La Giganta

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La Giganta

 

       Ya me daba hasta miedo acostarme. Hacía ya varias noches que me visitaba. Suele presentarse hacia las 12 de la noche y deambula por todo el piso hasta que amanece. Por más que me repito que todo es producto de mi mente, lo cierto es que encuentro rastros de su presencia. Hace unas noches espolvoreé el suelo del pasillo con polvos talco. Solo una capa muy fina, casi imperceptible si uno no se fija, pero suficiente para que registrara posibles huellas.

A la mañana siguiente, al levantarme, lo primero que hice fue revisar el pavimento del piso, y, tal como me temía, las pisadas estaban por todo el suelo. Así que se trata de un ser real.

Es una giganta. Una mujer de más de dos metros, muy corpulenta, de brazos poderosos y carnosos. Tiene una sonrisa pícara en su cara, muy carnosa y sonrojada, y me mira con sus ojitos pequeños pero muy vivos, como para comprobar que estoy dormido. Vestida con una inmensa bata blanca que le llega hasta los pies y no demasiado limpia. Es, sin duda un uniforme de enfermera. Pero ¿Quién es? Y ¿de dónde sale? ¿cómo entra y sale de mi piso?

Sobre las doce, ya tendido en mi cama y simulando que duermo, oigo los primeros pasos, es un sonido casi imperceptible que empieza al principio del largo pasillo que me separa del recibidor. Antes de eso, no se oye ninguna puerta, ni ventana, ni cualquier otro ruido que pudiera indicar que ha entrado alguien en casa. Sus pasos surgen de la nada y, muy despacio, porque siempre anda muy despacio, se va acercando hasta mi cuarto. Entonces se para y se encorva para asomar su ancho rostro por la puerta de mi habitación. Todo hecho con mucho sigilo. Me mira durante unos instantes para cerciorarse de que duermo y vuelve a recorrer el pasillo, arriba y abajo, arriba y abajo, una y otra vez. Siempre muy despacio y procurando no hacer ningún ruido. Al cabo de un rato vuelve a asomarse a mi habitación. Me mira unos instantes y se retira para continuar su paseo. Y así toda la noche. Hasta que a eso de las 6 y media se dejan de escuchar sus pasos. Entonces me levanto y miro por todo el piso. No hay nadie.

Las primeras noches pasé mucho miedo, pero al despertarme a la mañana siguiente pensaba que lo había soñado. Ahora estoy seguro de que se trata de una presencia real. Hasta cierto punto me he acostumbrado a ella y ya no tengo miedo, pero nunca le digo nada ni hago otra cosa que hacerme el dormido e intentar entender quién es esa mujer, y como entra y sale de mi casa.

Hace unos días oí más pisadas de lo normal y, para mi sorpresa, apareció por la puerta de mi habitación el rostro de un hombre, con sombrero de copa y muy Delgado, aunque, tan alto como la enfermera, de cara barbuda y muy pálido. Tenía la mirada de un muerto. Luego continuó con su paseo y, al cabo de un rato se asomó la enfermera. Parece que pasean juntos por todo el piso y casi diría que conversan entre ellos, aunque sería más preciso decir que susurran, ya que sus palabras resultan casi inaudibles.

Esta pasada noche ha sido aún peor. A los dos visitantes de los últimos días se les ha añadido un tercero, un niño de 7 u 8 años. Con mucho tiento, como siempre, se han asomado los tres en la puerta de mi habitación. Las dos figures mayores le hacían la señal de silencio con los dedos en los labios al pequeño. Este se ha quedado mirándome un rato como con asombro y sorpresa. Diría que hasta le ha hecho gracia verme ahí en la cama. Como a un niño al que le muestran un pajarito enjaulado. Después han proseguido con sus paseos por el pasillo. Al parecer el niño jugaba con una pelota, porque he oído los rebotes de esta en el suelo. Al cabo de unas horas los he oído adentrarse en la cocina y mover algunos objetos. Creo que han estado comiendo alguna cosa a juzgar por los ruidos que hacían. Han entablado conversación por un buen rato, supongo que mientras comían. Luego han recogido la mesa y vuelto a sus paseos por el pasillo.

A eso de las seis de la mañana, poco antes de que amaneciera y, por tanto, desaparecieran los visitantes, la Giganta se ha asomado una vez más a mi cuarto, pero esta vez, ha entrado en la estancia. Al verla acercarse a mí he querido incorporarme para enfrentarme a ella de una vez, pero mi cuerpo estaba paralizado por el miedo. Con mucho tiento y después de una larga mirada maternal, se ha sacado un trozo de papel de uno de sus grandes bolsillos de la bata y lo ha dejado encima de la mesita de dormir. Me ha vuelto a mirar con ternura y se ha ido. A los pocos minutos ya no estaban en casa.

Me he levantado aún aturdido por el miedo y enseguida he mirado a la mesita. Es un recorte de Periódico, nada menos que una esquela. Pero cual no ha sido mi sorpresa al leer mi nombre en ella. Según reza el texto morí hace 23 días de un ataque al corazón mientras dormía. Me enterraron a los dos días en la parroquia donde fui bautizado y sepultado en el cementerio de la Ciudad. Sigue la lista de mis familiares y allegados que piden una oración por mi eterno descanso. No comprendo nada de lo que está ocurriendo, acaso me he vuelto loco. Estoy soñando o alguien me ha drogada y estoy delirando.... Por Dios que alguien me ayude.


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