EL PESO DE UNA PLUMA

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EL PESO DE UNA PLUMA

De pie, sólo y ante el vacío, me encontré arriba de aquél acantilado. Buscando una solución en el amplio valle que ante mi se extendía, más allá de lo que mi vista alcanzaba, más allá de lo que podría imaginar, o más allá de lo que nunca pude soñar. El aire era tan fresco y revitalizador como lo es el aire que da a un bebe sus primeros segundos de vida. Llenaba mis pulmones dándome una inmensa sensación de paz y de armonía. El cielo era azul, un azul suave en el que los pájaros flotaban, como flotan los peces en el mar. Siempre sentí envidia de esas criaturas que tienen el poder de sentir la ingravidez, de ser capazes de vivir en una dimensión imposible para nostros, de surcar los cielos siendo completamente libres.

Allí estaba yo, sin saber muy bien como o cuando llegué, recordaba momentos felizes y llenos de sentido. Momentos de la niñez que pasaban por mi mente a camara lenta, recordandome juegos con mis primos en el campo los domingos. Recordé aquella niña extraviada en mi memoria durante tantos años. Era rubia con media melena, su voz era tierna y recuerdo como me miraba. Un amor puro de niños que se pierde con el paso de los años, un amor platónico sin ningún defecto. Aunque no recordé su nombre. Posiblemente el amor de mi vida, el que nunca más volví a ver, del que nunca más volví a saber. Pero me alegré de recordarla, sentí el mismo cosquilleo que sentí aquel mismo domingo que la conocí. Me parecía escuchar su voz susurrandome al oído, diciendome que se alegraba de volver a verme y de que aún nos quedaba mucho tiempo.

Y de repente volví al acantilado, al presente. Las puntas de mis zapatos asomaban al vacío y yo sin temor alguno. Me sentía con el peso de una pluma, ligero y suave. Me sentí como si fuera un aguilucho en su primer vuelo, sentí que era el momento de surcar el cielo.

Eso es lo que sentí justo antes de que mi madre me despertara en el hospital. Estube en coma durante varios días a causa de aquel accidente. Un accidente que marcó mi vida para siempre.

Cuando me recuperé, busqué a aquella niña de media melena rubia y la encontré de camarera en un bar, no muy lejos de donde yo vivía por aquel entonces. Ahora es mi mujer y vuelvo al acantilado siempre que puedo para dar gracias por aquel accidente.


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