LA NOVIA DEL TORERO

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Patricia, rasgos firmes, decididos, cuerpo voluptuoso, formas provocativas y una mirada que en ocasiones te enpequeñecian y en otras te enloquecian, me habiá invitado a cenar. Imagen latina, provocativa, de esas mujeres que sólo con su presencia inflamaban el deseo. Todos los deseos. 

La manera en que se moví su negra y larga cabellera al caminar hacia mi, hizo que mi mente reviviera escenas casi inconfesables. Recuerdos y anhelos. Recuerdos de noches intensas, grabadas en el corazón a base de entrega e instinto desbocado y anhelos de repetición. 

Ahora estaba aquí, hablando conmigo, agitando su Martini y mi líbido, contándome las últimas "faenas" de Víctor, su novio. Torero, machote, hijo único de un conocido tiburon en el mundo taurino. Tipical spanish. "Mataor" dentro y fuera del ruedo. Conquistador de plazas, morenazo, simpático, medianamente culto y eterno perseguidor de triunfos. Este rey de pacotilla, arlequin de locales nocturnos, centro de halagos y vanidades, mantenia la relación con Patricia como quién posee, disfruta y exhibe el último trofeo conseguido.

Y ella necesitaba aire. Se ahogaba entre la fustración, la duda, el ansia frenética de salir corriendo y el miedo frío y profundo que sentía ante la incertidumbre del mañana. Quiso amarlo, pero no pudo. Intentó comprenderlo pero el mundo de él carecía de sentido para ella. Su relación se había tranformado en un baile de máscaras. Cada uno ocultaba su verdad: El, el vacio que provoca  la  vanidad y ella la tristeza del desamor. 

Hambrienta de Amor, aquella noche su perfume hacía revolotear mil luciernagas en mi vientre. Su voz penetraba en mis oidos nublando la razón. No sabia qué hacer, ni qué decir. La creía feliz, no insatisfecha. Victoriosa, no resignada. Aturdida, sentí agitarse mi corazón y mi sexo. La miré, me miró, sonreimos y apurando su Martini, posando la copa sobre la mesa, me soltó a bocajarro:

.-  Laura, tú que eres lesbiana, dime ¿ El amor, también és así entre mujeres? 

Dios mío! Qué pregunta! Mis labios temblaron inquietos, excitados. Su voz sonó tentadora:

.- ¿Qué te ocurre? - en sus ojos danzaban dos fuegos que, sobrevolando la mesa, hacían arder mis ingles- ¿No quieres contestar? 

Cómo la explosión de un volcan se rompió mi silencio.

.-  Me muero por estar contigo. 

Apoyó los dos codos sobre la mesa, unió sus manos bajo la barbilla y tentadora, respondió:

.- Lo sé! 

Cruce de miradas sensuales, decisión compartida. No recuerdo cúal de las dos lo dijo:

.- Vámonos!

Nos levantamos, pagamos la cuenta, nos miramos con ternura y salimos del local temporalmente y de la vida de torero definitivamente.


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