Amanda odiaba México

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El triste lamento del timbre me despierta de mi letargo. Mi corazón, atenazado por el pánico, casi no bombea la sangre necesaria para desplazarme por el oscuro pasillo hasta la puerta, mientras compruebo los dos leds del pequeño engendro electrónico que debería librarme de mi némesis. Abro lentamente, manteniendo un dedo en el pulsador, pero, para mi alivio, la cara que me observa desde el otro lado del dintel no es la mía.

La agonía aún durará más tiempo.

La mujer mayor farfulla unas disculpas y baja por la escalera a visitar a su amiga del primero. Cierro la puerta y apoyo la cabeza en ella, agotado. Desarmo mi salvaguarda, que es de un solo uso, y vuelvo a valorar mis opciones.

Debo freír los circuitos de mi gemelo malvado antes de que me suplante. Ya explicaré después a la compañía por qué su último y más caro experimento genético estaba paseando por la ciudad e intentando conseguir una identidad propia. Mi innovadora técnica para clonar humanos adultos podría optar al premio Nobel, si no fuera porque es totalmente ilegal en la mayoría de países civilizados. Unir la potencia de las nuevas impresoras 3D con las últimas técnicas en clonación, las de transferencia nuclear de células somáticas, había aumentado mi cotización y había llamado la atención de Amanda. Podría justificar el desastre, ya que ninguna corporación quiere que se investiguen sus operaciones más siniestras, como implantar una Inteligencia Artificial superior en un clon humano.

La idea de usar mis propias células parecía muy divertida cuando Amanda lo propuso. Dejó de serlo cuando vi horrorizado a mi doppelgänger romperle el cuello. Ese cuello tan hermoso que llevaba meses deseando besar.

No sé por qué tengo esa sensación extraña que me atenaza. Debería odiar al ser que he ayudado a crear, a mi personal monstruo de Frankenstein. Pero al igual que el personaje de Mary Shelley siento una morbosa fascinación mezclada con mi curiosidad científica.

Y miedo. Mucho miedo.

Vuelvo al comedor en penumbra y me derrumbo en el sofá. Me aterra saber que vendrá a por mí. Soy el único que conoce su secreto y sé que hacerse pasar por mí le daría margen de maniobra para desaparecer de forma plausible. Es físicamente idéntico a mí, pero su cerebro positrónico le hace actuar de manera mucho más expeditiva, sin remordimientos ni miramientos por la vida humana. Matará a quien haga falta, de la manera más atroz, para protegerse. Quizá hasta disfrute haciéndolo, descubriendo placer en la sangrienta matanza, como hizo con los sorprendidos guardias del turno nocturno. Quizá es mi sobreexcitada imaginación o me estoy justificando por no haber sido capaz de usar entonces el generador de pulsos que Amanda construyó por si algo salía mal.

Un ruido me despierta de un intranquilo sueño de vigilia. Estoy cometiendo un error quedándome encerrado, asustado e indefenso. Quiero vivir tanto o más que él. No voy a permitir que me arrebate las esperanzas. Mi desidia y mi falta de agallas han costado la vida a tres personas, incluida Amanda, que ya no conocerá lo que sentía por ella.

Abro las ventanas y el sol de media tarde me eleva el ánimo. Me visto y preparo una mochila con las cosas imprescindibles para un viaje rápido. No, para una huida. Pero no me voy a ir sin atar algunos cabos sueltos.

Al anochecer oigo como el ascensor se detiene en mi planta. Mis vecinos están de vacaciones, así que siento un vacío en el estómago. Mi clon, que viste de forma parecida a como yo lo hago, saca unas herramientas y comienza a manipular la cerradura de mi puerta blindada. Es sorprendente lo rápido que está aprendiendo a desenvolverse en el mundo real.

No espero más y, apuntando por el hueco de la escalera, frío su cerebro desde el piso de arriba. El pulso de ondas electromagnéticas hace que se desplome como un saco de patatas, sin emitir ningún ruido. No siento ninguna emoción cuando bajo para meter el cuerpo en mi casa y veo que tiene la misma expresión de asombro que le quedó a Amanda.

La WiFi del McDonalds del aeropuerto es el lugar ideal para enviar toda la documentación de los proyectos de la compañía a diversos periodistas y foros de Internet. Tampoco nadie reparará en el amasijo de cables y componentes electrónicos, ya sin utilidad, que deslizo en la papelera.

Mientras espero que salga el avión en dirección a Cozumel, recuerdo que Amanda odiaba México.


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