Sandra Valverde I

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Me llamo Sandra y tengo 21 años. Dentro de un año  serán 21 igualmente, y dentro de veinte también tendré la misma edad…Hace 30 que soy el ser que relata esta historia. Nací como mortal en Albanchez, un pueblecito jienense  situado en las faldas de Sierra Mágina.

Desde un observador externo  soy una de esas jóvenes con estética predominantemente “heavy”, maquillada hasta alcanzar la absoluta palidez cadavérica que algunas personas dentro de las nuevas generaciones, consideran belleza. Seguramente la gente al pasar simplemente piense en que tengo una prodominante ideología anarquista y que me gusta pasar los fines de semana en tugurios oscuros alimentándome de sangre por el morbo que ello implica…

Esa es la explicación más lógica para un mortal a fin de cuentas, sin embargo, he de decir que yo no soy mortal, soy una vampira. A pesar de mis pintas, he vivido mucho más que muchos de los adultos puretas que me tildan de “siniestra”.  Podría dejarles con el culo torcido en cualquier conversación a pesar de aparentar los cándidos 21.

Volvamos a mi pasado…

Mi infancia transcurrió en ese pequeño pueblecito de Sierra Mágina. Yo vivía con mi madre en una casa de dos plantas justo a la entrada del pueblo. Teníamos un bar de carretera en la planta de abajo y una modesta casita en la segunda planta.  No conocí a mi padre. Ser camarera y propietaria era algo bastante estresante para una madre soltera, así que, además del personal contratado, a una edad temprana yo comencé a ayudarla en cuanto terminé la educación obligatoria. En mi adolescencia varias veces pensé en fugarme de allí, era una vida monótona  y esclava para una muchacha tan joven.  No lo hice por mi madre.  Me hice amiga de clientes y algunos chicos y chicas venían a verme al bar  de vez en cuando, pero la distancia y el trabajó acabó por cobrarse las pocas amistades que conseguí  hacerme.

El trabajo del bar desde tan corta edad me abrió los ojos para “calar” a todo tipo de gente, a veces, veía cosas que no me correspondían a mi edad y aprendí  todo lo que no se debe de aprender en esta vida.  Maduré no se si bien o mal, pero lo hice antes que muchos niños de mi edad.

Yo me consideraba una buena persona, no abandoné a mi madre y siempre estaba allí cuando ella necesitaba algo, a fin de cuentas…¿Qué le vas a negar a quien te ha dado la vida?

Sin embargo algo comenzó a cambiar en aquel bar de carretera…

Un señorito de las tierras de la oliva se estaba dedicando últimamente a extorsionar al pueblo de Albanchez. Comercios y casas, mayores y pequeños, incluso el alcalde vivía asustado de los matones de  Izquierdo. De padres campesinos con tierras abundantes, Izquierdo estaba adquiriendo buenas sumas de dinero haciendose dueño del movimiento de droga  en la provincia de Jaén. Sin  embargo, siempre me pareció que le venía de lejos. Cuando una persona se hace tan poderosa…no le puedes negar nada.

Recuerdo la noche en la que un mensajero de izquierdo habló con mi madre. Yo tenía ya mis 21. Por lo que escuché tras las puertas de las cocinas buscaba  convertir el lugar en un prostíbulo y le ofertó  a mi madre una suma ridícula por el local que tanto le había costado, y sí, la amenzaron.

Recuerdo la cara de angustia de mi madre, como limpiaba nerviosa la barra del bar, sus manos temblaban la noche en la que llegaron los matones de Izquierdo. Cogí un cuchillo de cocina afilado y lo coloque entre mi ropa interior. Por si esos cabrones se pasaban un pelo.

Eran 5 y bastante corpulentos. La gente que afablemente se estaba tomando su cena salió del bar pues eran conocidos estos procedimientos en el pueblo. Rápidamente nos quedamos solas en el local.  El cabecilla del grupo sonrió, tenía la cara llena de cráteres y los dedos de anillos. Le preguntó a mi madre si había reconsiderado la oferta y esta me miró con lágrimas en los ojos…les dijo que el local era lo único que podía dejarme para un futuro y que no pensaba malvenderlo para encontrarnos mañana en la calle. Los compañeros del cabecilla comenzaron a crujirse los nudillos mirando atentamente a mi madre que inútilmente preparaba el teléfono para llamar a la policía (cosa que todo el pueblo sabía que era inútil pues estaban comprados).

Se acercaban cada vez más a la barra y sacaron unas navajas mariposa. Yo horrorizada me disponía a empuñar el cuchillo de cocina. Mi madre me empujó hacia las cocinas, tropecé contra una baldosa rota y acto seguido mi madre se apoyó en la puerta para que no saliera. Lo vi todo a través de la puerta  pues tenía una fina capa de madera conglomerada que dejaba ver claramenelas siluetas. La puerta comenzó a empañarse de la sangre de mi madre y comenzarón a empujarla para terminar su trabajo conmigo.

Sin embargo pararon,  fue un milagro cuando dejé de oír la puerta ceder. Comenzaron a hablar con alguien que había entrado en el bar, aunque parecían varias voces las que interactuaban. No osé asomarme para ver lo que pasaba, decidí esconderme en el cuarto de las escobas.


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