Quédate conmigo (Obertura)

Quédate conmigo- me dijo  al oído. Sentí en el cuello el halito tibio de su existir-.

La mire a los ojos y la abracé fuerte, consciente de su presencia improbable, cómo intentando hacerme uno con su espalda. Julia me sostuvo de los hombros sonriendo discretamente, hice un close-up de su rostro en cámara lenta y aprecie las imperfecciones naturales de su rostro, incluso las artificiales, como la que tiene en la nariz por un piercing qué se hizo en un día rebelde a los dieciséis.

Nos tocamos el rostro mutuamente, con los ojos cerrados, exploramos los cráteres dérmicos que se nos fueron marcando en los años de misiones fallidas buscándonos el uno al otro, llegue a su cuello y me adentre en el vórtice indeleble de nacimiento que simula una tormenta Jupiteriana.

Quédate conmigo –repitió-.

Abrí los ojos lentamente, vi el edificio distorsionarse, cómo si estuviese derritiéndose bajo el abrasante sol, las palomas estrellándose contra las ventanas y todos los autos de la ciudad deteniéndose y apagando los motores  para dar paso a su voz.

Yo me quede contigo –le respondí- desde que vi tu sonrisa sincera un miércoles a las tres de la tarde en el Hospital del Sagrado Corazón de Jesús.

Se mordió los labios para no llorar. Fue lo último que vi de ella antes de venir a la guerra más grande del mundo.

Aún hoy, en medio de esté desastre nuclear procuró dormir con el escapulario que Julia me regaló, aún hoy coloco satélites para recibir la señal radial de su voz.