Corredor de vuelo

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Lo que más impresionó a los arqueólogos fueron los caminos. Bien era cierto que los antiguos pobladores de aquellas tierras habían dejado numerosos testimonios de asentamientos en los que la presencia de edificios singulares y la búsqueda del bienestar social -en forma de sistemas de alcantarillado, agua corriente y alumbrado- era moneda común, pero eso, aunque impresionante para un pueblo en el albor del tiempo, no dejaba de ser mera supervivencia de tribu; conocimiento aplicado a dar protección y comodidad al grueso de la población.

Otro cantar era la extensa red de carreteras que se proyectaba a todo lo largo y ancho del territorio recordando el trabajo de un enorme arácnido. Desde el sinuoso y estrecho camino de grava o tierra apisonada hasta las anchas y perfectas rectas de obra que se fundían con el horizonte, aquella fascinante ingeniería reflejaba una necesidad de comunicación con la que ellos, los malhallanos, no podían sentirse más identificados. Desgraciadamente, tras la hecatombe que terminó con la civilización del pequeño azul, buena parte del trazado había sucumbido ante catástrofes naturales que a nadie importaba ya, quedando invadido el entramado superviviente por el crecimiento sin barreras de la vida vegetal. «Lástima que tengamos tan poco tiempo -se dijo por enésima vez el arqueólogo Yagoram C'Xal ante unos restos especialmente bellos-; aprenderíamos mucho de esta cultura hermana».

 

*              *              *

 

-Almirante. Necesitamos más tiempo.

Raxo Braii estudiaba el plano holográfico del proyecto Puetingeer en aquella parte de la galaxia. Miró molesto al doctor X'Cal por la nueva interrupción -había perdido la cuenta de las veces que iban ya-, dibujando una mala imitación de sonrisa que no pretendía engañar a nadie.

-¿Sabe acaso lo que eso significaría?

-¿Alcanzar el conocimiento pleno de una civilización ya extinta, quizás? -respondió con su manifiesta estrechez de miras el oficial científico haciendo reír, de buena gana esta vez, al almirante de la flota. «No, amigo mío. No -dijo tras volver la vista al plano-. Significa el retraso del proyecto por el que usted y sus compañeros pueden estudiar la vida subinteligente de este sector...»

-Y cada parada que me obliga a hacer -concluyó mirando fijamente a su molesto interlocutor-, es un paso más hacia mi destitución, algo que no voy a permitir. Si son incapaces de hacerlo más rápido me veré obligado a buscar un grupo… más eficiente.

«Por supuesto -se dijo el doctor C'Xal con amargura-. Mi ilustre colega Navono Delooc y sus alegres estafadores. Darían por concluida la investigación a cambio de un buen sobresueldo». Sólo quedaba apelar al sentido común del militar.

-Comprenda que desentrañar las causas de la extinción de esta raza podría ayudarnos a evitar la nuestra.

-Es usted el que tiene que comprender que no disponemos de tiempo.

»Le vendrá bien escuchar de nuevo las órdenes de nuestro Primer Ciudadano Niue.

-No creo que sea necesario...

-No es una sugerencia, doctor C'Xal; es una orden. ¡Piloto! -rugió el almirante al ordenador de abordo-. Pase de nuevo la Orden de Prioridad Uno de nuestro Primer Ciudadano. Y Piloto, sáltese las presentaciones.

 

...La supervivencia de nuestra raza se hallaba comprometida a causa de una explosión demográfica que ni las más severas leyes de contención fueron capaces de atajar. Por ello decidimos lanzarnos al espacio en búsqueda de planetas extrasistema que colonizar con la población sobrante.

»Todo fue bien hasta que la chispa de la revolución prendió en los planetas más alejados. Conscientes de nuestra imposibilidad para llegar a tiempo de sofocar una revuelta de manera efectiva, los colonos decidieron que nada debían a su sistema madre y proclamaron su independencia. Era imprescindible atajar de manera fulminante la más mínima muestra de insurrección que se pudiera producir en el futuro, y así surgió el proyecto Puetingeer.

