Perro muerto (I)

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Era un día precioso, como casi todos los días en esa urbanización de ensueño. Al amanecer de otro domingo de verano las persianas se fueron abriendo a medida que el sol aparecía por el este. Poco a poco, salían los padres de familia a cortar el césped, las madres a tumbarse al sol, las abuelas a refrescarse a la sombra, los niños a jugar despreocupados... Todo era de un color feliz y próspero, desde la verde hierba de los jardines clónicos a las blancas vallas que los separaban, pasando por los rosales multicolor y los maquillajes en las caras de las mujeres de clase media alta baja.

En una de esas casas, la persiana se abrió más tarde que las demás, pero pronto se reprodujo la misma escena. Un padre con polo y shorts rosas se puso a cortar el césped que tanto trabajo le había costado adquirir, la madre de pelo cardado y titanlux en la cara se sentó en su silla de playa bajándose las tiras del sujetador para tomar el sol, la abuela-niñera se protegió del sol de justicia bajo la sombra del único árbol del pequeño jardín, dejando libres a un par de repelentes nietos, parejita chillona a la que nadie parecía haber dado unas clases eficaces de educación.

Alguien llamó al timbre, tontería, ya que con un silbido se podría notar su presencia tras la valla, pero ese alguien sabía bien cuánto trabajo había costado adquirir un timbre, y una valla blanca. Era Arturo, el vecino de enfrente, que sonrió bajo un bigote.

-Buenos días, vecino.

-¡Buenos días! Pasa, pasa, Arturo...

Arturo vestía a la moda en ese infierno suburbano: camiseta de polo y shorts, en este caso, de color azul celeste, con calcetines a juego.

-Gracias, Antonio- dijo Arturo abriendo la valla.

La mujer de Antonio aprovechó para mirar tras sus gafas de sol ese cuerpo tan masculino, mucho más masculino que su fofo marido. Los pelos del pecho se apiñaban por encima de esa camiseta celeste desabotonada.

-Hola Eva.

-Hola Arturo.

Eva se humedeció los labios, para estar un poco más lubricada bajo ese seco calor y extendió los brazos sobre su cabeza para acentuar su poderío pectoral.

Arturo pareció admirar unos segundos a su vecina, inquietando un poco a Antonio.

-¿Y bien...? ¿Que te trae por aquí, vecino? Quieres tomar algo?

-No. No, gracias, Antonio. Venía por un asunto...

Los niños no dejaban de gritar.

-¡Callaos, que tenemos visita!- aulló Antonio.

Y los niños, ni puto caso.

-Perdona, vecino... ¿Que asunto?

-Bueno, Antonio. Quizás quieras ver esto...

Arturo se dirigió a la valla blanca y miró a Antonio para que lo siguiera.

-Por cierto- dijo Antonio mientras lo seguía- Bonito coche te has comprado.

-Si, verdad?

-Me encanta.

-Y apenas consume.

-Tremendo!- dijo Antonio mientras se cagaba interiormente en su vecino, que se creía mejor que él.

Ya estaban en la calle.

-Escucha, Antonio... Hoy al salir para comprar pan me he encontrado esto...

Arturo señaló al centro de la carretera. En pleno asfalto ardiente yacía un bulto peludo al sol. Antonio siguió a Arturo hacia el bulto.

-¿Que es eso?

-Bueno... Parece un perro. Un perro muerto.

-¿Que? ¿Es tuyo?

-No. Pensé que quizás era de tus niños o algo... Como está en frente de tu casa...

-¿Eh? También está enfrente de la tuya.

Efectivamente, ese bulto peludo de tamaño considerable se encontraba en un punto equidistante entre ambas casas idénticas, justo en el medio de la calle. 

-Parece que lo atropellaron o algo.

-Si. Es probable.

Unos segundos de silencio barnizaron el momento de cierta solemnidad. Pronto llegaron los insoportables niños gritando.

-!Papá! !Papá! ¿Que es eso, que es eso?

-Es un perro.

