LA SOLEDAD DE LA NINFA

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Ya en su jardín Syrinx iba despojándose de la ropa. Antes de acomodarse entre las flores fue hasta la fuente y vio su imagen, eliminando de su cuerpo algunas hojas del laurel frondoso. Se miró una vez más,  ahora directamente a la sombra de su pubis que se le antojó parte de la sombra del jardín y ella misma un abismo que la separaba inexorablemente del inocente espacio que había entre ella y su imagen reflejada en aquellos ojos que detrás la estaban mirando con lujuria.

Entonces se dio vuelta y lo vio.

El Fauno con una sonrisa llevó a sus labios la flauta de sus bellas melodías y le entregó a la joven un hermoso ramillete de Ciclamen.

En la mañana, además de un rayo de sol, los pétalos del Ciclamen, manchados de sangre, descansaban sobre el violado pubis de la joven.


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