LOS JUGUETES ROTOS ACABAN SIEMPRE EN UNA BOLSA DE BASURA. (Primera parte)

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      Capítulo 1



             

Diciembre, jueves 24

  1. 35 a.m.

 

Las alcantarillas vomitan un vaho constante desde sus laberínticas galerías, hacia la fría madrugada. A estas horas, en las calles desiertas, son lo único que parece tener vida

Ellas, y la figura ensombrecida de un hombre que se confunde entre la densa oscuridad de la noche, se atreven a desafiar al frío polar que invade los pasillos edificados de la ciudad.

Alto, corpulento, abrigado de tal forma que sólo sus ojos de un penetrante azul grisáceo permanecen a la vista, corre dejando tras de sí las aceras humedecidas por el relente. Su respiración rítmica imita al humo de un cigarrillo cuando  traspasa el pasamontañas que cubre su rostro

¡Uff... Uff..!

Seis grados bajo cero.

¡Uff... Uff..!

Si ese termómetro sigue vivo y no ha sufrido un shock por congelación…, está haciendo una noche de perros. Una jodida noche gélida y negra.

Aunque me temo que ni los perros más atrevidos tendrán los cojones suficientes como  para dejarse ver por la calle.

¡Uff… Uff..!

¡Uff… Uff..!

El maldito pasamontañas es incapaz de contener este frío.

¡Uff… Uff..!

¡Uff… Uff..!

Podría masticar mi propio aliento y escupirlo en forma de cubitos de hielo.

¡Uff… Uff..!

Y la nariz no la siento... ¿Seguirá formando parte de mi cara?

¡Uff… Uff..!

Aún así, me gusta correr y el clima no supone ningún problema. De algo me tiene que servir el estar preparado para sobrevivir en situaciones extremas.

¡Uff… Uff..!

Sí…

Ya pasaste la puta niñez corriendo…

Huyendo del acoso diario de los niñatos de la escuela. Esos pequeños psicópatas en fase de formación.

¡Uff… Uff..!

¡Uff… Uff..!

Si existe la mala o la buena suerte, tuvo que ser la mala la que les condujo hasta mí, cuando bien podrían haber elegido entre otros doscientos alumnos de la escuela. Fui el centro de sus burlas y humillaciones, el blanco perfecto contra el que dirigir su cobarde valentía, sus propios complejos e inseguridades. El contenedor donde verter sus residuos tóxicos. Y todo, por el simple hecho de que mi carácter solitario y esquivo, junto a un físico poco agraciado, no eran de su agrado.

Fue mala suerte haber sido yo el elegido... Mala suerte para ellos, por supuesto... Tres años sometido a su tiranía. Lo que hicieron conmigo no estuvo bien…

¡Uff… Uff..!

¡Uff… Uff..!

Lo que no se imaginaban era que el feo, el que temblaba acobardado ante ellos, al final pondría a cada uno en su sitio.

Siempre llega el satisfactorio momento de saborear el dulce almíbar de la venganza.

¡Uff… Uff..!

¡Uff… Uff..!

Y por otro lado, el verdadero infierno. El vomitivo asunto del “innombrable”, como llamabas al abuelo. Alcohólico. Maltratador. Cruel. Sádico. Dictatorial. ¿Qué más..? Todas estas maravillosas facetas de su personalidad activadas al mismo tiempo, le convertían en un destructivo cóctel molotov.

Nunca evité que te pegara y abusara de ti madre, es cierto, y sabes que lo sigo lamentando… Me avergüenza... Me hierve la sangre... Pero el miedo... El miedo me impedía reaccionar cada vez que era testigo involuntario de las abominables salvajadas que cometió contigo. Sentí el calor del orín descendiendo por mis piernas en numerosas ocasiones.

¡Uff… Uff..!

¡Uff… Uff..!

Unas veces, porque habías bebido demasiado, otras, porque ya no te quedaba alcohol y los demonios de la abstinencia se apoderaban de tu voluntad. Esas eran tus absurdas excusas para sobrepasar todos los límites racionales.

Maldito cabrón… Era tu hija…

Ella suplicaba a su Dios para que esa noche fuera la noche definitiva, la noche en la que no volvieras a entrar por la puerta de casa. Al menos vivo. Quizá, en una de tus innumerables peleas alguien de peor calaña que tú te diera una paliza de muerte; o quizá, por un cúmulo de benditas casualidades, podrías perder el conocimiento en una calle oscura y solitaria y ahogarte con tu propio vómito. Lo que fuera la conformaría. El cómo era indiferente, lo importante era el resultado final… Que desaparecieras de nuestras vidas para siempre.