-¡Está muerto?

-Si hijos... Parece que se fue al cielo. No lo toquéis, que podéis pillar algo.

Mientras los niños gritaban alrededor del cadáver, se acercó Eva exagerando el movimiento de su enorme culo.

-¿Que pasa, chicos? ¡Oh, Dios mio! Un perro... ¿Es tuyo?

-No, Eva. Apareció aquí esta mañana.

-Que horror... ¡Niños!- chilló Eva- ¡No lo toquéis, que podéis pillar algo!

-Bueno -dijo Arturo- ¿Que vas a hacer al respecto? El perro no se puede quedar aquí.

-¿Yo?- replicó Antonio- ¡Yo nada! ¡El perro no es mío!

-Pero está delante de tu casa.

-También está delante de la tuya.

-¿Que dices?

-Lo que oyes. Hazte tu cargo.

-No me lo puedo creer.

Los dos hombres se quedaron mirando unos segundos.

-A lo mejor, debéis llamar a la policía o a alguien para que lo venga a recoger.- dio Eva para romper un poco el silencio, sólo violado por los gritos de los niños, que jugaban a ver quien tenía huevos para acariciar al animal.

-Si- concordó Antonio- Quizás deberías llamar a alguien, Arturo.

-Escucha, Antonio. El perro no es mi responsabilidad. Hoy me he levantado y ahí estaba, frente a tu casa. Y a mi no me importa, de verdad. Puedes tener toda la basura que quieras delante de tu casa, pero...

-¿A que te refieres?- A Antonio le pareció ver que el vecino señalaba su coche.

-Mira. El caso es que con este sol, el perro va a empezar a oler mal, y por ahí si que no paso. También me afecta a mi, ¿sabes?

-Pues no es mi problema. No es mi perro.

-¡Papá, papá!- gritaron los niños- ¿Podemos tener un perro?

-¡Callaos!- gritó todavía más Antonio.- Mira, Arturito... El problema es tuyo, deshazte tú de el. Ahí tienes los contenedores de basura, que por cierto, esos sí están delante de tu casa. Cojes al bicho y lo tiras en ellos...

-¿Que? ¿Que insinúas...? ¿Que porque los contenedores están más cerca de mi casa que de la tuya tengo que recoger la basura de toda la calle?

-Exacto. No veo porque te quejas tanto del olor. Ya estarás acostumbrado.

-Antonio- dijo apuntando con el índice en el pecho de su vecino- Es la última vez que te lo repito: coje a tu perro y entiérralo. Aquí no puede estar.

-¿Mi perro?

-Tu puto perro.

Los niños callaron unos segundos y rompieron a reír histéricos.

-¡Puto! ¡Puto! ¡Puto!- gritaron lo máximo que pudieron entre risas. Algún peatón que pasaba se quedó mirando la escena.

-No te consiento que uses ese lenguaje delante de mis hijos.

-¡Vete a la mierda!

Las risas se multiplicaron.

-¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!- los niños se lo estaban pasando de miedo.

-¡Callaos!- aulló Antonio- ¡Eva! ¡Llévate a los niños adentro!

Eva cogió a los niños con violencia y se los llevó, quizás un poco excitada por la masculina tensión del ambiente.

-Escucha, Arturo...- dijo Antonio en voz baja- la próxima vez que vuelvas a  mandarme a la mierda, te parto la cara.

-¡A la mierda...!

-¡Esto es intolerable!

-¡Que te jodan! Saca a tu perro de aqui!

-NO ES MI PERROOOO!,- explotó Antonio escupiendo espuma bajo el bigote. Tras unos segundos, intentó calmarse.-Es TU perro. Y quiero que te lo lleves. Si después de comer sigue ahí vamos a tener serios problemas.

Antonio dió por finalizada la coversación y se dirigió a la valla blanca.

-¡Pues los vamos a tener!, grito Arturo a sus espaldas, y mirando el incómodo bulto en el suelo de la calle, se marchó el también hacia su propia valla blanca.


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