El extraño caso de Edmund Harris

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Edmund Harris había caído de un vigésimo quinto piso y había sobrevivido sin apenas un rasguño. En la habitación de la que salto encontraron a una mujer descuartizada.

  La mañana que fui a verle al hospital un viento frio soplaba en las calles. El tráfico y las bocinas se apretaban entre los edificios y las hojas de otoño bailaban en el aire. Un sol pálido como la muerte asomaba entre las nubes grises. Yo, envuelto en mi gabardina, no dejaba de pensar en Edmund Harris. Muchos periódicos recogían en portada su caso. El hombre milagro le llamaban. Edmund había recorrido muchos platos de televisión haciendo gala de su sorprendente don para leer las mentes y adivinar el futuro. Su fama había crecido tanto que incluso se dice que el presidente solicitó sus servicios para un asunto privado.

 Descuidadamente pisaba los charcos de una reciente tormenta otoñal. Mi mente estaba en otra parte. Cuando volvió a la realidad me encontraba a las puertas del hospital. Cemento y cristal se elevaban hacia el infinito, arrancando tímidos destellos a aquel sol huidizo. En la puerta la gente se arremolinaba. Algunos fumaban distraídos , otros hablaban por teléfono. Las puertas automáticas se abrían y cerraban continuamente dejando escapar un agradable calor proviniente del interior. Ed se encontraba en la habitación mil ciento nueve.

   Hay muchas cosas sorprendentes entorno a la figura de Edmund. Poca gente sabe que saltó por la ventana a propósito. Ni se cayó descuidadamente, ni nadie le empujo. Así lo declaro a la policía. Aquello me desconcertaba profundamente. Cuando miraba a los ojos de Ed sabía que él no había matado a la mujer misteriosa. No había un solo hecho en su pasado que relacionase la figura de Edmund con la muerta. Juraría dos cosas: primero, que Edmund Harris salto por la ventana sabiendo que iba a sobrevivir y segundo, que  lo hizo porque huía de algo o de alguien.

   Encontré al doctor Simmons en la puerta de la habitación

-¿Cómo se encuentra? –le pregunté.

-Físicamente está perfecto- dijo a través de sus anteojos. – Sin embargo no ha dicho ni “mu” desde que lo trajeron aquí.

   Recordé súbitamente una fotografía. Indagando en el pasado de Edmund una tarde  en la penumbra de mi oficina, apareció.La foto formaba parte de un reportaje del Washington Post fechado el catorce de septiembre de dos mil uno, solo tres días después del colapso de las Torres Gemelas. En la fotografía tres bomberos recuperaban a un hombre consciente de entre los escombros. Su cabello estaba enmarañado y el personaje estaba cubierto de polvo y rasguños de pies a cabeza. El pie de foto decía: “Sobrevivió tres días enterrado entre cascotes”. Aquella persona era Edmund Harrys. Me pregunto aun hoy si Ed fue uno de los que saltó desde los pisos superiores del Word Trade Center.

  Entre en la habitación. Edmund se encontraba sentado en una silla de ruedas mirando por la ventana en un hierático silencio.Nadie había venido a visitarle.

-Hola Ed, te he traído unos cigarrillos-

Aquel locuaz personaje que dejaba con la boca abierta a los espectadores cada vez que adivinaba el número de lotería,  ahora parecía una estatua de sal. No sé porque seguía viniendo a verle. Tal vez porque algo en mi interior me decía que Edmund tenía todas las claves.El sabía quien había descuartizado a aquella joven.Entró una enfermera.

-Vaya, Edmund no recibe muchas visitas. ¿Es usted familiar? –pregunto jovial.

-No, soy inspector de policía. Aunque conozco bien a Ed.Investigo el caso.

La atractiva muchacha sonrió seductoramente. Para ella la historia de Ed era algo frívolo, como para la mayoría de los medios que habían tratado al personaje. Sin embargo para mí era algo muy triste. Había algo en la mirada perdida de  Edmund profundamente desolador. Era la mirada de alguien que anhelaba la muerte. 

-Bueno,  pues espero verle a menudo por aquí – dijo la chica dejando al descubierto la espalda de Ed. Iba que inyectarle un calmante en la zona lumbar. Entonces vi algo sorprendente: la espalda de Edmund estaba surcada por unas cicatrices terribles. Como si una enorme garra hubiera cruzado su espalda. Las marcas eran muy profundas.

Dos días después, buceé entre los casos de gente que había aparecido con terribles heridas provocadas por animales en la ciudad de Manhattan. La casualidad vino a mi encuentro : Hacía tres meses había aparecido una persona muerta en las alcantarillas, en el cruce de la 79th con Park Ave. En Las fotos del informe del forense aparecía la espalda de la víctima con las mismas heridas de garra que había visto en Ed. Cuatro personas habían sido detenidas. Y ahí fue cuando me quede petrificado: entre los rostros de los detenidos  aparecía el de una mujer que miraba de forma extraña hacia la cámara. La mirada era la misma que había visto en Edmund. El anhelo de la muerte que no llega. Aquella mujer era la misma que había aparecido descuartizada en el piso de Ed.

La lluvia se derramaba como una densa cortina gris sobre la ciudad. La gente corría entre un mar de  paraguas y sombreros. Observaba aquel paisaje otoñal desde la ventana de mi oficina sumido en profundos pensamientos. Sentía que estaba muy cerca. Al parecer, la mujer se llamaba Catalina Kierskovska. Era terriblemente atractiva, y aquel hecho tenía que haber atraído al antiguo Edmund hacia ella como una mosca va hacia la miel. Trabajaba de azafata en Virgin, pero había sido detenida en más de una ocasión por altercados relacionados con una secta llamada Los Protegidos de Soth. La creencia de esta secta abogaba por la vuelta de un mesías oscuro, una especie de anticristo. Tal vez Catalina creyó ver a ese mesías en Edmund, el cual por aquel entonces no paraba de salir por la televisión en aquellos shows disfrazados de esoterismo y provocación.

Horas más tarde entre en una pequeñita tienda de Harlem mojado de pies a cabeza. Al abrir la puerta unas campanillas sonaron sobre mi cabeza. Buscaba allí a Arenzo Mogliatti, coleccionista de objetos antiguos y experto en todo lo que se cuece en las zonas de Nueva York donde la luz nunca llega. El lugar estaba lleno de cajas apiladas, algunas a medio abrir, y estanterías rebosantes de libros. Olía intensamente a humedad y cuero. Un personajillo asomo por una puerta abierta enmarcada por extraños símbolos.

-Buenos días  ¿En qué puedo ayudarle?

   Le mostré las fotos de Catalina, de las espaldas de Ed y aquella otra víctima encontrada en las alcantarillas, y le hable de la secta de Los Protegidos. Cuando le enseñe la foto de la chica no pudo disimular un estupor.

-¿La conoce? – pregunte a bocajarro.

Haciéndome un gesto me invito a entrar a la trastienda. Había cosas que solo se podían hablar en privado.

-Verá !esa mujer es muy peligrosa! Aquellos rituales…!Esa gente no sabe lo que hace y esto no es un juego! Vino a mí hace unas semanas  horrorizada. Habían liberado algo terrible en aquellas alcantarillas, y ese “algo” ahora la buscaba sin descanso. No dormía, no podía comer.

-Y fue entonces cuando buscó a Ed, porque creyó que podría salvarla.


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