Los días grises

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X era un tipo promedio, de una edad promedio, que vivía en lo que solía ser hasta hace algunos años la orilla de una ciudad creciente, y que ahora forma la parte intermedia de lo que él siente es una ciudad pasada de peso. No es ni alto ni bajo, con unos kilos de más, de ojos cafés y cabello más abundante de lo que él quisiera, de pocas palabras y frases breves, producto de la timidez y del poco talento que sentía poseer para generar conversación. Sus días eran breves la mayor parte de las veces, diría él debido al rápido vaivén de la ciudad, pues en el campo la luz del sol se saborea mejor y la luna seduce un poco más.

 

X siempre quiso una cámara fotográfica. Quería capturar las imágenes que le rodeaban y que le parecían extraordinarias, atraparlas en un cuadro que pudiera atesorar su belleza natural. Quería tomar fotografías en blanco y negro, pues creía era una forma fría de capturar una imagen de la realidad, muy seria y sombría, tal vez porque coincidía con su forma de ser. También quería tomarlas a color, pues sabía que los mejores momentos y las mejores sensaciones de la vida no se ven en blanco y negro, se perdería mucho de lo que quería retratar.

 

La música formaba parte esencial de su vida, sería casi tan esencial como comer o beber. Músico no frustrado, pero sí de mala calidad, que pudo hacer una sola canción de la cual no recuerda más que dos o tres palabras y tal vez un acorde, pero se contenta, pues sabe que su gozo al final está en disfrutar de la música y poder rasguear algunas canciones de vez en cuando en aquella guitarra que cuidaba y apreciaba como a una amigo fiel.

 

X se veía a sí mismo como una especie de computadora, que sólo absorbía datos, sintiéndose incapaz de generar ideas propias. Se definía a sí mismo como un artista estéril, con ganas de crear pero que siempre acababa con las manos vacías. Siempre que un atisbo de imaginación lo rondaba, un cúmulo de imágenes y sonidos entremezclados se le atiborraban en la cabeza, como una especie de manta que cubría ese momento de luz. “Era como querer tomar un chorro de agua entre las manos”, diría él.

 

El posible artista dentro de él, bueno o malo, nunca alcanzaba a salir. Ante los momentos de breve imaginación o deseo de crear, una discusión se iniciaba dentro de su cabeza, criticándose a sí mismo y finalmente desechando cualquier idea (aunque la pereza natural en él siempre jugó un papel importante en el asunto).

Su mente está en blanco, al igual que en una conversación con gente que apenas conoce, o al estar frente a una grabadora con la guitarra en mano. Su mente parecía no estar tan en blanco mientras tecleaba en la computadora las ideas que guardaría, buscando encontrar algún sentido a su día. Su mente estaba en blanco al no estarlo, pues ahora pensaba en la gente a su alrededor, lo que opinarían de una canción que nunca escribirá, en las calles infestadas que recorrió cubiertas por el sol contaminado del medio día, en la ropa sucia que dejó botada el día anterior en el piso de su habitación. Se siente encajonado en una soledad que no desea abandonar, pues la incomprensión de los demás a su forma de pensar supone una molestia más difícil de sobrellevar.

 

El sueño empieza a invadirlo mientras se relame los labios resecos debido al clima invernal. Se frota los ojos frente a la pantalla mientras repite mentalmente la canción que escucho minutos atrás. Suspira y levanta la cabeza, tal vez por cansancio o buscando una respuesta a una de las muchas preguntas triviales que se hizo a sí mismo durante el día al pasar frente a una tienda cualquiera.

 

Bosteza, se estira y camina un poco, pues la espalda se cansa después de estar un rato frente a la computadora. Busca un final para las ideas plasmadas en el editor de texto, considerando si se puede escribir un final para la maraña de ideas que tal vez ni sentido o relación tienen entre sí.

El final elegido es finalmente un día más en la vida, que por extraño que pueda parecer, X aprecia bastante. Un día más en la vida que pueda ser vivido o malvivido, blanco y negro o bien a colores, de poder despertar tarde e ir a dormir hasta la madrugada, de recorrer la ciudad gorda y humeante, de repetir la misma canción una y otra vez. El final es sólo una página en blanco, un texto que espera poder completar el día de mañana, un párrafo por corregir o uno más que aumentar. Una obra inconclusa, tal vez para bien o tal vez para mal…


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