Cambio de Aires

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La decisión ya estaba tomada, Jaime le había estado dando vueltas durante todo el verano, y finalmente, lo vio claro. “En septiembre me voy a Dublín”.

Como cada viernes a media tarde, se reunió con sus amigos más íntimos en una céntrica cafetería de Javea. Alberto expresaba a los demás su cabreo por un asunto de trabajo. Diego presumía de su nuevo y lujoso coche. Miguel, como de costumbre, se limitaba a poco más que escuchar. Jaime, pasado ya un largo rato, decidió contarles su noticia, la noticia. Ninguno sabía nada sobre el tema, no había contado nada a nadie hasta ese día.

Sus amigos reaccionaron muy sorprendidos, nadie se lo terminaba de creer, aunque sabían que no estaba bromeando. Les explicó durante poco más de dos horas, que había tomado la decisión de trasladarse a vivir a Dublín por varios motivos, siendo el principal, la referencia que tenía de su tío, quien emigró a Berlín recién cumplidos los veintisiete años, y tras haber conocido a una joven veraneante alemana en Javea.

Su tío creó una familia y la vida le sonreía en Alemania, tenía un buen trabajo y un gran círculo de amigos, en parte gracias a su mujer.

Jaime añadió otros motivos, como que aquí no entraba trabajo, que estaba cansado de estar siempre en el mismo sitio, o que sabía que en otro lugar la vida le iría mejor.

Tenía novia desde cuatro años atrás, ella no compartía su idea de irse a Dublín, pero el prefirió dejar la relación e irse a miles de kilómetros de casa. Siempre pensó que le iría tan bien como a su tío.

 

Ya en Dublín, encontró rápidamente un trabajo, limpiando la cocina de un local de comida rápida, no muy bien pagado. Vivía de alquiler con otras 3 personas, un italiano, una búlgara y una española. La española era la peor de todos, su habitación era un caos y su vida, también. El italiano tenía amigos un poco sospechosos y siempre estaban haciendo cuentas y hablando un poco alterados. La búlgara tenía trabajo fijo y era más o menos normal, pero tenía un perro que siempre iba dejando “regalos” por toda la casa.

 

Jaime hizo algunas amistades, la mayoría españoles, aunque muchos de ellos estaban allí de temporada y terminaban volviendo a España, como tenían planeado.

A pesar de conocer a mucha gente, nunca terminó haciendo amigos tan íntimos como los que dejó en Javea. Conoció algunas chicas, pero ninguna superaba a su novia. Se arrepintió infinitas veces de haberla dejado, al darse cuenta de lo que había perdido.

Se acordaba mucho de los buenos momentos con sus amigos, de Javea y su costa, su gente, su clima…

Tras cuatro años aguantando los fríos inviernos, el frío carácter irlandés, a los irlandeses borrachos como cubas, llevar el paraguas siempre encima, los extraños alimentos de los supermercados y un largo etcétera, Jaime se dio cuenta de una cosa. Él en Irlanda estaba solo, toda su gente estaba donde él debería de estar. Comprendió que lo importante no es dónde estás, sino con quién estás.


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