Por qué ella, por qué en ese momento, por qué para siempre

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Había visto en las manos de aquella mujer las arrugas características del paso del tiempo. Se detuvo a pensar un instante: no era capaz de recordarlas sin aquellos arañazos en la carne, arañazos grabados a fuego de todas las veces que había tenido que luchar con el presente. 

Nunca le había dado la más mínima importancia a la llama viva dentro de aquella mujer. Pero la vida pasa, y pasa para todo el mundo. Ahora esa llama sucumbía tímida y callada a las fuertes embestiduras que el destino preparaba para ella, y sentada delante de la mirada caída de quien empieza a despedirse del mundo intentaba recordar con fuerza todo lo que con ella había vivido.

Pero todo esfuerzo se quedaba en aire. Un aire ligero y endeble que se perdía antes de poder ser percibido. Así eran sus fuerzas. Impalpables. Invisibles. Como si no existieran.

Miró a los ojos de aquella mujer. Sabía que de ellos brotarían lágrimas si ella no estuviera delante. Sabía que encerraban una gran verdad demasiado pesada como para ser confesada: el tiempo se detendría de un momento a otro. Y todo acabaría.

Volvió a mirar las arrugas en sus manos. Aunque en ese momento decidió besarlas con cariño, cerrando los ojos fuerte, como quien quiere inmortalizar ese instante en sus recuerdos, como quien quiere sentir a través del contacto físico lo más indescriptible: el cariño, el amor, la vida. 

La quería. La quería mucho. Y por eso tuvo que hacer el mayor de los esfuerzos para no dejar salir de su garganta ese gran nudo de lágrimas que desde hacía días la perseguía.

Cuando tocó sus mejillas pudo sentir el calor de la vida. Pero esta vez se le notaba cansado. Cabizbajo. Quizá entristezido. Sabía que faltaba muy poco y que pronto sería el momento de abandonar ese cuerpo.

Le habría gustado decirle tantas cosas que no pudo pronunciar ninguna. La velocidad con la que esos mensajes llegaban a su cabeza la abrumaban de tal forma que ni siquiera era capaz de respirar de forma ordenada. Pero por el efecto que en los ojos verdes de aquella mujer causó el temblor de todo su cuerpo comprendió que cualquier palabra estaba de más.

No entendía el sentido de la vida. No entendía nada. Ni mucho menos por qué tenía que irse. Por qué ella, por qué en ese momento, por qué para siempre.

Se arrepintió de no haber dedicado más tiempo de su vida banal y  egoista a estar con ella. Sabía que juntas podrían haber compartido muchas cosas. Y por dejarlo para el día siguiente los segundos y las horas se les habían agotado. Ya no habría un mañana, ya no habría un después, casi dejaría de existir un ahora.

Se maldijo así misma. Se detestó por encima de todo. Odió su propia actitud, su forma ególatra de afrontar la vida, su…

- No te tortures. Tú siempre serás mi pequeña.

En aquel momento solo pudo abrazarla. Aquellas lágrimas que llenaban cada una de sus venas le explotaron en el paladar y terminaron cayendo en una cascada interrumpida por sus ojos.

Era absurdo encerrarse en el pasado. Era absurdo seguir buscando tiempo. Era todavía más absurdo no aprovechar el poco que les quedaba.


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