Nuestra Pequeña Estrellita (5 minutos)

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 De noche les encantaba mirar al cielo y observar. Desde la ventana podían ver cientos de resplandecientes estrellas, su luz les impregnaba de esperanza. Deseaban tanto que una de ellas se fijara en sus corazones. Les daba igual que fuera pequeña o grande, la más humilde o la más capaz, sólo querían amar...

De entre todas había una especial, una que pasaba desapercibida tras el brillo de sus hermanas. Y en ella, su querida estrellita, se fijaron.

 “¡Estrellita! ¡Estrellita, baja! -le decían cada noche- Estamos solos, ven, ven a hacernos compañía. Te contaremos cuentos, te querremos y lo nuestro será tuyo. Te ofrecemos una familia, un beso al acostarte..., te ofrecemos nuestra vida”.

 Pero las cosas que se sueñan no siempre son sencillas, ni se obtienen por el mero hecho de desearlas. Y mientras los días morían y los meses daban lugar a años de espera, la estrellita seguía sin escuchar.

 “Quizá no merecemos algo tan especial, o tal vez sea -se preguntaban con un atisbo de esperanza- que no lo deseemos lo suficiente”.

 Pero lejos de perder la ilusión miraban al cielo e imaginaban que felices serían los tres juntos...

 Arriba, lejos, muy lejos, ajena a las miradas, vivía aquella estrellita. Ella también soñaba con tener una familia que la quisiese, que la arropase en las noches de frío, que escuchase sus canciones y que respondiese a su sonrisa con otra sonrisa…, pero era tan pequeña que quién se iba a fijar en ella estando rodeada de otras mucho más bonitas y resplandecientes.

 Una noche, algo llamo su atención. Muy, muy abajo, había alguien que parecía mirarla. Escuchaba voces muy distantes, le decían que bajase..., pero "NO", sería un error, ella valía tan poco comparada con sus hermanas que simplemente no podía ser...

El tiempo no extinguió aquellas voces que no se cansaban de pedirle a la noche que le regalase un pedacito de su cielo. Así que empezó a sentir curiosidad, y cada día se acercaba un poquito más a escuchar. Y cuando quiso darse cuenta estaba ahí, junto a la ventana donde ellos vivían.

Estaban dormidos, pero aun así sentía su llamada, una fuerza que la hizo avanzar hasta colarse por un pequeño resquicio al cálido espacio donde descansaban. 

Mi mamá”, pensó sin meditar, y sintió algo tan especial al decirlo, que repitió y repitió: “mi mamá, mi mamá…”. Y mientras tanto su luz se iba concentrando, haciéndose más diminuta, más intensa… Y empezó a sentir los latidos de un corazón que nunca tuvo, y la calidez de la sangre al fluir por sus venas, y sus dedos crecer, y el bienestar de quien se siente acunado…, y durmió profundamente...

Y cuando despertó nueve meses después vio dos sonrisas verdaderas, y ella también sonrió…

Para nuestra querida Sophi.

Jam Louvier 2018

 

 


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