»Norkad Puetingeer ideó un ingenio capaz de aumentar la masa de una estrella, haciendo más pronunciado su pozo gravitacional y, con ello, acercando las órbitas de los planetas que la circundan. Con el ingenio Puetingeer aumentaremos el vacío entre sistemas, creando corredores de vuelo de mayor diámetro por el que nuestra flota podrá desplazarse a velocidad-luz sin riesgo notorio de colisión.

»Son muchos los sistemas a reducir para acceder rápidamente a todas nuestras colonias así que, almirante Breii, creo innecesario advertirle de la urgencia de su misión.

 

-Tiene el tiempo que tardemos en colocar en órbita el ingenio Puetingeer para llevar a cabo su investigación -Raxo Breii daba así por concluida la entrevista-. Aprovéchelo, doctor X'Cal. Y ahora, lárguese de mi vista.

-Una pregunta antes de satisfacer con agrado su invitación.

-Mmmmmm...

-Hasta ahora sólo nos hemos topado con civilizaciones muertas. ¿Qué ocurriría si encontráramos un planeta habitado en avanzado desarrollo intelectual?

-Me sorprende usted -a Raxo Breii, sin atisbo del sarcasmo que era habitual en él, la pregunta realmente le había desconcertado-. ¿De verdad nunca se ha preguntado la razón por la que forma parte de una misión militar?

>>No pregunte. Dormirá mejor.

 

*              *              *

 

Tres contenedores en piloto automático partieron hacia Malhalla cargados con todo aquello que los expedicionarios habían logrado arrancar a la civilización humana de entre sus dedos muertos. Nada se estudiaba; con la amenaza latente de que aquel fuera el último día de trabajo, los científicos se habían limitado a recolectar con frenesí lo que podía ser transportado, contentándose con material audiovisual del resto.

-Llegó el día, querido doctor -Raxo Breii estaba realmente exultante-. ¿Ve como sus temores eran infundados? El ingenio se halla en posición y usted lleva material que necesitará tres vidas, cuanto menos, para poder estudiarlo.

-Aún así será mucho lo que se pierda.

-No me cabree doctor, que estoy de buenas...

»A propósito. ¿Qué son esas cosas? -el almirante miraba curioso un millar de objetos en forma de casco que se hallaban repartidos por toda la zona de carga de la nave.

-Realmente no lo sabemos. De hecho, en los contenedores que ya han partido para Malhalla, hemos enviado varios miles de esas cosas para su estudio. Los hemos encontrado en muy diversos sitios del planeta, siempre almacenados bajo tierra en gruesos recintos de obra, y esos carteles de allí -Yagoram C’Xal señalaba una pila de finos rectángulos en los que se veían impresas las palabras «Danger», «Nuclear» o «Restricted Area»-, se hallaban colocados en todos y cada uno de ellos.

»Creemos que son alguna clase de advertencia, por lo que no debería hacer eso...

-No me venga con tonterías, doctor -amonestó Raxo Breii mientras manipulaba con descuido uno de aquellos objetos, uno especialmente herrumbroso-. ¿Qué podría ser tan peligros…?

La detonación de la ojiva hizo estallar al resto de sus hermanas, quebrando mamparas, maquinaria, carne y hueso hasta reducir la astronave almirante a una densa nube de partículas en expansión. La flota malhallana, sorprendida con los escudos bajados, recibió de lleno el devastador impacto de los múltiples proyectiles, convirtiéndose en parte de la lluvia de meteoros que aquella noche iluminó el cielo terrestre en un espectáculo que sólo los fantasmas de la civilización humana fueron capaces de apreciar. Nadie en Malhalla supo qué fue lo que ocurrió con su flota y el ingenio Puetingger quedó olvidado en órbita alrededor del Sol, único testigo de los tres cargueros en piloto automático que en sus panzas llevaban las esporas de la guerra nuclear hacia la desprevenida raza.

 

B.A., 2.015

 


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