía que mi sobrina se hubiera dado cuenta de lo que había hecho. Quizás había simulado estar dormida, para evitarnos pasar un mutuo mal momento si reaccionaba.
Con esa inquietud, y entregándome a lo que sucediera, bajé a la cocina a desayunar.
Allí ya estaba Mercedes. Se encontraba de espaldas, retirando el pan de la tostadora. Tenía puesto un jean apretado cuya costura se clavaba entre sus glúteos, haciendo que se marcara bien la línea que los separaba, resaltando la exquisita redondez de sus nalgas. Llevaba, además, un top
blanco que le llegaba hasta unos pocos centímetros sobre la cintura.
Se dio vuelta, al notar mi presencia. Tenía la cara lavada. Ese rostro no necesitaba la ayuda de ningún maquillaje. La belleza de sus ojos, la carnosidad de su boca y la turgencia de su pecho que se adivinaba libre bajo esa ligera tela que los cubría, hicieron que mi cuerpo experimentara un nuevo escalofrío. Sentí que la mente se me ponía en blanco y sólo atiné a cerrar los ojos.
- Te sentís bien, Juan? Te noto un poco pálido.
- Sí. Lo que pasa es que no dormí muy bien. Debe haber sido tanto viaje. Ya no estoy para esos trotes.
-Y, dale con la vejez. Ya te dije que te ves muy joven y apuesto. Y, ahora, sentémonos que el café se enfría. Ah. Ahora que me acuerdo. Anoche me pareció ver entre sueños tu cara.... y .....
Me quedé helado. Trágame tierra. Seguro que se dio cuenta de lo que estuve haciendo. Se pudrió todo, pensé.
- Y.... ¿qué?
- Y me pareció que me estabas tapando.
- Sí. Cuando llegué vi que te habías quedado dormida mirando la tele y se te había caído la manta con la que te cubrías y la levanté y te tapé.
- Uy! Qué vergüenza. Estaba con el camisón transparente. No me preocupé porque no pensé que volverías tan pronto. No quiero pensar en el espectáculo que habré dado. Perdóname.
- No te preocupes. Te tapé enseguida. Además las luces estaban apagadas y no se veía demasiado.
- Quiere decir que no me viste medio desnuda?
- Te repito. Estaba oscuro y te tapé enseguida, aunque la verdad es que un poco te vi.
- Qué papelón!. Aunque no creo que te haya causado demasiada impresión. Tú debes haber visto muchos cuerpos mejores que el mío.
- A decir verdad, querida, no tienes nada que envidiarle a nadie. Tienes un cuerpo muy lindo. Pero, mejor, dejemos el tema.
Ella, roja como un tomate, se sentó y sirvió el café, sin levantar los ojos de la mesa.
Mientras desayunábamos, y a modo de distraer mis oscuros pensamientos, le pregunté por sus estudios. A partir de allí todo fue un monólogo de Mercedes contándome con lujos de detalle sus vivencias, mientras yo hacía grandes esfuerzos para mantener la atención en sus palabras luchando con las
fantasías que me asaltaban cada vez que ella gesticulaba y se inclinaba sobre el borde de la mesa, presionando el top a su cintura y tensionando la tela a la altura de sus tetas, lo que hacía que se marcara la punta de los pezones.
Tratando de disimular mi excitación, le pregunté si no había dejado algún noviecito en Mendoza.
- No. La verdad que he salido con varios muchachos, pero no estoy a gusto con los jóvenes. Son muy huecos. Yo preferiría salir con hombres más maduros. Son más interesantes. Saben más de la vida. Tienen experiencia. Y yo puedo aprender con ellos. Pero todavía no encontré a ninguno. Todavía.....
Eso me sonó como una invitación. Automáticamente, sentí como otro aviso de peligro inminente. Cuidado.... arenas movedizas.
Para aquietar las aguas, se me ocurrió decirle que por la noche traería a un amiga a cenar y. si ella no tenía ningún compromiso, podríamos cenar los tres juntos. Pediríamos la cena a algún restaurante de la zona, así no tendríamos que cocinar.
- Yo quedé en salir con unas compañeras del curso, pero será después de cenar, así que los voy a acompañar con mucho gusto.
Elegí a Olga para que viniera esa noche. Era una abogada que había conocido hacía poco tiempo durante un pleito que tuve con una firma competidora. Ella había sido la asesora de mis rivales. Yo perdí el pleito, pero les gané la abogada.
Era una morocha de un poco más de treinta años. Alta y con muy buen físico.
Lo mejor que tenía eran las tetas. Terriblemente grandes. Aunque todavía no me había acostado con ella, pude constatar su tamaño ya que conseguí manoseárselas a gusto, durante la despedida después de una salida en la que
habíamos tomado unas copas demás, dentro de mi auto. A pesar de eso, no pude llegar mucho más lejos. Sólo conseguí que metiera una mano por la bragueta del pantalón y me acariciara el pene sin sacarlo. De más está decir que me
dejó con una calentura mayúscula ya que no quiso ni siquiera masturbarme hasta el final. Pero, bueno, yo siempre fui un hombre muy paciente. Sabía que ya llegaría el momento del desquite.

CONTINUARÁ........

Si alguna niña desea ser adoptada por mí como mi sobrina, escríbame a fjjcogh@yahoo.com.ar


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