EL MANCO DE OSTENDE

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Tumbado en la playa de Ostende, en Castro Urdiales, me río solo al recordar la situación vivida en esta playa.

Dicen que la realidad supera la ficción, yo puedo añadir también, que a veces la realidad supera los cuentos y los chistes.

Mi nombre es Rafael, el de mi mujer Pilar, Rafa y Pili para los amigos y conocidos.

Hace ahora dos años, seria por estas fechas, tirados en la playa de Ostende, en Castro Urdiales, en compañía de otras dos parejas, serian más o menos sobre las tres de la tarde. Unas de las parejas que estaba con nosotros, Yolanda y Víctor,  a su vez habían quedado con una cuadrilla de amigos en esta playa.  Total siete personas que se juntan a los seis que ya éramos; tres chicas y cuatro chicos. En el tiempo de presentaciones, risas y bromas, se han despojado de sus ropas para quedarse en bañadores como estamos nosotros, llama mi atención uno de los chicos, Ramón es su nombre.

Ramón, es manco, lleva una prótesis que debe estar hecha de látex o de goma, es idéntico al brazo natural suyo.

De toda esta cuadrilla que ha llegado a la playa, Ramón, es el más activo, el más simpático, incluso hace bromas de su carencia o desgracia.

Llevamos media hora contando chistes e historias; pasado un rato, los chicos decidimos por unanimidad que nos vamos al agua.

Ramón, se ha desprendido de su prótesis, la ha guardado en una bolsa de loneta color verde oscuro, debe de haberla traído especial para su brazo ortopédico.

Ramón, a pesar de su carencia, nada como un pez, puedo asegurar que incluso podría retar a todos los bañistas de esta playa y ganarnos a todos.

Las mujeres tiene la capacidad natural de permanecer tumbadas horas al sol sin chamuscarse. Pasamos un buen rato los chicos a remojo y poco a poco nos vamos acercando al centro logístico custodiado por las chicas, después de secarnos y relatar lo fresquita que está el agua, alguien a tenido la feliz idea de proponer ir a tomar una cervecita al bar del polideportivo municipal de Ostende, a este evento nos apuntamos todos los hombres y alguna de las chicas.

Ya en el bar se sigue con las bromas, chistes y gracias, Ramón, con su buen humor contagia y consigue que otros clientes del bar se agreguen a nuestras chanzas y bromas, sin darnos cuenta de que eran ya las seis menos cuarto de la tarde, hora de retirarnos y volver donde tenemos instalado el campamento para luego preparar el regreso a Bilbao.

Una vez en el campamento percibo que Ramón, esta inquieto, está buscando la bolsa de loneta con su brazo ortopédico, sin perder un ápice de su sonrisa, nos pregunta a todos:

.- ¡Venga tíos me habéis escondido el brazo!

Ante esta pregunta todos nos quedamos sin repuesta, a quién se le puede ocurrir hacer una gracia con el brazo de otra persona, en mi caso pienso que hay que ser vil o falto de recursos para hacer una gracia con un problema ajeno.

La cosa empieza a tomar unos tintes ya preocupantes, Ramón decide ir al puesto de socorro de la playa de Ostende, para denunciar la desaparición de su brazo. Un par de chicos y yo le acompañamos, los socorristas a su vez llaman a la Policía Municipal; ante este despliegue de autoridad en la playa, se ha levantado una expectación increíble hacia nuestro grupo.

La Policía Municipal llega, empieza el interrogatorio y toma de datos de lo ocurrido.

Al parecer un par de chicos, por su aspecto parecían magrebies paseaban por la playa, testigos dicen que corrían con una bolsa parecida a la descrita por Ramón.

Después de haber pasado una tarde en armonía y buen humor, ahora se estaba torciendo la tarde, la Policía Municipal pasa aviso a las patrullas con las descripciones de los presuntos malhechores. Nos despedimos de los agentes, por ahora mas no pueden hacer los representantes de la ley. Cuando prácticamente nos estamos despidiendo, empezamos a escuchar un griterío en toda la playa, la gente señala hacia un punto en medio del mar, se aprecia alguien en el agua parece que está en apuros, los socorristas salen disparados hacia el agua, los agentes municipales también se quedan por si seria necesaria su actuación, a lo lejos alguien necesita ayuda, debe  de estar pasándolo mal, desde la playa vemos como agita su mano, parece que se está  yendo para el fondo, los socorristas nadan como tiburones para acercarse a la victima en el menor tiempo posible y antes de que suceda una fatídica desgracia.

Los socorristas ya están encima de la victima, se paran, desde la playa somos todos testigos del rescate del bañista, hasta las personas que se encuentran en el polideportivo municipal de Ostende, la policía, Ramón, mi mujer, yo, el resto de gente que está disfrutando de la playa estamos en una nerviosa expectación.

Murmullos, conjeturas, apuestas, desde nuestra posición en tierra, ésto es un espectáculo.

Se aprecia la mano del náufrago pidiendo ayuda queriéndose agarrar a la vida, reclamando atención, auxilio. Los socorristas ya han llegado a su objetivo. El náufrago, la victima.

El público en la playa aplaude, exclama, reza y hasta dan gracias al Señor.

Los socorristas parecen que ya regresan, desde la playa vemos como agitan un brazo, en tierra esperan sus compañeros, la Policía Municipal, el público. Según se van acercando a la playa los rumores aumentan, no se aprecia el cuerpo del náufrago, no se entiende, nadie comprende, se escuchan risas de los socorristas, que se van acercando a la orilla entre juegos y chanzas acuáticas.

Los socorristas ya están en la orilla, el agua les cubre hasta los ombligos, uno de ellos cogido de la mano arrastra un brazo, toda la playa al unísono ríe y aplaude, Ramón corre a la orilla a recibir su brazo, su pieza, perdida en el mar.

Una tarde de sol preciosa, una tarde imposible de olvidar.

 

Alvaro Villa Rey 


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