¡Uff… Uff..!

Un deseo que mamá nunca pudo llegar a ver cumplido. Lástima. ¿Sabes lo inmensamente feliz que hubiera sido, al menos durante unos pocos segundos de su desgraciada existencia?

¡Uff… Uff..!

¡Uff… Uff..!

¡Déjala por favor..! ¡Para… Para... Para ya. Deja en paz a mi madre. Para..! Ni siquiera me escuchaba, y tú lo sabes, ¿verdad mamá? ¡Qué podía hacer un niño asustado contra una bestia descontrolada..!

Te golpeaba hasta que no podías defenderte más y luego te violaba. A veces lo hacía incluso cuando perdías el conocimiento. Creo que esa circunstancia alimentaba su morbo. Y me miraba… Y sonreía con esa sonrisa que sólo tienen las hienas hambrientas.

Corría sin rumbo. Con la vista nublada por el llanto y por esa especie de gasa vaporosa de color rojo que cubría mis ojos. Sólo  quería que todo lo que me dañaba quedase muy atrás. Lejos... Infinitamente lejos. En el olvido.

¡Uff… Uff..!

¡Uff… Uff..!

Al menos, sentir el aire en la cara era como una caricia, un bálsamo milagroso capaz de hacer desaparecer la gasa roja y aliviar en cierta medida las náuseas, y el doloroso y repetitivo latido alojado en mis sienes, que aumentaba de intensidad con cada insulto, cada humillación, con cada golpe encajado.

¡Uff… Uff..!

¡Uff… Uff..!

Corría hasta caer al suelo exhausto, sin aliento, con los puños cerrados conteniendo la rabia, el eco de los gritos de mamá perforando mis oídos, la repugnante imagen del innombrable moviéndose obscenamente encima de su propia hija grabada en la retina, con la mejilla pegada a la tierra derramando lágrimas de impotencia que poco a poco, gota a gota, con el paso del tiempo, harían germinar la flor de la venganza dentro de mí.

¡Uff… Uff..!

Sí… Cómo hubiera disfrutado apretando la garganta del viejo con todas mis fuerzas hasta estar completamente seguro de que jamás volvería a respirar.

Aunque por la evidente diferencia de fuerzas entre él y yo, esa opción era prácticamente imposible, existían al menos otras novecientas noventa y nueve maneras de matar.

¡Uff… Uff!

¡Uff… Uff!

El amargo y doloroso regusto de aquellos años se sigue repitiendo en mi estómago como una mala digestión. ¿Fui un cobarde? ¿Un niño en esas circunstancias puede ser tachado de cobarde?

Y lo peor querido abuelo, es que en algún sombrío rincón de mi interior, ha quedado tu legado. Una pestilente y profunda ciénaga de odio y violencia. Por mucho que me pese, y como si fuera una maldición, ahora soy tan parecido a ti que procuro evitar mirarme en un espejo. Sigues estando ahí…, detrás de mi mirada. Soy una versión tuya mejorada. Sin adicciones que puedan enturbiar mi mente. Con el control total de mis instintos y mis  actos.

¡Uff… Uff..!

¡Uff… Uff..!  

 

¡Maldito viejo… Maldito… Maldito… Maldito seas un millón de veces y tu carne siga ardiendo en el infierno eternamente! El mismo millón de veces que tuve que escuchar aquellos rumores… Lo que siempre estaba en boca de la gente. Lo que fue cruelmente utilizado día tras día por los niños del pueblo para insultarme y humillarme. Lo que entonces creí que utilizaban únicamente para hacerme daño, y ahora, estoy convencido de que todo era cierto, aunque la rabia corroa mis entrañas como si fuera ácido.

Decían que mi padre desapareció misteriosamente un año antes de nacer yo. La gente echaba unas cuentas que no cuadraban, y el resultado siempre era el mismo. Estaban convencidos de que mi padre biológico eras tú, y además sospechaban que habías tenido algo que ver con la súbita  desaparición.

Ahora correr me mantiene en forma.

Acompañado sólo por mis pensamientos…

¡Uff… Uff..!

¡Uff… Uff..!

Mi mejor compañía…

Mi yo interior…

Mi otro yo.

¡Uff… Uff..!

O sea... Yo mismo.

Nunca he necesitado a nadie más.

Como un lobo sin manada... Solitario. Libre.

¡Uff… Uff..!

¡Uff… Uff..!   

Un kilómetro más y habremos llegado al destino.

Desde aquí, seguiremos andando, pero hay que procurar pasar totalmente desapercibidos. Invisibles.


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