El trágico final de Samuel (parte 4 de 6)

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Finalmente, no se pudieron resistir, y todos metieron mano a la bolsa de plástico que
contenía todas aquellas golosinas, que sujetaba con una mano la chica.
Se sentaron en un banco de la plaza y estuvieron allí hasta la hora de irse a comer cada
uno a su casa, contándose unos a otros todos los juegos nuevos que habían aprendido
durante la época escolar, y si habían aprobado o suspendido los exámenes.
Después, cada uno se despidió, ya que sus casas estaban todas en dirección diferente, y
quedaron en volver a reunirse a las cinco de la tarde en ese mismo banco.
Después de comer, la familia de Samuel se quedaron dormidos echando la siesta, pero
Samuel no podía dormir. Estaba nervioso y deseoso de ver a todos sus amigos y planear
juegos y vivir aventuras. Se aburría en su casa y decidió pasar por alto la hora de
quedada y salió media hora antes de la casa, para ir a buscar a los demás a sus casas.
Pensó que podría ir primero a ver si Carlos había llegado ya, e ir con él al banco y
esperar a los otros.
Llegó a la casa y toco en la puerta despacio, sin hacer mucho ruido, ya que era la
sobremesa y a esa hora el pueblo estaba en completo silencio. Tuvo que llamar un par
de veces más porque no salía nadie. Pensó que si estaban dormidos, no oirían el ruido
de la puerta, pero que si estaba Carlos, quizás no estaría durmiendo y saldría a recibirle.
Oyó que se levantó la persiana de la ventana de al lado de la puerta, y por ella salió la
cabeza de Carlos, que le susurró que saldría enseguida. Samuel le miró con una sonrisa
en la boca y sin decir nada, esperando a que saliera para saludarle y darle un abrazo.
Cuando Carlos salió por la puerta no salió solo. Iba acompañado de una motocicleta que
sus padres le habían regalado por sacar buenas notas y aprobar el curso con muy buena
calificación.
Se acercó a Samuel y le dio un abrazo para saludarle, pero Samuel no podía quitar la
vista de aquel alucinante vehículo. Normalmente, ellos montaban, como mucho, en
bicicleta. Todos tenían alguna vieja y polvorienta en algún lado de esos antiguos
caserones. Pero nunca habían tenido una moto. Para ellos era algo nuevo, sobre todo
para Samuel, que creía que nunca podría tener una como aquella. Se enamoró de ella de
inmediato.
Se dirigieron los dos a la plaza del pueblo, con la moto apagada, para no meter ruido a
esas horas, y que los vecinos empezaran a quejarse.
Llegaron al banco en el que habían quedado con Jaime y Erika, pero aún no habían
llegado. No eran las cinco todavía, así que se quedaron hablando mientras los
esperaban. Carlos le contó muchas anécdotas de su colegio y sus amigos, al igual que
Samuel a él.
Pero Samuel solo pensaba en cuando le dejaría conducir aquella maravilla. Finalmente,
rodeando un poco el tema, decidió preguntárselo.
Carlos le dijo que cuando llegarán los demás, podrían ir al campo de fútbol para
mostrarles como conducía su nuevo regalo y, tal vez les podría dejar una vuelta a cada
uno de ellos.
El campo de fútbol estaba lo suficientemente alejado para que no se ollera el ruido de
motor dentro del pueblo, mientras se hacía algo más tarde y comenzara a haber
movimiento en las calles. Entonces podrían conducirla por el pueblo.


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