Vivir sin razón

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Enviado el , clasificado en Drama
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Nos situamos en Madrid, seis y cuarto de la mañana, en una de las muchas estaciones de trenes. Una niña de no mas de once años está tumbada en un rincón, tirita, se tapa más con la manta, solloza. De las muchas caras adormiladas que hay allí nadie se digna a ayudarla, la miran con pena, como a un cachorro abandonado que te encuentras por la calle.

No pasa nada, se dice ella, no necesito a nadie.

Y es que aunque ellos vean a un animal indefenso esta niña es una de las personas más fuertes que he conocido. Se llama Beatriz Canto y si ahora está así es porque ha tenido que pasar por mil y una cosas.

Hace cinco meses la secuestraron cuando esperaba a su padre a la salida del colegio. Querían pedir una recompensa por ella, nada mas que cien mil euros pero sus padres, que eran los dos jefes de la guardia nacional, decidieron que podían encontrarla sola ¡y lo hicieron! si señor, pero les costó la vida.

Habían pasado dos meses aproximadamente desde que la llevaron a ese desguace. La pobre criatura estaba maniatada con la ropa hecha jirones de las veces que habían abusado de ella, un moratón le ocupaba toda la cara y tenía cardenales aquí y allá de las veces que se había intentado resistir. Había empezado a perder la esperanza, a pensar que estaba destinada a morir allí. Hasta que lo oyó. La voz de su madre, firme y clara, se le saltaron las lagrimas de la emoción y después todo esta borroso.

Dice que recuerda a su padre entrar en el desguace, y después el sonido de un disparo y un grito. Su padre con mucha prisa le quitó las cuerdas y le dijo que escapara todo lo lejos que pudiera, que la quería mucho y que pronto volverían a estar los tres juntos.

Beatriz no se fue muy lejos, espero tras unos árboles para ver que pasaba. Nuevamente se oyeron disparos y ella muerta de miedo se acercó a ver a quien habían herido.

Se quedó paralizada en el sitio, con las lágrimas acechando sus ojos y la boca entreabierta. Sus padres, los dos tirados en el suelo, cogidos de la mano y mucha, mucha sangre.

Entonces si corrió, resbaló, se cortó con ramas, se clavó piedras pero no importaba, ya nada le importaba, porque ya no le quedaba nada, porque quería morir.

Y en tres meses ha estado merodeando por las calles de Madrid, subsistiendo de los comedores benéficos y pasando las noches en estaciones de trenes.

¿Qué como se esto? Porque lo que ha pasado lo he vivido con ella. Porque hace cinco meses me contrataron para secuestrar a una niña a la salida del colegio.


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