El peso del pasado

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Ninguna historia es lo suficientemente buena como para hacernos olvidar las heridas del pasado. En realidad no responde a ningún patrón complejo, ni es resultado de una extraña fuerza ancestral que tira de nosotros hacia un determinado camino. Es más bien una tendencia humana, un hábito, y si se me permite, una mala costumbre.

Comparamos continuamente nuestros actos del presente con algunos parecidos que protagonizamos en el pasado. Unos actos que, fuera por la causa que fuera, desembocaron en un tornado devastador. Entonces una especie de visión premonitoria nos hace intuir que puede volver a ocurrir lo mismo. Es una forma de pensar que de un modo u otro nos estanca, pues solo pensamos en la experiencia como barómetro para medir y valorar todas las circunstancias que se nos presentan diariamente, olvidando que no nacimos con todos los volúmenes de la enciclopedia aprendidos y que hubo un día en el que fuimos capaces de mirar al mundo sin necesidad de compararlo con el pasado.

Resulta triste ver como ninguno de nosotros, y quien haya encontrado la clave (por favor) que la explique, es capaz de vivir cada historia como si se tratara de un libro nuevo, cada experiencia como si se tratara de la primera, cada susurro, cada tormenta, cada alegría o cada problema como si jamás antes nos hubiera ocurrido.

Nuestra mente almacena recuerdos impregnados de impresiones propias, que no tiene por qué corresponderse en absoluto con lo sucedido en el mundo terrenal, que tomamos como bandera a la hora de afrontar nuestra vida. Y es absurdo. Porque actuamos como si nuestra personalidad no evolucionara, como si las circunstancias no cambiaran, como si nuestra existencia se moviera siempre en el mismo entorno. Y nada de eso es cierto: cambiamos, evolucionamos, crecemos dentro de un cuadro que no para de transformar sus colores, sus formas, su disposición, su lógica.

Eso es lo que deberíamos tener en cuenta. Es cierto que el pasado fue, y fue muy intenso cuando todavía era presente. Es cierto que ese presente ya pasado pudo hacerte volar, pudo hacer que sintieras en tu piel la más profunda de las dichas, puede que incluso te hundiera, te decepcionara, te hiciera pasar por situaciones que ni tú mismo elegiste. Pero en la vida no existe una regla de tres ni un patrón estático que te asegure que pueda ocurrir lo mismo.

En realidad los seres humanos nos movemos por los conocimientos que se desprenden de nuestra experiencia. Y quizá ahí esté nuestro defecto. Si fuéramos capaces de mirar cada mañana con los ojos de un niño ilusionado, de mantener nuestro interior impoluto y abierto a las segundas oportunidades, nos sería más fácil sentir, también sufrir, pero si todos empezáramos una página nueva cada día muchos de los rencores y de los sentimientos banales y crueles que protagonizamos no existirían. 


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