Charlotte & Sam

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Charlotte I

Charlotte oyó el timbre y fue a abrir la puerta. Él entró como un torbellino. Como un huracán. No tuvo tiempo de nada, ni siquiera de hablar. Él se abalanzó sobre ella y la tiró sobre la cama. Charlotte se dejó hacer, y correspondió al estado de ánimo de su visitante. Él hundió la cabeza en su cuello y le mordió el lóbulo de la oreja mientras se desabrochaba los pantalones. Prácticamente le arrancó las braguitas de las piernas, le subió el vestido y la hizo sentarse sobre su miembro, que ya estaba duro y ansioso por entrar en ella.

- Ahh – Charlotte dejó escapar un gemido cuando sintió que el pene de Sam se deslizaba dentro de ella, resbalando en su húmedo interior. Entonces Sam la cogió por las caderas y se impulsó para darle la vuelta, dejándola atrapada bajo él. Empezó a embestirla una y otra vez, una y otra vez, acelerando el ritmo cada vez más. Se colocó las piernas de Charlotte sobre sus hombros, y la chica gimió aún más. Las embestidas se duplicaron en intensidad y en rapidez, el cabecero de la cama chocaba estrepitosamente contra la pared, Charlotte gemía de placer, y entonces, cuando la chica llegó al orgasmo él empujó por última vez y Charlotte sintió el líquido caliente recorrer su interior.

Charlotte encendió un cigarrillo, dio un par de caladas y se lo pasó a Sam. En teoría Sam no fumaba. Pero cuando ambos estaban juntos las teorías no existían.

Sam era el prometido de la mejor amiga de Charlotte; Diana. Sam y Diana habían empezado a salir hacía cinco años en la universidad. Charlotte y Sam llevaban cuatro acostándose.

Charlotte no habría sabido decir cuando había empezado todo aquello. Un roce bajo la mesa, una mano deslizándose bajo su falda en el cine, unas copas de más, un toqueteo en el baño de alguna discoteca, y al final allí estaban.

- Nunca me has pedido que la deje – susurró Sam pasándole de nuevo el cigarrillo.

Charlotte le dio las últimas caladas y lo apagó en el cenicero de la mesita de noche. Se levantó y se puso frente el espejo de su armario, recolocándose el vestido.

- ¿Es que te estás acojonado? – dijo sonriéndole a través del reflejo del espejo.

Sam apoyó la espalda en el cabecero y suspiró.

- No, no es eso, es solo que me resulta extraño que nunca hayas deseado tener una relación de verdad.

Charlotte volvió y se sentó en el borde de la cama.

- Ésta es una relación de verdad – replicó.- Puede que no sea oficial, pero eso no quiere decir que no sea real.

Sam sonrió y negó con la cabeza.

- Deberías sentar la cabeza ¿sabes?

Charlotte lo empujó, lo hizo tumbarse sobre las mantas y se sentó a horcajadas sobre él. El contacto de la piel desnuda de su abdomen contra sus muslos descubiertos le produjo una sensación agradable, y enseguida comenzó a humedecerse de nuevo.

- ¿Sí? No soy yo quien tiene una amante.

- No – murmuró Sam metiendo las manos por debajo del vestido y agarrando sus caderas – Tú eres la que engaña a su mejor amiga tirándose a su novio desde hace cuatro años.

Charlotte lo abofeteó, pero Sam se limitó a sonreír y arrancarle el vestido, mientras Charlotte notaba como crecía su erección bajo ella. Metió una mano entre sus cuerpos y agarró su miembro con suavidad, moviéndolo arriba y abajo lentamente, rozándolo contra sus muslos,  contra su clítoris…

- Estamos en el mismo barco, Sammy, los dos juntos.

Sam trató de incorporarse para besarla, pero ella lo empujó e introdujo su miembro dentro de ella. Bajó lentamente y subió, bajó y subió y luego hizo girar sus caderas, aumentando el ritmo poco a poco.

- Charlie – dijo en un gemido el joven mientras ella echaba su cuerpo hacia atrás y él le acariciaba los pechos. Charlotte sonrió. Le encantaba que dijera su nombre mientras lo hacían.

Sus cuerpos chocaban una y otra vez. Charlotte gemía y hacía gemir a Sam bajo ella cada vez más. Entonces Sam la atrapó y la hizo ponerse a cuatro patas sobre el colchón. Se puso de rodillas tras ella y la penetró con fuerza, apretándole las nalgas con ansia. La agarró del pelo con una mano mientras seguía empujando con violencia, e introdujo también sus dedos de la mano que tenía libre en el juego, acariciándole el clítoris y subiendo hasta sus pechos una y otra vez. Charlotte sintió en ese momento de placer máximo, el extraño deseo de que Diana entrase por la puerta y los encontrara así, unidos uno con el otro, sin saber dónde empezaba Sam y dónde terminaba ella. Echó la cabeza hacia atrás y dejó que el placer hecho realidad la inundara por dentro. Sam terminó y le dio la vuelta. Tenía el pelo revuelto y sudaba un poco, pero sonrió y le lamió los pechos, con sus dedos aún dentro de ella, completamente mojados y húmedos, haciendo pequeños círculos en su interior.

Charlotte sonrió y le acarició los rizos rubios. Aquello era lo único que necesitaba.


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