Excitación sobre dos ruedas

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Eran las 7.30 h y, como cada mañana, cruzaste el portal de tu casa con paso firme y dispuesto a triunfar.  Llevabas tu chaqueta preferida, aquella que te ensanchaba los hombros, se ajustaba a tu cintura y dejaba al descubierto tus zonas íntimas bajo el ceñido tejano. Sabías que aquel conjunto a ellas las enloquecía y los días que el termómetro lo permitía, no dudabas en aprovechar la ocasión.

Quitaste el carenado de la rueda, te abrochaste el casco, te pusiste los guantes y te sentaste sobre el enorme sillín. Fue justamente en este momento, cuando te acordaste de la fogosa protagonista de la novela que habías empezado a leer aquella semana. La habías escogido por su tono subido y el capítulo de anoche te había excitado. Deseabas hacer el amor pero, en casa, ella no estaba de humor y te quedaste acariciando tu duro miembro en la oscuridad.

Tus sueños habían sido agitados y ahora, con el contacto del sillín, te asaltaba tu abstinencia. Intentaste cambiar de posición tus genitales pero estaban indomables y exaltados, y no lo conseguiste. 

Pusiste la moto en marcha y todo el rugir del motor se trasladó a tu capullo en forma de vibraciones, como si miles de dedos lo estuvieran toqueteando. Suspiraste; casi gemiste y remataste la faena al bajar el bordillo de la acera. Tu pene se escapó del bóxer quedando a merced del friegue de la dura tela que a cada paso por los adoquines martirizaba tu espera.

Disfrutabas con las marchas cortas, revolucionando el motor y sintiendo crecer tu virilidad y, en aquel semáforo, te paraste a primera línea. Deseabas gozar de una buena arrancada para poner el motor a cien y tu sexo a mil. Te costaba concentrarte en otra cosa que no fuera imaginar tu miembro dentro de una boca cálida y húmeda. Frenaste y apoyaste el pie derecho en el suelo. La presión en tu entrepierna se convirtió en algo insoportable “¡Cómo te estabas poniendo!”

Una de aquellas canciones de moda marchosas y con deseo oculto se escapaba por el techo solar medio abierto del deportivo que se había detenido en el carril contiguo. Miraste en su interior: una morenaza con un imposible jersey de cuello alto te mostraba unos pechos sugerentes. No llevaba sujetador y el tono claro de la lana te permitía vislumbrar sus pezones. Tu excitación creció y tu deseo, tantas horas reprimido, decidió que querías follar con ella. Debías conseguirla como fuere y decidiste seguirla. No te importaba llegar tarde a tu trabajo, tan sólo liberar tu sexo penetrándola y tomando aquellas tetas con tus manos.

Esperaste a que el coche arrancara y la seguiste por el cinturón de ronda hasta la segunda salida donde se dirigió a la gasolinera. Paró en uno de los surtidores y la puerta del conductor se abrió, apareciendo dos largas piernas enfundadas en unos panty de fantasía. Los tacones altos contactaron con el suelo y al salir, su corta falda te permitió adivinar cómo aquellos labios vaginales se abrían. Se dirigió a la tienda y en cada paso que daba, su culo se contoneaba y sus pechos rebotaban. “¡Aquella mujer era una lujuria carnal!”.

Al cabo de unos segundos salió andando hacia el coche. Se puso unos guantes de plástico, cogió la manguera del surtidor y enfocó su extremo a la boca del depósito. Se inclinó hacia delante marcando aquellas nalgas redondas,  dejando colgando sus tetas. Deseabas agarrarte a ellas y te quitaste tus guantes de piel.

Notabas como tu aguante se acercaba al límite y corriste hacia la tienda; entraste al lavabo y poco te faltó para no llegar a tiempo. Casi ni hizo alta masturbarte. Explotaste rociando las paredes con tu semen y tus gemidos te traicionaron. Al salir a la tienda, la encargada no pudo dejar de dirigir su mirada hacia tus partes íntimas, ahora ya aliviadas.

Pero tú seguías con sed de sexo y la lujuria por estar con aquella mujer te perdía. No podías dejarla escapar y saliste hacia la gasolinera. El coche había desaparecido. “¡Joder!”, exclamaste enojado contigo mismo. “Con lo buena que estaba la hubiera repasado de arriba abajo compartiendo con ella los actos más libertinos imaginables…”

Fue entonces cuando viste el deportivo aparcado delante de la zona de aire. Te acercaste discretamente. No había ni rastro de la explosiva fémina. Te inclinaste para mirar en el interior por la ventanilla cuando notaste que unos pechos se apoyaban, con todo su peso y volumen sobre tu espalda y un susurro en la oreja que te advertía: “Ni se te ocurra volverlo a hacer sin mí”.       


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