Me cambió la vida (parte XVII)

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Sin apartar mis ojos de los suyos, fui quitándole las ropas suavemente, hasta dejarla completamente desnuda. Tomándola de una mano la hice dar lentos giros frente a mí, contemplando en plenitud todo su cuerpo. Era la imagen de la perfección hecha mujer. Todo en ella era perfecto. Su rostro, su largo cuello, sus suaves hombros, sus pechos redondos, con sus rosados pezones parados, su fina cintura, su vientre terso adornado en su parte inferior por delicados bucles de vellos claros. Su espalda estrecha que permitían ver los flancos de sus senos asomarse por los costados. Sus caderas firmes y sus nalgas redondas y duras. Sus esbeltas y torneadas piernas. Era un cuerpo digno de ser reproducido por los pinceles de un Velázquez o un Goya.

En un perchero que había en un rincón de la habitación, descubrí un sombrero tropical que colgaba desde hacía mucho tiempo a modo de adorno. Le arranqué una gran pluma e hice a Mercedes acostarse en la cama boca abajo, con las piernas apenas entreabiertas.

Coloqué sus brazos a cada lado de su cabeza y apoyé la pluma en el nacimiento de su cuello y fui bajando lentamente recorriendo de un hombro a otro, los omóplatos, las redondeces de sus pechos que sobresalían a los costados de su cuerpo, con lentos movimientos giratorios. Al principio las cosquillas la hacían retorcerse y reír, pero poco a poco la piel se le fue erizando y la risa dejó paso a los suspiros. Fui bajando por su espalda hasta llegar a sus glúteos, pasando la pluma por la hendidura que los separaba. Ella apretaba y aflojaba alternadamente los músculos tratando de dominar las sensaciones.

Llegué hasta el nacimiento de sus piernas y las recorrí hacia abajo por la parte de afuera hasta llegar hasta sus pies rozando los tobillos, las plantas y los dedos. Luego, desanduve el camino por la parte interior mientras veía que su gruta del placer dejaba escapar gotas de sus jugos humedeciendo la sábana. Hacía allí dirigí la pluma, recorriendo con ella las puertas que custodiaban sus profundos, impolutos e intactos secretos.

Mercedes separó totalmente las piernas, mientras se retorcía y dejaba escapar una especie de ronroneo de su boca. “- Por favor. No aguanto más” – me dijo y se dio vuelta, manteniendo sus piernas bien abiertas. “- Subite sobre mí. Quiero sentir el peso de tu cuerpo. Haceme tuya de una vez, no me hagas esperar más. No lo resisto”.

Lentamente fui cubriendo su cuerpo con el mío, acariciando con suavidad sus pechos hinchados de deseo, hasta que sentí mi miembro apoyado sobre la entrada de su carnosa boca vertical. Ayudándome con la mano, recorrí con el glande toda su extensión acariciándola de un extremo a otro. Sus labios se fueron abriendo como pétalos, ansiosos por devorar a su ardiente visitante. Hice una pequeña presión y sentí como penetraba con cierta dificultad el extremo de mi estaca, mientras una oleada de calor la cubría. Ella dejó escapar un suspiro, mientras su cuerpo se tensaba. Presioné nuevamente notando cómo el glande desaparecía en su interior y me mantuve quieto esperando que el visitante y el huésped se acostumbraran uno al otro. La besé metiendo mi lengua en su boca. Ella la succionó con desesperación, como preparándose para el embate final. Volví a empujar con mis caderas, sintiendo la resistencia de su himen como el último bastión que quedaba por vencer para mi invasión triunfante. Sus uñas se clavaron en mi espalda como pidiéndome la última estocada. Entonces, dejé caer mi cuerpo y mi miembro venció la última resistencia y penetró victorioso, al tiempo que Mercedes dejaba escapar un sordo gemido y unas lágrimas brotaban de sus ojos. Con un dejo de culpa, sorbí esas lágrimas y permanecí en silencio abrazándola fuertemente. La oí decir: "No te procupes, mi amor, ya pasó, Lloro de alegría. Te tengo adentro mío. Me siento una mujer.... tu mujer. Haceme gozar y gozá con mi cuerpo que ya es tuyo”.

En ese instante aparecieron en mi mente todas las imágenes de ella que se habían ido grabando día a día. Ya era el dueño de ese cuerpo que tanto había admirado y deseado desde el momento en que surgió ante mis ojos en el aeropuerto.

Ahora debía hacerla gozar, para que siempre recordara el día en que había dejado de ser una niña para convertirse en una mujer. Y yo sería el dueño absoluto de esas horas y de esos recuerdos que no se borrarían jamás de su memoria.

 Suavemente, fui retirando mi miembro de su suave encierro. Ella, instintivamente, aferró mis caderas como queriendo evitar el desacople y volvió a introducirlo. Cuando cesó en su presión, volví a sacarlo un poco, mientras le decía “- Hacelo entrar y salir como sientas que más te gusta. Marcá vos el ritmo”.

Entonces, dirigiendo el movimiento con sus manos en mis caderas, fue haciéndolo entrar y salir, como un émbolo. Sus jadeos y grititos de gozo fueron subiendo de tono, mientras sus movimientos con la pelvis fueron aumentando de ritmo y yo los recibía con mis arremetidas cada vez más vigorosas. Ya estábamos danzando el baile del amor total, llevando el compás perfecto.

Sus pezones estaban erectos enervados por el bombardeo de sensaciones hasta entonces nuevas y su piel se había erizado como si hubiera recibido una corriente eléctrica. Ya no pude razonar, ni contenerme. Me dejé arrastrar por ese mar de emociones. Deseaba convertirme en un monstruo de mil cabezas, con mil bocas y mil manos para poder saborear y acariciar cada rincón de su cuerpo. Sentía como si yo también estuviera perdiendo mi virginidad. Como si nunca hubiera sentido un placer igual. Mis jadeos se mezclaron con los suyos siendo cada vez más y más intensos. Entonces, ella tiró su cabeza hacia atrás, formando un arco con su espalda y la invadió una serie de convulsiones como una interminable sucesión de verdaderos estallidos internos, mientras dejaba escapar de sus labios una mezcla de risas y sollozos anunciando los primeros orgasmos, como sumergiéndose en un mar de locura sin fin, en las oleadas de la voluptuosidad sin límites.

“- Ohhh!!! Qué hermoso!!! Me estoy volviendo loca!!! Tío querido, cuánto te amo. Nunca pensé que se podía sentir algo igual. Ahora quiero que vos también goces como yo estoy gozando”.

Sus palabras fueron como la llave que abre las compuertas de un dique, dejando en libertad sus aguas tanto tiempo contenidas.

CONTINUARÁ........

Si alguna niña desea ser adoptada por mí como mi sobrina, escríbame a fjjcogh@yahoo.com.ar


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