Deseo por estrenar

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Aquel hombre tenía algo irresistible. Había intentado evitarle a toda costa pero, por alguna razón, me provocaba, me seducía y, por encima de todo, deseaba con locura hacer el amor con él. Pero algo me frenaba y a pesar de que intentaba descubrirlo, no lo lograba: era cariñoso hablando pero brusco cuando me besaba y me abrazaba; era cuerdo, pero el morbo le enloquecía; era sosegado, pero la pasión le perdía.

Aquel deseo reprimido me carcomía y decidí proponerle un encuentro. Sería al día siguiente, después de comer. Disponía de poco tiempo para encontrar un conjunto de lencería de su color preferido, a pesar de que no coincidía, precisamente, con mis gustos. Siempre quedaba la opción del negro, sensual y elegante, pero si deseaba convertirme en algo especial para él, debía satisfacerle en todas sus fantasías y caprichos. Encontré lo que buscaba, aunque el color seguía sin convencerme. Necesitaba ver su efecto en la intimidad y cuando llegué a casa, encendí el ordenador, me desnudé y me vestí para él. Esperé a que su foto apareciera en la pantalla: me observaba con expectación y le imaginé tocándose bajo el slip.

—Mastúrbate para mí—le ordené en voz alta mientras yo me contorneaba sensualmente ante el espejo.En realidad, el color de la lencería, poco importaba. Aquella tarde, él me tiraría sobre la cama y me la arrancaría sin siquiera contemplar el perfecto diseño que elevaba mis pechos y mi culo. Su ternura se convertiría en un apetito voraz y su generosidad en un egoísmo irreprimible por poseerme, hacerme gritar y copular hasta conseguir lo que tanto deseaba: follarme y llegar al orgasmo; uno, dos,…, los que fueran necesarios hasta conseguir el éxtasis.

Acabé de vestirme. Me sentía preparada para la cita y partí a su encuentro.  Llegó a la hora y punto convenidos. Me había encargado personalmente de buscar aquella taberna. Tenía buenas referencias del local y pensé que un tapeo sería perfecto para evitar las inoportunas y continuas interrupciones de los camareros.  

El vinoayudó a desinhibirme y mientras él me contaba sus vivencias en el extranjero, me entregué al placer de dar rienda suelta a mi libido: “¿Será de los que prefieren un orgasmo duradero y con interrupciones para alargar la agonía, o quizás de los que ansían una penetración contundente y rápida?; ¿preferirá estar encima y ser él quien me domine o le excitará la sumisión pidiéndome que le ate?...”

Estaba loca por llegar al postre pero lo que me esperaba no era dulce sino muy amargo.

—Estarás de acuerdo conmigo en que nos deseamos y en que debemos encontrar un día y un lugar para descubrir nuestros sexos—me dijo guiñándome el ojo izquierdo—Se hace tarde y debería ir pidiendo la cuenta—concluyó.   

Fue entonces cuando me di cuenta de que no compartíamos el mismo guión. Intenté disimular mi frustración: mi sonrisa quedó congelada en mi rostro y mi cabeza asentía sin saber por qué.

El pagó, salimos del local y me dejé llevar hasta una maloliente y clandestina callejuela donde permití que me morreara y me manoseara como parte de un  absurdo nodo al que no seguiría película alguna, ni tan sólo un cortometraje.

Nos despedimos y me quedé observando cómo se alejaba. “Seguía echando de menos su lengua retozando con mis pezones y los restos de semen rezumando de su pene todavía duro después de un encuentro, todavía por consumar”.

             


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