AMORES DEMENTES

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AMORES DEMENTES

 

La misma mesa rectangular de madera; las mismas sillas; el mismo diploma en la pared, en el cual demostraba lo que él ya sospechaba desde hacía semanas, se trataba de una enfermera; el mismo sillón gastado desde donde, sentado, observaba la puerta con la paciencia de quienes conocen el destino y sus secretos.

Todo a su alrededor era igual a como se veía por su ventana, salvo la oscuridad que teñía el lugar con un aire mórbido y lúgubre, o talvez fuese su presencia oculta entre las sombras de la noche que transformaba el ambiente. El reloj en la pared, el mismo que muchas veces le advirtió de la llegada del día, obligándolo a retirarse cabizbajo y maldiciendo rumbo a su cuarto, donde sus más retorcidos deseos y anhelos se transformarían en realidad en el preciso momento en que sus ojos cayeran fusilados por el cansancio posterior a la masturbación frenética que le obligaba el simple hecho de haberla visto; ese mismo reloj que tantas veces lo vio partir derrotado, ahora estaba de su lado, manteniéndolo bajo control de la situación y llenando el lugar con su tic-tac. Ya era hora, las manecillas lo anunciaban.

 Escuchó la puerta del ascensor y sus latidos se aceleraron, su corazón comenzó a bombear como si fuese a estallar, su mano apretó fuertemente el mango de la cuchilla, como diciéndose a sí mismo -“el momento ha llegado, no hay vuelta atrás”-; se levantó lentamente y se posicionó detrás de la puerta, esperando el sonido de las llaves en la cerradura. Su respiración se contuvo; vio con vehemencia como el picaporte giraba; la puerta se abrió tapándolo, y ella entró.

 Los ojos de ella se encontraron con los de él, dibujándole en su rostro un gesto de asombro mezclado con horror; sus ojos casi se salen de sus órbitas, su boca se abrió como queriendo gritar, pero la cuchilla entró en su garganta impidiéndole producir sonido alguno; se escuchó un ruido ronco y áspero, como si sus músculos y cuerdas vocales se laceraran, empapadas en sangre; sus manos atinaron a tomar la puerta, pero con un movimiento seco la lanzó al interior del apartamento. Su cara golpeó el suelo y la sangre proveniente de la herida, abierta y desgarrada por haber quedado con la cuchilla en la mano, salpicó los muebles cercanos; ahora tenía la garganta abierta hasta el mentón y su lengua parecía verse, gracias a un pequeño as de luz proveniente de los focos que se encuentran en la vía pública.

 Él cerró la puerta y la trancó; se acercó lentamente mientras la observaba moverse dificultosamente, quizá por la cantidad de sangre que había perdido, quizá porque aún estaba algo atontada por la situación y el golpe, o quizá porque ella en realidad lo deseaba, al igual que él, talvez ella quería que él perforara sus pulmones y la hiciera suya; éste último pensamiento fue el que le resultó mas probable, y así fue que la apuñaló cinco veces seguidas por la espalda; con cada puñalada su cuerpo se retorcía y estremecía. Con la última su cuerpo dejó de moverse.

La tomo en sus brazos y se sentó en el sillón con ella en su regazo. Ya estaba hecho, todo estaba bien ahora, respiró profundamente y miró el techo, como extenuado por su labor, luego expiró y la miró; sus cabellos negros, mojados y pegados por la sangre, cubrían la mitad de su rostro, -“luces perfecta”- pensó, -“no te preocupes, no estarás sola…”-.

 En las noticias de la mañana ya se oía del tema, una muchacha de 29 años fue asesinada en su propio apartamento; dicen algunos que la imagen de ella apuñalada repetidas veces y con su garganta lacerada, en el regazo del asesino, el cuál parece haberse degollado con la misma arma que dio muerte a la joven, es grotesca, propia de una mente enferma; pero para una persona, eso era lo que llamaba “Amor…”.


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