"Me llamaba luna"... primer capítulo

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Me desperté de mal humor, con un hambre insaciable y con deseos de no despertar: era mi cumpleaños una vez más.

Hace dos semanas era una chica de las que solo en sueños se veían: pelo negro como la noche; ojos verdes sensuales y de mirada pícara; labios carnosos y siempre bien delineados; y un cuerpo que era mi mayor tesoro: después de dedicarme toda la vida a el deporte y estar en portada de revistas juveniles, me sentía orgullosa de él. No había hombre que no me mirara o me deseara. Tal vez se escuche prepotente, pero, cuando toda tu vida has sido la fijación de hombres de cualquier edad, creo que es normal aceptar quien eres. Aún así me costó muchísimo conquistar a mi pareja, ya que era difícil que un chico inteligente, culto y responsable no se desquiciara por celos o me dejara de amar por los típicos rumores que circulaban en la universidad. Yo no era unos senos o un polvo rápido en el suelo de cualquier hotel de las afueras: tenía y tengo sentimientos, aunque ahora, dudo que alguien me mire con admiración y mucho menos con amor.

Que agradable es poder expresarme sin balbucear o sin que la saliva se derrame por mi barbilla al intentar decir una sola palabra. Que sencillo poder plasmar mis pensamientos y mis recuerdos en una hoja de papel sin que se me parta una uña o un dedo, o lo que es peor, derramar este líquido rojo lleno de grumos y dolor, que llaman, fluido de la vida: ¡ja, ja, ja!, que irónico se leyó eso: vida.

Estoy muy enfadada, demasiado. ¡¿Además, incrédulo lector, te tengo que explicar que ocurre o que paso?! Para resumir diré que estoy muerta. ¡¡¡ Sí!!! ¡¡¡ Cómo le lees, estoy muertaaaaaa!!! Muerta para unos, demasiado viva para otros.

La literatura es mágica y por medio de ella lees mis pensamientos, aunque yo no desee que mires dentro de mí. Me encantaría apartar tú mirada, llena de duda, y que observaras mi infierno, para que no dudes más... pero no soy tan cruel, y sin ti, seguramente mi historia se perdería en las sombras de mi pasado. En fin, ya que no puedo hacer nada, empezaremos con mi pequeña y breve historia.

Como dije anteriormente, estudiaba en la universidad. Por la noche era monitora de fitness en un gran gimnasio de la ciudad. Vivía en una habitación del centro con dos amigas más, aunque eso no evitaba que mi novio entrara cada noche a mi cama. Por resumirlo, tenía todo lo que deseaba: buenas calificaciones, trabajo bien pagado y amor a raudales.

Un día saliendo del gimnasio, fui directa a mi tienda preferida a tomarme un café bien cargado para aguantar una noche de cine con un par de amigas que empatizaban con el género romántico: ¡¡¡ como odio esas películas!!!, pero ya hacía varias semanas que las evitaba con alguna razón estúpida. Al salir, un claxon de un coche, desvió mi mirada y ahí estaba él, sacando la cabeza por la ventanilla con un gran ramo de rosas: ¡¡¡Luna, ven, apresúrate!!! Corrí hasta su coche y abrió la puerta del copiloto. "Luna, tengo una sorpresa para ti", dijo con una sonrisa y una mirada que siempre  ponía, cuando una buena noticia me escondía entre nervios y entusiasmo. "Cierra los ojos y abre las manos". Yo sonriendo, cerré los ojos y puse las manos boca arriba, esperando alguna caja con algún regalo. Noté que algo alargado con tacto a papel tocaba las yemas de mis dedos. "¡¡¡Abre los ojos amor!!!", me dijo exaltado. Abrí los ojos y vi una hoja de papel plegada. La abrí y mis ojos se llenaron de lágrimas al ver de qué se trataba: viaje para dos personas a Japón. “¡¡¡Japón amor, Japón!!! Dijo dándome un abrazo y besándome en las mejillas. Yo llevaba años deseando conocer el continente asiático y siempre por alguna razón, se posponía. Pero esta vez no sería así. Ya llevábamos tres años juntos y me lo debía o al menos no dejaría que me dejara en esa mísera ciudad otras vacaciones. Aún estábamos en Febrero y quedaba un mes, pero la alegría me estaba volviendo loca.

Febrero fue un mes lluvioso y lleno de stress: tenía que dejarlo todo bien atado,  para que en la universidad y en el trabajo me dieran esos quince días que tanto deseaba. Trabajaba ocho horas al día y estudiaba otras siete. Necesitaba alejarme de todo aquello y vaya que lo haría. Y así fue: pasó el mes más lento de mi vida pero llegó ese soñado día. Hasta el cielo nos despedía sin lluvias y algo de calor.

Día cuatro de marzo, seis de la mañana: teníamos por delante más de dieciséis horas de viaje. Aguanté ronquidos, lloros y comidas insípidas, pero por fin llegamos. Una voz en diferido del capitán, nos comunicaba que llegábamos a Tokio, con el consecuente aplauso de la tripulación. Yo solo miré a mi novio, le di un beso nervioso y agarré mi maleta de mano, ansiosa, como niño que mira el reloj el último día de escuela, antes de las vacaciones de verano.

Y se preguntarán ustedes: ¿Por qué Japón? ¡¡¡ Bueno, querido lector!!! ¡¡¡ Estudiaba filología japonesa en la universidad!!! Mi futuro, si es que algún día lo tuve, era dedicarme al turismo en Asia oriental. Entendía bastante bien el idioma y adoraba la cultura asiática.¡¡¡ ¿Ahora entiende mi incrédulo lector?!!! Entonces prosigamos sin interrupciones.

Teníamos un tour bastante extenso por aquella gigantesca isla. Primera parada, Tokio: Una gran ciudad donde las personas solo viven para trabajar. Personas que parecían sonámbulas, con un estilo de vida casi robótico. Grandes estaciones de metro, donde, miles de personas se agolpaban, para llegar pronto a sus respectivos negocios. Edificios gigantescos y luces en cada calle, que iluminaban los rostros apagados de la juventud nipona. Me gusto esta ciudad pero me entristeció la forma de vida sin diversión. Nos quedamos dos días en esa majestuosa ciudad: todo eran risas y acercamientos cariñosos. Creo que necesitábamos salir de la monotonía y mucho más de la lejanía de la relación. Éramos uno en esos días y yo, tenía tanto que agradecerle, que se lo demostré cada segundo que pasamos juntos.


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