LOS JUGUETES ROTOS ACABAN SIEMPRE EN UNA BOLSA DE BASURA (Capítulo 8)

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--Sólo pensaba en lo antagónica que resulta esta situación. Habrás oído hablar del ying-yang. Que todo tiene un blanco y negro, un lado bueno y otro malo...

--Si vas a ponerte filosófico avísame para sentarme. -- le interrumpió.

--Bien, vale. A lo que iba. Que no haya crímenes es lo que deseamos todos, eso es evidente, ¿no?

--Debería ser así. --aseguró Mata-Santos-- ¿Y..? Continúa… --en sus comisuras, pudo vislumbrarse un intento abortado de sonrisa.

--Pero si lo enfocamos desde un punto de vista estrictamente profesional…, no sé…, si esta circunstancia se alarga en el tiempo… ¿No crees que podría llegar a ser frustrante estar todos los días aquí sentados, delante de unas pizarras desnudas y sin nada que hacer salvo pasar las horas muertas mirándonos a la cara?

Laurencio Mata-Santos soltó una risa seca, como un monosílabo.

-¡Joder Darío..! ¿Te puedes creer que yo también había pensado lo mismo..? --expuso, dando un ligero tono de intriga a la frase.

Segré ladeó ligeramente la cabeza. ¿Sería cierto que había pensado lo mismo?

Sí, sí. --continuó Laurencio--. ¡Me refiero a lo de estar viendo tu cara todo el puto día..! ¡Qué pasada! ¿Te lo imaginas tío?

--¡Qué ingenuo soy! Había creído por un instante que el payaso de mi compañero podría hablar alguna vez en serio.

--Sería un suplicio difícil de aguantar, una tortura china. Peor que pasar una tarde de domingo acompañado por mi callado y soporífero suegro sin que pongan fútbol por la tele. O peor aún… ¡Sin tele! --añadió, inclinándose ligeramente hasta quedar cerca del rostro de Segré.

--¡Dios…! ¿Puedes apuntar tu aliento hacia otro objetivo..? --se quejó éste con gesto desagradable abanicándose la nariz con la mano.

El oficial Mata-Santos se irguió, y miró hacia arriba implorando ayuda divina.

¡Aaay… Darío... Darío..! --suspiró-- ¡Vives tan dedicado a tu profesión que no tener la mente ocupada en algún caso te lleva a pensar en chorradas..! ¡Hay que joderse! Un poli adicto al trabajo con síndrome de abstinencia. ¡Eso no puede ser bueno! Lo que te digo, ¡sólo piensas chorradas y gilipolleces! --sonrió, y movió la cabeza negando--. ¡Incluso insinuas, que te gustaría que se produjera un homicidio para poner en acción tu maquinaria oxidada..! ¡Eres increíble tío..!

Ese comentario removió las entrañas de Segré.

--¡Joder! ¿Has escuchado en algún momento que algo parecido haya salido de mi boca? Yo no he insinuado ni remotamente que desee que maten a alguien..! --exclamó, abriendo sus expresivos ojos.-- ¡Sabes perfectamente que lo que acabas de suponer es… es... claramente..., una deformación exagerada que tú haces de un simple planteamiento..!

Ahora, un mínimo sentimiento de culpabilidad arañó su conciencia. Por un lado pensó que en realidad podría sonar algo fuerte ese... "simple planteamiento", dando a entender que se aburría si no había un fiambre en su vida. Concepto, que analizado fríamente, era cierto. Por otro lado, y en mayor medida, se culpaba y arrepentía a la vez de haberle hecho partícipe de su maldito e inoportuno "simple planteamiento".

--Sólo se trataba de una reflexión personal --añadió de forma sosegada y aclaratoria--. ¡De un pensamiento de tantos que pasan fugazmente por el cerebro! No me importaría envejecer anclado a esta silla y aburrirme como una lapa, a cambio de que el número de homicidios no llegara a superar el cero. --su tono de voz iba in crescendo--. ¡Aunque el resultado fuese terminar cada día a puñetazos entre tú y..!

-¡Vale, vale... Saca los dedos del enchufe tío! --Mata-Santos le frenó divertido antes de que se ahogara en lo poquito que le quedaba del café--. ¡No me des tantas explicaciones hombre... El enigma sobre la virginidad de las pizarras ha quedado suficientemente claro!

Se sentó riendo y con gesto triunfal en la silla de tela negra giratoria de su mesa de trabajo. Saboreando el momento.

Estiró las piernas encima de la mesa y cruzó los tobillos golpeando con leves toquecitos una campera con otra, mientras alzaba burlonamente el vaso de café simulando un brindis con su compañero.

Segré, alargó las comisuras de sus labios asintiendo resignado. Entornó los ojos, y bajó levemente la ceja derecha.

-¿Sabes una cosa Lauren? --dijo--. A veces... eres un poquito gilipollas. ¿Sabes otra? Que el tiempo restante lo aprovechas al máximo…, ¡siendo un verdadero cretino!

Laurencio Mata-Santos alargó el brazo y de su puño brotó el dedo anular extendido apuntando hacia el techo.

--¡Que te den..! --sentenció.

Los dos rieron.

A veces surgía en ellos ese niño que todos perdemos de la mano en algún punto indefinido del camino enmarañado de la vida. Había que pasar las horas de inactividad de alguna manera.


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